Curiosa e inquieta, Ernestina Anchorena no mira tendencias, es flexible a la hora de diseñar, sabe que un buen jardinero es quien hará un buen jardín y busca formas de contacto entre paisajismo y producción agrónoma.
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Ernestina Anchorena no es cualquier paisajista. Al conocerla uno casi puede imaginarla de niña, sobre su petisa Paloma, por el camino de tierra camino a la escuela rural. Así fue como sus padres eligieron educarla, en el límite entre Buenos Aires y Santa Fe, en plena naturaleza. Es por eso que el ejercicio de su profesión es también nómade, libre y respetuoso del entorno. “La vida en el campo me enseñó a entender las estaciones, a esperar las flores del aromo, de la camelia y los junquillos en pleno invierno”, recuerda.
Ernestina se recibió de Técnica en Producción Agraria (UBE) y más tarde estudió Paisajismo en John Brookes School of Garden Design. Su especialidad son los grandes espacios y trabaja sobre la recuperación y conservación del paisaje, nutriéndose de elementos culturales y arquitectónicos. Uno de sus trabajos más reconocidos es el de la estancia La Paz, en Ascochinga, Córdoba, antigua estancia de veraneo del presidente argentino Julio A. Roca. El parque, que data de 1901 y fue diseñado por el paisajista francés Charles Thays. En 2011, fue convocada para dar vida a un nuevo emprendimiento que unió al parque con hotel, cancha de polo, centro de eventos, sector ecuestre y lotes. El desafío fue entender el sitio y su historia, trazar líneas que partan de las edificaciones y que no fueran disruptivas. Ella lo explica así: “En los años en que trabajé en ‘La Paz’, aprendí mucho de grandes profesionales sobre el manejo de espacios enormes. Un trabajo muy distinto a pensar un jardín de escala urbana. Hoy me interesa el trabajo desde el master plan: pensar las circulaciones, la ubicación de edificios, la relación con las curvas de nivel, cómo ir organizando la vida humana en relación a un paisaje desde el plano.”
Sobre el eje en los desarrollos sustentables, Ernestina también realiza labor ganadera en La Pampa, con un planteo holístico de la recuperación de pastizales y monte nativo. Desde su estudio en San Isidro diseña espacios públicos y privados y aborda trabajos interdisciplinarios.
¿Qué heredaste de tus padres?
Esta atadura a la tierra, por la que ando como ellos, medio nómade. Por mi padre me llega el amor por los paisajes pampeanos, el caldenal, los médanos, los cielos inmensos. En ese paisaje paso todo el tiempo que puedo, es indómito, agreste, lleno de pastos, flores y pájaros. De mi madre aprendí a mirar lo bello de nuestra tierra, un aspecto más cultural y que yo llamo “encanto argentino”. Ella fue una gran ecologista, precursora de la protección de los pastizales pampeanos, la ribera del Río de la Plata y los venados de las pampas.
¿Cómo te definirías?
Curiosa, me gusta encuadrarme en ese término porque no me limita. La curiosidad es una puerta a un mundo basto, lleno de experiencias por descubrir. Es un modo de estar, de afincarse frente a tantas posibilidades que se nos presentan. Y si esa curiosidad viene de la mano del asombro, siempre hay una razón para imaginar, proyectar cosas lindas y seguir adelante, aunque a veces cueste.
¿Cómo conviven la paisajista con la productora agropecuaria?
Con los años fui encontrando un método en mi vida nómade. Trabajo mucho porque lo que hago es una pasión. No tengo hobbies, así que los fines de semana sigo haciendo lo mismo que en la semana, corregir un plano, trabajar en mi jardín o salir a recorrer el campo. Todo lo que hago está relacionado y le doy un tiempo a cada cosa según sea de “escritorio” o de “obra”.
¿Cómo definís tu estilo o especialidad en el paisajismo?
Trabajo sobre dos ejes definidos: el aspecto natural y el aspecto cultural. Creo que tiene que haber una relación entre nuestro bagaje, recuerdos, idiosincrasia y la naturaleza misma que nos rodea. Intento traducir ese vínculo. Entendiendo la naturaleza que nos rodea como ambientes a los cuales nos acercamos desde nuestra humanidad. Por ejemplo, si me toca desarrollar un proyecto de una casa en medio del pastizal, voy a trabajar sobre la preservación y manejo de ese pastizal, pero también sobre la necesidad de un jardín inmediato a la vivienda que nos refiera a cierta protección y lenguaje conocido, que pueda contener las plantas de los recuerdos de la infancia, la sombra, el patio. Tiene que haber una transición entre la naturaleza salvaje y las casas, un lugar de encuentro, un pasaje. Entonces mi trabajo es sobre la transición.
¿Cuál es tu premisa a la hora de trabajar?
En primer lugar, entender el sitio. Soy bastante expeditiva y, una vez que entendí el lugar (algo que no puedo explicar, es como una magia), trabajo sobre la costura de lo que “pide”, con el deseo del cliente o el propio. Me gusta trabajar en equipo y creo que es el camino para lograr procesos exitosos. Trabajar con la naturaleza implica asumir el cambio, y que todo proyecto se prolongue en el tiempo. Por eso, la primera pregunta que me hago es si lo propuesto va a ser sustentable en el tiempo.
Corredores biológicos y recolección de semillas
“Hace algunos años tomé una decisión, quizás extraña, y es la de seguir mi propio camino intuitivo. No leo casi libros de paisajismo ni viajo a visitar jardines, no hago cursos sobre el tema. Así que no puedo hablar mucho de tendencias, salvo de adónde me quiero dirigir, mi propia añoranza”, cuenta Ernestina, que confiesa que ve cada vez jardines más sofisticados y pensados, especialmente en la trama urbana. Sin embargo, su ojo está puesto en otro lado. “Mi deseo es llevar la profesión a proyectos productivos, poder hacer un cruce entre el paisajismo y la agricultura y ganadería. Me interpela hace años esa relación que hoy veo casi inexistente, y sobre todo la falta de una vía media, un diálogo entre productores de avanzada y ecologistas acérrimos.
