Este árbol es famoso por sus poderes para atraer la abundancia y sumar al bienestar general de las personas.
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Para alejar las energías “pesadas” y atraer la armonía y paz en el hogar. Con estos fines se usó, desde tiempos ancestrales, la fragancia de Palo Santo (Bursera graveolens), también llamado madera sagrada.
El Palo Santo es de la familia Burseraceae que crece en bosques secos en gran parte de la América tropical, en la costa pacífica de Sudamérica. Son árboles que alcanzan entre 4 a 10 m de alto, de corteza lisa, gris, no exfoliante.
Algunas culturas lo usan con fines terapéuticos, especialmente para sanar estados emocionales o problemas causados por el estrés
Su madera resinosa es utilizada por los chamanes de varias tribus sudamericanas para conseguir una mejor comunicación con sus dioses y sacar lo “oscuro” de su entorno, ya que consideraban el incienso de Palo Santo como un talismán para atraer la buena suerte.
Esta madera, que es reconocida por su aroma dulce e intenso, desde hace miles de años ha sido utilizada, además, con fines espirituales para alejar la negatividad y limpiar las malas energías.
No sirve cualquier árbol
La madera que habitualmente usamos para obtener el humo de Palo Santo proviene de árboles que se mueren y se secan de forma natural. La madera comienza a desarrollar los componentes que generan sus propiedades aromáticas luego de 3 a 5 años de la muerte del árbol.
La madera de Palo Santo contiene una gran concentración de limonene, una sustancia natural que se extrae del aceite de las cáscaras de los cítricos, de ahí proviene su aroma tan particular, con toques de menta, eucalipto y limón.
Por sus propiedades, el Palo Santo ayuda a mantener la calma y el equilibrio emocional, elevar la autoestima y “despejar” el mal humor.
¿Cómo se usa?
La forma más frecuente de usar el Palo Santo es en forma de incienso o sahumerio. También se suele encender un trozo de madera seca y dejar esparcir el humo en un ambiente determinado.
Para que la madera se mantenga encendida, hay que prender la llama cada cierto tiempo y dejarlo en un recipiente hasta que se apague sola.
LA NACION