La finca ubicada al noroeste de Francia abrió sus puertas a los visitantes, que incluso pueden alojarse en el lugar: la huerta y los jardines son sus cualidades más destacadas
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Desde 2004, Jean-Christophe y Nathalie Romatet viven en el Château de Miromesnil con sus tres hijos. Situada a pocos kilómetros de Dieppe en Normandía, la finca ha pertenecido a la misma familia durante tres generaciones. Fue en 1938 cuando los abuelos de Nathalie Romatet, el conde y la condesa Bertrand de Vogüé, adquirieron Miromesnil y desarrollaron la huerta amurallada para alimentar a su familia de ocho niños y al personal, y proporcionar ramos de flores para el castillo.
La huerta tiene más de 70 verduras diferentes, además de árboles frutales y flores. Con sus 2.500 m² de superficie, actualmente puede alimentar a 30 personas con frutas, verduras y flores de junio a octubre. El castillo está rodeado de 100 hectáreas de jardines formales, entre áreas de césped y bosques.
La huerta Miromesnil combina la geometría del jardín francés y las formas irregulares del jardín inglés. Su originalidad proviene de la presencia de parterres mixtos, llamados “mix-bordes”, que bordean los cuadrados de hortalizas. Estas flores dan al jardín una profusión muy británica. Este proyecto fue puesto en marcha después de la Segunda Guerra Mundial por la abuela de la actual propietaria, Simone de Vogüé.
La primera vocación del jardín fue nutrir y luego, muy rápidamente, se tomó la decisión de agregar flores para alegrarlo. Hoy, Ilona Cayrel lleva adelante el jardín-huerta, donde conviven verduras y flores de una forma natural y, a la vez, ornamental, que resulta un paseo obligado de cada persona que visita o se hospeda en el castillo. Además de alimentar a quienes habitan y trabajan en la finca, muchos de los huéspedes también pueden disfrutar de lo recién cosechado.
“Lo que más satisfacción me da es ver el placer de la gente que descubre sabores originales entre las plantas, como una flor de cosmos que tiene sabor a cacao, la estevia que sabe a azúcar o una albahaca con perfume a canela”, cuenta Ilona. Este jardín tiene la gracia de su espontaneidad. Lo que se resiembra solo y nace seguro es respetado porque se va a desarrollar mucho mejor que lo que se había planeado para ese lugar. Es por eso que en Miromesnil uno ve un diseño organizado pero libre a la vez; una mezcla de historia, tradición y novedades. Esto lo vuelve único, poético y sorprendente.
Fueron necesarios más de treinta años de trabajo para conseguir el jardín tal y como lo conocemos hoy.
“A cada visitante le digo que descubra perfumes y sabores que seguramente reconoce, pero no sabe de dónde provienen”. Verduras, flores perennes y anuales, bulbos, frutas, plantas aromáticas, todo se encuentra en este jardín de caminos, arcos y túneles que alberga todo tipo de especies comestibles. Las vistas hacia el conjunto abarcan diferentes perspectivas con variaciones de alturas y volúmenes. Los canteros muestran especies parecidas para crear continuidad visual, pero a la vez diferentes para que la variedad sea más rica.
“Aquí no hay riego, no hay máquinas, no hay químicos. Todo es orgánico y manual. El gran desafío es de cara al futuro y al calentamiento global”, dice Ilona. Así, ensaya nuevas prácticas para hacer frente a las altas temperaturas que se están registrando en los últimos veranos, como por ejemplo plantar las especies más sensibles a la sombra de otras más altas, o usar mulch de productos frescos –como el césped recién cortado– en vez de paja seca.
LA NACION