En esta nota compartimos los secretos y derribamos algunos mitos sobre el arte de regar. Las plantas, además de hidratarse, se alimentan a través del agua que aporta los nutrientes indispensables para que puedan completar sus ciclos biológicos; es decir, respirar, crecer, florecer y fructificar.
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El agua ingresa en la planta por las raíces a través de un fenómeno llamado ósmosis. Este proceso ocurre cuando el agua tiene diferentes concentraciones de sales (más concentración dentro de las raíces, más diluida en el suelo), por lo que pasa a través de una membrana semipermeable. El agua se mueve por diferencia de presiones, de menor presión a mayor presión osmótica, de un lugar menos salino a uno con mayor cantidad de sales.
La lluvia nos da el agua con la mejor calidad que podemos obtener de la naturaleza. Se evapora en su estado puro (sin ningún mineral) y, en su viaje de regreso al suelo, arrastra y se carga con partículas de nitrógeno ambiental eliminado por las plantas y animales, junto al dióxido de carbono que contiene la atmósfera; ambos le dan al agua una leve acidez.
Esta combinación favorece la activación del metabolismo de las plantas. Cuando llueve entra el agua en el perfil del suelo e hidrata las raíces, disolviendo y arrastrando los nutrientes y restos de fertilizantes acumulados, y activa el crecimiento de pelos absorbentes nuevos.
La calidad del agua
Es necesario saber que la calidad del agua con la que regamos dista mucho de la calidad del agua de lluvia. El pH del agua es un indicador del potencial hidrógeno, con el que cuenta en su composición. Es la cantidad de hidrógeno libre: cuanto más hidrógeno libre haya, más ácida será la solución (pH menor a 7); con menos hidrógeno libre, pasa de neutra (pH = 7) a alcalina (pH mayor a 7).
Las aguas de las capas subterráneas que extraemos a través de bombas suelen tener un pH neutro; cuando sube el valor del pH es por el gran contenido de sales disueltas, que forman el conocido “sarro del agua”. Cuando regamos, el sol va evaporando el agua libre de minerales y se van formando en el suelo capas de sales que comienzan a acumularse en la superficie primero y, después de muchos riegos, en el perfil también.
¿Qué les ocasiona a las plantas y al suelo?
El suelo es una estructura de materia orgánica –lo que le otorga el color oscuro, casi negro–, arcillas que le dan plasticidad y arenas que colaboran con la porosidad. Cada elemento está siempre interactuando con las raíces y el agua que ingresa en el perfil. Forman entre sí el “agregado” del suelo, con la intervención del calcio y magnesio, responsables de la unión química. Según el porcentaje en el que se encuentren combinados estos materiales darán su estructura, porosidad y textura. Un suelo bien agregado es aquel que, al tocarlo y desmenuzarlo, forma grumos de color oscuro.
Cuando regamos con aguas de las capas subterráneas, estamos depositando pequeñas dosis de sales disueltas, que van a incorporarse en el agregado del suelo. Dentro de estas sales, el sodio es el que desplaza fuertemente al calcio y al magnesio (el elemento formador de la clorofila), disgrega los grumos del suelo y rompe las estructuras de las arcillas, limos y arenas; por ende, cambia la textura, la estructura y la porosidad.
Esto provoca una baja infiltración del agua en el perfil. Todas las sales afectan directamente la disponibilidad de agua para las plantas. Mayormente, sales disueltas de bicarbonatos y carbonatos de sodio, que aumentan su concentración y, con ella, también la presión del agua en el suelo.
Siempre antes de regar es conveniente medir la humedad enel suelo. Podemos realizarlo con un palito de madera, para saberen qué nivel tenemos el agua disponible para la planta.
Riego con agua de red
El agua de red contiene partes de cloro, que se acumula muy fácilmente en el suelo, lo que provocará la deshidratación de las plantas e incluso su muerte si no se corrige a tiempo. Los riegos abundantes permiten lavarlo acumulado, pero podemos también bajar la cantidad de cloro antes de regar. Al ser un elemento muy volátil, podemos dejar reposar el agua entre6 y 8 horas en un recipiente de boca ancha para facilitar la evaporación de este elemento.
