Es época de calabazas y zapallos, de texturas aterciopeladas y dulzor sutil; Con grandes beneficios para la salud gracias a su riqueza en magnesio, potasio y calcio, se puede incluir este vegetal en preparaciones saladas o en platos dulces
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Consumir productos de estación es la consigna. Y que sean saludables.
Calabaza y zapallo son, en realidad, términos que se usan alrededor del mundo hispanohablante para referirse a las distintas variedades de este grupo de cucurbitáceas (una familia amplia que abarca pepinos, melones y zucchinis, por ejemplo).
En algunas regiones se elige “calabaza” para referirse a las especies más voluminosas (Cucurbita maxima) y se reserva “zapallo” para las pequeñas (Cucurbita moschata); pero esto es variable y nunca una regla fija, de modo que podemos usar el término que más nos plazca. Las vitaminas predominantes en el zapallo son A, B, C y E. Eso significa que contribuyen a cuidar nuestra visión, cabello y huesos.
También posee calcio, fósforo, magnesio y potasio. Su densidad calórica es relativamente baja, dependiendo de la variedad, y por su aporte de fibra brinda saciedad al consumirlo.
En la Argentina se consiguen actualmente variedades de muy diferentes aspecto y tamaño. Entre ellas, el clásico Anco, largo, de cáscara pálida y relativamente pequeño; el Cabutia –d
e piel oscura– y el Hokkaido –naranja casi fosforescente–, ambos de carne firme y menos acuosa que el primero; el zapallo plomo, duro y enorme, aprovechado generalmente en guisos y locros.
Desde la semilla
Para plantar, se pueden comprar semillas de la variedad que más nos guste, pero también es buena idea elegir las de una calabaza que resulte buena luego de probarla. Esas semillas deben lavarse cuidadosamente y secarse para su posterior siembra en temporada. Plantarlas garantiza una cosecha de zapallos con las mismas características.
La siembra es idealmente en primavera y puede hacerse directo en el suelo, a golpe, dejando caer 3 a 5 semillas por vez en maceta amplia y honda o en jardín, a dos centímetros de profundidad. Conviene un clima cálido, o a lo sumo templado para su crecimiento, y lo mejor es que reciba pleno sol. El suelo deberá ser suelto, profundo, de buen drenaje y pH neutro.
Una vez aparecidas las plantas, es conveniente ralear, dejando dos plantas por hoyo y un espacio de metro a metro y medio entre ellas. El riego requerido es normal, aunque el zapallo Anco necesita algo más de agua durante la f loración y el engrosamiento de los frutos.
El drenaje es fundamental: el estancamiento de agua en las raíces o tallos puede arruinar el desarrollo de la planta. Se tardarán alrededor de seis meses hasta alcanzar la cosecha.
Las flores del zapallo pueden ser hembra o macho. Las hembras tienen un “pequeño fruto” en la base de la flor, una pista de dónde se desarrollará el fruto finalmente. Las masculinas cumplen el propósito de polinizar: si bien no darán fruto, la misma flor se puede aprovechar en la cocina.
Algunos de los usos más clásicos y deliciosos con este ingrediente son la flor rellena, típicamente con una mezcla de hierbas y ricota, o frita, rebozada en una mezcla de huevo y harina. Las semillas de zapallo también son comestibles, una vez peladas. Aportan grasas de buena calidad y algunas proteínas.
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