Con un estilo naturista, Sofía Blacker y Valentina Arruabarrena diseñaron un jardín que conjuga la funcionalidad en cada espacio con el medio ambiente, teniendo como eje principal la casa
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La premisa de este jardín fue anclar la casa al entorno: la cancha de polo, la avenida de plátanos y el inmenso horizonte. Se buscó integrar el paisaje mediante curvas, con plantaciones sueltas y la paleta de colores del cielo. Para imaginar este jardín se tuvieron en cuenta los requerimientos del cliente.
Esto llevó a la sectorización y a darle funcionalidad a cada uno de los espacios proyectados: pileta, huerta, estacionamiento, lugares sociales y de privacidad. La pileta se pensó como un espejo de agua oscuro que se mimetiza con la plantación, junto a un deck de lapacho superpuesto que invita a disfrutarla.
Los muretes que se repiten en todo el jardín se vinculan entre sí. Fueron planteados del mismo material y color de la casa. Realzan la plantación por su contraste y sirven de asiento para percibir el jardín desde distintas perspectivas. Las herbáceas y arbustos del proyecto fueron elegidos para tener estructura y atractivo en todas las estaciones.
Se escogieron pocas variedades con el fin de reducir el mantenimiento y unir el jardín, “cosiéndolo” con plantas que se repiten. Otra característica de estas especies es su aporte ecosistémico, ya que todas atraen mariposas y polinizadores, creando un jardín más biodiverso. Los caminitos laterales invitan a recorrer el lugar y así descubrir los colores, aromas, movimientos y texturas.
Algunas de las especies nativas utilizadas fueron: Acca sellowiana (falso guayabo) como cerco, Eugenia unif lora (pitanga o ñangapirí), Myrcianthes cisplatensis (guayabo colorado) y Solanum rantonnetii. Para el diseño del jardín delantero se plantaron especies como Croton urucurana (sangre de drago), un árbol nativo muy particular y de rápido crecimiento, junto con Dietes bicolor, Salvia procurrens, Pittosporum tobira ‘Nana‘, Tricyrtis hirta, entre otras.
Los patios proyectados con binder de dolomita cumplen la función de transición entre la casa y el césped, donde se generaron espacios de estar y una huerta en cajones de durmientes. Emergen entre la piedra Ceratostigma willmottianum, Persicaria amplexicaulis ‘Red Dragon’, Polygonum capitatum, Salvia chamaedryoides, Echinacea purpurea ‘Alba ‘, Erigeron karvinskianus, entre otras.
Los maxicanteros en curvas del jardín trasero tienen como finalidad generar sectores e integrar la cancha de polo, desdibujando los límites del terreno. Están compuestos por una matriz de Salvia ‘African Sky’, Agastache foeniculum, Pittosporum tobira ‘Nana’ y Andropogon gerardii, todas especies con similares requerimientos.
El cantero de atrás de la pileta está salpicado con Pittosporum tobira ‘Nana’ y –como base de la plantación– se aprecia la gramínea Andropogon gerardii, que tiene un otoño espectacular por su follaje colorado con una inf lorescencia vistosa.
En una segunda etapa de plantación se incorporaron bulbos de invierno, para que brindaran una mayor cobertura del suelo en esa estación en la que se pierde la parte aérea de varias herbáceas para descansar. Jacintos del bosque, junquillos y muscaris ayudan a combatir malezas y proteger la microbiología del suelo.
De esta manera se pudo cumplir con la idea rectora de incorporar el paisaje y hacerlo propio, con planos y profundidad desde la galería de la casa que desdibujan los límites y sugieren que el terreno continúa.
También se cumplió con el objetivo de contribuir al ambiente con el uso de un 70% de plantas nativas para generar un jardín sustentable en el tiempo, con composiciones que, en conjunto con el suelo y el clima del lugar, forman ecosistemas que disminuyen requerimientos y aumentan la biodiversidad, irradiando sensaciones a través de formas, texturas, colores, aromas y movimientos.
LA NACION