Esta elevación de la concentración de sales provoca la alcalinización del suelo (pH mayor de 7) y la absorción de agua por las raíces se ve tan afectada que incluso puede provocar su deshidratación. Esto variará según la resistencia de las especies a la salinidad o pH alto. Si esto sucede, es muy habitual ver las plantas achaparradas, con los bordes marrones, pérdida de flores, de frutos, con follaje clorótico (pérdida del color verde por amarillo huevo), opaco y sin crecimiento.
Estos síntomas se visualizan mucho en veranos cálidos, secos, con bajas precipitaciones y humedad ambiente, con riegos automáticos.
¿Qué hacer para que esto no suceda?
Debemos regar con abundante agua semanalmente, para lavar las sales que se fueron acumulando con el tiempo. Es fundamental bajar la concentración de sales en el perfil e hidratar las raíces con el agua que va a penetrar por el peso de la gota, la misma gravedad, para que las raíces puedan nuevamente volver al proceso de ósmosis de manera natural.
El riego abundante humecta y logra que el suelo entre en “capacidad de campo” (el contenido de humedad que es capaz de retener un suelo después de haber sido saturado con abundante agua, sin encharcar), lo que desplaza al sodio hacia las capas más profundas del suelo, ya que este es muy móvil y fácil de disolver. Es decir, no debemos realizar riegos cortos y frecuentes porque solo estaremos llenando el suelo de sales en la superficie.
Ventajas de riegos abundantes
Realizar riegos abundantes cada 7 o 10 días tiene varias ventajas:
- Rustifica a las especies, que logran tolerar mejor los veranos secos y calurosos, por tener buen desarrollo radicular.
- Activa el crecimiento de las raíces. Estas crecen en profundidad, en las zonas donde pueden extraer agua y nutrientes. Lo contrario sucede con los riegos cortos: las raíces se desarrollan superficialmente, no crecen, y generan plantas achaparradas.
- Con los riegos semanales cuidamos el consumo de agua de las napas y les damos tiempo a que recuperen su nivel freático.
- Simultáneamente, el agua de las capas subterráneas baja los niveles salinos, diluyendo las sales por el aumento del volumen de agua.
En qué momento del día regar
Debemos regar siempre en horas de luz solar ya que:
- Bajamos el impacto de la temperatura.
- Colaboramos con el proceso de la fotosíntesis.
- Mejoramos el movimiento de todos los nutrientes que se encuentran en el suelo.
- Creamos un ambiente saludable para las hojas y raíces.
- Bajamos la cantidad de insectos que están en el follaje, tallos y raíces.
Durante el día las plantas realizan el proceso de fotosíntesis, liberando oxígeno y bajando la temperatura del ambiente, como grandes pulmones y radiadores. Ese es el motivo más importante, ellas consumen mucha energía para fotosintetizar y a través del agua de riego la recuperan.
Durante la noche las plantas respiran sin la necesidad de tomar agua. El agua que les proveemos de noche no es utilizada hasta las horas de luz; queda entonces a expensas de microorganismos y hongos, ocupa el lugar del aire e impide que las raíces respiren. Suben así las probabilidades del desarrollo de patógenos. Este hábito es más perjudicial para el caso del césped, cuyos tallos y hojas tocan directamente el suelo mojado o encharcado.
Cómo contener el agua de riego
Dichos componentes enriquecedores de materia orgánica generan una estructura de macroporos que favorece la exploración de las raíces, aumenta el oxígeno en el suelo y permite un excelente drenaje del agua.
La cobertura con corteza de pino es indispensable para mantener el agua de riego. La corteza, en el proceso de descomposición, activa microorganismos benéficos que colaboran con la acidez del suelo y la metabolización de los nutrientes.