Los primeros días primaverales ofrecen una postal única en Buenos Aires, el lapacho, un árbol originario del norte del país es el responsable de tanta belleza.
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No hay ningún otro árbol que anuncie la llegada de la primavera con la poesía que lo hace el lapacho.
Originalmente incorporado al paisaje de Buenos Aires en 1940, hoy es un símbolo de la ciudad y de cada primavera, no sólo para los porteños que disfrutan de más de 1.300 ejemplares en sus calles, sino en varias regiones del país.
De la familia de las Bignoniacecae, el lapacho es un magnífico árbol nativo de la selva tucumano oranense. Su flor es la flor provincial de Jujuy.
De follaje caduco y hojas compuestas, su copa rosada luce espectactular a comienzos de la primavera y puede alcanzar los 30 metros de altura en su área de origen y algo menos en zonas urbanas. Los frutos son cápsulas péndulas, oscuras que contienen numerosas semillas achatadas.
Junto al jacarandá, el liquidámbar y el tilo, el lapacho es una de las principales especies elegidas por la Ciudad en el plan de forestación de 2022 en los espacios verdes y veredas porteñas
Usos medicinales
De larga y bien documentada historia de uso medicinal por los pueblos indígenas de América del Sur, hay registros que indican que tribus separadas por miles de kilómetros lo usaron con los mismos fines medicinales durante siglos.
Los guaraníes y tupíes utilizaron la corteza del lapacho para tratar diferentes afecciones además de como materia prima para elaborar sus arcos. Esta corteza contiene sustancias benignas como quinoides y una pequeña cantidad de bencenoides y flavonoides, todas con probados efectos antitumorales.
LA NACION