Vengo hablando de esto con algunos profesionales del campo, es algo nuevo. Pensar en el desarrollo de zonas no productivas o de rentabilidad negativa para que funcionen como corredores biológicos, con una mirada paisajística por un lado, pero también en el desarrollo de planteos de producción desde la topografía y el uso del suelo según fertilidad.
Hace años te entrevisté y hablamos mucho de yuyos, ¿esto sigue siendo parte de tu trabajo?
Eso fue hace años, ahora los “yuyos” están de moda… Pero yo me crié en un jardín donde no se cortaba el pasto, para que viniera la flor morada y para que los pájaros tuvieran semillas en invierno. Así que los yuyos son parte de mi vida. En el 2007 hicimos en FOA un espacio que se llamaba “Guarda el Yuyo”, y desde hace muchos años recolecto semillas y fotografío los pastizales de mis entornos, lo que hoy se conoce como “planthunting”. En el proyecto de “La Paz”, una de las primeras cosas que proyecte fue una huerta con invernáculo para reproducir las herbáceas y gramíneas nativas de la sierra. De ahí surgió la idea de hacer plantaciones naturalistas con producción, en el lugar de plantas. Ese concepto de plantaciones naturalistas lo aplico en casi todos mis proyectos, y es posible gracias a la producción propia de plantas. Recolecto las semillas de esos “yuyos” y las desarrollamos en vivero, con lo cual puedo pensar los planos de plantación en base a un stock disponible de especies autóctonas, cosa que antes era muy difícil para mí, ya que no conseguía las especies o la cantidad determinada.
¿Cómo articulás tu trabajo con los clientes? ¿Cómo modifica tu trabajo?
El vínculo con el cliente es fundamental, en cuanto a su aporte y a la confianza que deposita en vos para llevar adelante propuestas viables. Es importante poder trabajar sabiendo con qué presupuesto, con qué material humano y con qué tiempos contás. Con el tiempo aprendí que las lindas presentaciones y los muchos planos son menos importantes que el trabajo en escala 1:1. El plano es solo una referencia, sin embargo es importante diseñar y proyectar en papel: el punto es no atarse a un plano cuando hay que trabajar en el lugar, y muchas veces hacer modificaciones y tomar decisiones in situ.
¿Alguna combinación de plantas que siempre te gusta o atrae?
Me apasionan los pastizales. Mi trabajo con la ganadería me enseñó mucho en cuanto al manejo y siempre los estoy observando. En las praderas implantadas, intento replicar lo que veo en la naturaleza para que las plantas se comporten como una comunidad, por eso uso un porcentaje más alto de gramíneas que de latifoliadas, un bajo porcentaje de leñosas y casi no uso especies anuales, salvo algunas pocas de alta resiembra, también dejo las espontáneas que conviven con la plantación propuesta. Me gusta la imagen de las flores apareciendo como ríos entre los pastos, porque así las veo en el campo y en las banquinas. Por ejemplo, una tira de Solidago chilensis interrumpiendo un mar de Deyeuxia viridescens. En los planos intento traducir esas asociaciones.
¿Qué buscás cuando elegís una especie determinada? ¿Por qué te inclinás por las nativas?
Las plantas como las personas forman comunidades, el árbol necesita del arbusto, de la apoyante y de los pastos. Juntos forman un entramado de interacción y ayuda mutua, desde sus raíces hasta sus partes aéreas en relación con los animales e insectos que se alimentan de ellas. Intento ir en esa dirección, por eso las praderas y pastizales tiene una escala que permite trabajar en la idea de comunidad. Y si la naturaleza puso determinadas plantas hace cientos de años en un lugar, creo que son esas las propias, más allá de aquellas que rodean una casa, las cercanas, donde podemos traer el bagaje cultural que se traduce en rosas y jazmines perfumados.
¿La obra de algún paisajista que te guste?
Me gustan las combinaciones de plantas de praderas que está haciendo Blas Spina, que trabaja conmigo en La Paz desde el 2011. Está haciendo una investigación de campo de avanzada. Me gusta el trabajo con plantas de secano que está haciendo Soledad Llames en Mendoza también, y el trabajo sobre grava que hace Cristóbal Elgueta, en Chile.
¿Qué te inspira?
El recuerdo de Justo [ndr: hijo de Ernestina, fallecido en un accidente vial en 2021]. Él me enseña el lujo de un fuego, las estrellas cada noche y con él converso cuando manejo horas y horas mirando el campo. De su espíritu inmenso aprendí todo lo que puedo llamar inspiración.
¿En qué estás trabajando ahora?
En algunos proyectos de costeros con vegetación psamofila en la costa argentina y uruguaya, con Cristian Mancini, con quien también trabajamos en el desarrollo de un vivero a pedido para otros colegas. Las plantaciones en arena tienen otra dinámica que me apasiona, desde el desarrollo de las especies de semillas que fui recolectando, hasta su implantación. El trabajo con limitantes como el viento o las variaciones de temperatura es muy interesante, así como la relación con la inmensidad del mar, que es como la inmensidad del campo. Entender la topografía, el comportamiento de esas comunidades de plantas que viven en relación directa con el viento y el salitre, su interacción y sobre todo su belleza. Además, en la arena no hay gramón… y eso es una forma de la felicidad que los jardineros sabrán comprender.
+Info:
IG: @ernestinaanchorena2
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