El cambio climático es responsable de la aparición de la mancha negra en otoño, una enfermedad de los rosales que era propia de las estaciones cálidas.
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Llegó el otoño al jardín y entre las labores de esta estación, desde ahora en adelante se suma una muy importante para preservar la salud de los rosales: el control otoñal de la mancha negra del rosal.
La “mancha negra” es la enfermedad más relevante de los rosales a nivel mundial, ya que puede defoliar y matar variedades susceptibles.
Hasta hace poco se trataba de una típica enfermedad de aparición primaveral que desaparecía con la llegada del otoño. Actualmente, a pesar de que los rosales son arbustos caducifolios, con el menor frío invernal y el efecto calórico del cemento urbano no llegan a estar en período de dormancia nunca.
En jardines urbanos se viene observando una inusual segunda infección de la enfermedad, que ocasiona la pérdida total del follaje remanente de las plantas y severos daños.
Esta segunda infección de mancha negra aparece promediando el otoño y no cede hasta muy avanzado el invierno, o directamente continúa con la infección primaveral, sin dar descanso alguno a la planta.
La aplicación de bicarbonato de potasio sobre el follaje es una alternativa efectiva y libre de agroquímicos para combatir la mancha negra
Cómo es la enfermedad
La enfermedad llamada mancha negra del rosal (Diplocarpon rosae) afecta la salud general de los rosales y provoca defoliación, menor calidad y cantidad de las flores y el aumento de su susceptibilidad a plagas chupadoras (pulgones y moscas blancas), raedoras (trips) y hongos de la parte aérea (botrytis).
En su etapa inicial aparece en las hojas como una mancha seca rojiza o café con un margen plumoso. Estas lesiones se agrandan lentamente y cambian a negro, y alrededor de estas manchas se observan áreas amarillentas. Posteriormente, la hoja completa se torna amarilla o se seca, se desprende y cae prematuramente.
La humedad ambiente favorece el desarrollo del patógeno, por lo que habitualmente las hojas inferiores de los rosales suelen ser las primeras en verse afectadas y la enfermedad se desplaza hacia arriba a medida que avanza la infección.
Promediando el verano también se producen síntomas en los tallos más jóvenes, como manchas púrpuras en la madera inmadura, que más tarde se vuelven negras. Y es justamente en estas lesiones de los tallos donde el patógeno pasa escondido durante el otoño e invierno hasta la siguiente temporada.
Pero esto ha cambiado, con la menor temperatura invernal, en pleno otoño el patógeno vuelve a estar activo y en los rosales que no llegan a perder el follaje por falta de frío infecta el 100% de sus hojas.
La buena noticia es que estudios recientes determinaron que muchas variedades de los rosales antiguos son resistentes a la infección otoñal de la mancha negra, igual que las variedades trepadoras Rosa kordesi y Rosa wichuraiana. Lamentablemente no ocurre lo mismo con los híbridos de té que son, en general, los más susceptibles a la segunda infección.
Cómo se puede controlar
Toda práctica que reduzca el período de humedad de las hojas reducirá la severidad de esta enfermedad. Por ello Carlos Luis Boschi, ingeniero agrónomo, y profesor adjunto de la Facultad de Agronomía de la UBA, recomienda:
- Evitar regar por arriba de las plantas.
- Evitar regar durante la mañana, cuando las temperaturas van en aumento.
- Poda invernal que asegure una buena separación de las plantas (mejora el moviendo del aire y evita el establecimiento de esta enfermedad).
- Remover las hojas muertas y podar los tallos infectados.
- Fertilizar a principios del otoño con un fertilizante foliar que contenga calcio, que refuerza a las paredes celulares de las hojas generando resistencia a la infección del hongo.
Por otro lado, existen fungicidas en el mercado que pueden controlar la enfermedad, siendo los que contienen cyproconazole, triforine o chlorotalonil los más recomendados para su uso en el medio urbano. Normalmente, las pulverizaciones se realizan en intervalos de 7 o 14 días.
Además, hay alternativas orgánicas como el aceite de nim y el bicarbonato de potasio.
LA NACION