A pocos días de la partida de César Mascetti, Mónica Cahen D’Anvers invitó a sus seguidores a visitar sus rosales y cortar sus pimpollos para agasajar a sus madres este domingo.
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Lo pensaron como un lugar para cargar las pilas y desenchufarse de sus vidas de periodistas, una profesión que supo tenerlos pendientes de las noticias las 24 horas del día.
Así nació un refugio que se convirtió en leyenda: una chacra con aroma a rosales, capaz de combinar placer y producción, a tan solo dos horas de la gran ciudad, y con el gran valor de sacar a sus dueños de sus trajines semanales.
La pareja puso todas sus energías en ese terruño de San Pedro que comenzó con 12 hectáreas y hoy tiene más de 500 que están dedicadas a cultivos como frutales, soja y trigo además del fruto que es la estrella de la zona, el durazno y el manjar propio de su campo, las naranjas.
A una semana de la lamentable muerte de César Mascetti, Mónica Cahen D’Anvers reapareció en redes sociales junto a su hija Sandra Mihanovich para invitar a sus seguidores a formar parte de una original propuesta para el Día de la Madre: en lugar de comprar flores para mamá, Mónica regala las suyas de La Campiña; este domingo los hijos podrán cortar con sus propias manos -tijeras- las rosas de sus rosales para homenajear a sus madres.
Una historia de amor y tenacidad
Los rosales que Mónica y César cultivaron juntos durante más de 20 años guardan una historia particular.
Mónica quería recrear en La Campiña la esencia que había cautivado en 1870 a su bisabuela Louise de Morpurgo, esposa del Conde Louis Cahen D’Anvers, en su castillo de Champs, cerca de París.
Mónica contactó a la cuarta generación del rosicultor italiano Rossetto Fineschi y consiguió que le enviaran las yemas desde Italia. Después de varios intentos, ahí están los rosales de sus antepasados italianos embelleciendo los campos de San Pedro.
Casi todos los días Mónica huele esos rosales, recorta pimpollos y agradece.
En las últimas décadas, Mónica ya no recibe estatuillas doradas gauchescas: ahora cosecha premios como “El durazno de oro” en la Fiesta Provincial de San Pedro o la gratificación más íntima y valiosa que le regala su rosedal: el aroma que trae saberes de sus antepasados y el recuerdo de tantas caminatas entre pimpollos, compartidas con su gran amor.
LA NACION