El espacio de cultivo, originalmente aislado del jardín, se incorporó de manera natural y los usos cambiaron por completo
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Hace 18 años Matilde Moss, dueña de casa, comenzó a trabajar en los primeros canteros de ‘La Esperanza’, la estancia en Chacabuco que perteneció a su bisabuelo.
El parque original, diseñado por Carlos Thays, contaba con un tejido que lo separaba de la huerta, pero Matilde decidió integrarlos con la ayuda de Luis, cocinero en la estancia desde hace 52 años.
Para ello se fue haciendo un desmonte en etapas, luego se realizó un cercado frente a dos palmeras y un añoso nogal. La idea rectora fue priorizar la productividad y la biodiversidad.
El jardín debía ser de bajo mantenimiento, con una estética libre, romántica, y una atracción para polinizadores que ayudarían con la producción.
El área de la huerta y los frutales ocupa alrededor de una hectárea, y exige una minuciosa planificación para que sea productiva todo el año.
Lo que caracterizó el desarrollo del espacio fue la espontaneidad. El rumbo a seguir se definía sobre la marcha, temporada tras temporada. Y eso es lo que hace, en parte, al espíritu liberal y natural del jardín.
Hay un gran sector dedicado a los frutales, con kiwis, durazneros, manzanos, cítricos, perales, además de limas, cerezos, frambuesas y otras berries. La producción se consume fresca o se transforma en conservas de todo tipo.
La huerta cuenta con diferentes sectores: se accede por un jardín de sombra y luego cobra dinamismo mediante objetos decorativos y diferentes áreas delimitadas por solados o pequeños cercos.
En el último sector incorporado al jardín productivo se plantaron herbáceas y anuales. En los canteros predominan los colores azules, lilas, violetas, con una gran variedad de especies que luego Matilde combina con maestría en sus arreglos florales.
Matilde Moss dice
¿Una combinación que te encanta?
Perovskias, penstemons y alstroemerias.
¿Los favoritos del jardín?
Los colibríes, zorzales y horneros que se adueñan del lugar hacia el atardecer.
¿Una estación favorita para vivir el jardín?
Sin duda la primavera. Después de preparar todo durante el invierno, no hay nada mejor que disfrutar la explosión primaveral.
¿Qué es lo primero que hacés cuando salís al jardín?
Ponerme guantes, agarrar un par de tijeras, una vieja laya heredada y llamar a los perros para salir a trabajar.
¿Cuál fue la última intervención?
El jardín está en constante intervención. En los canteros más tradicionales siempre hay algo por corregir y en la huerta hay sectores dedicados a flores que pueden pasar a ser productivos cuando planificamos los cultivos de cada temporada.
¿A qué le decis sí?
La incorporación de un motocultivador fue de mucha ayuda. Esto facilitó los trabajos en la huerta y permitió expandir las superficies sembradas.
¿A qué le decís no?
Al uso irracional de herbicidas.
¿Algunas cosas que no volverías a hacer?
En un comienzo, las superficies que iba abarcando me resultaban abrumadoras. Antes de empezar un proyecto, hay que estudiar cuáles son las fuerzas, aunque al final decide el jardín. Ah: tampoco hay que embarcarse en la producción de frutales sin el asesoramiento adecuado.
El gran aliado es el abono que utilizamos: cama de caballo. Lo usamos para abonar frutales y preparar suelos que luego son destinados a producción.
¿Cuál es la clave para que el jardín se vea tan bien?
Dedicarle muchas horas de trabajo y saber mirarlo. No todo está siempre en las mejores condiciones, pero con algunos toques se puede lograr. La superficie es grande y el trabajo en la huerta es intenso. Aceptar que todo no puede estar controlado resulta la clave.
LA NACION