Con amor por los árboles desde chico, pero sin saber hasta dónde llegaría, el dueño de este lugar creó un verdadero arboretum.
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A comienzos de la década del 80, José Ernesto Schwarzböck comenzó a crear un parque a orillas del río San Antonio, en la primera sección de islas del Delta. Hoy son alrededor de 100 hectáreas, de las cuales 5 constituyen el jardín con la casa y, el resto, el arboreto en el corazón de la isla, con bosques implantados y pajonales vírgenes con caminos para su visita. “Me crie en la quinta de mis padres en el Tigre continental, con diversidad de árboles añejos en un parque diseñado por un prestigioso paisajista. Allí comencé a conocer y distinguir las distintas especies, y a germinar semillas de árboles, particularmente de palmeras”, cuenta José Ernesto sobre sus inicios. Y así siguió su camino, a través de la observación, de las pruebas, de la curiosidad.
“Recién casado me radiqué unos años en Europa por cuestiones laborales. Aproveché la oportunidad para visitar infinidad de parques y bosques emblemáticos en distintos países, que me impactaron profundamente”. Totalmente autodidacta y con el deseo de su propio bosque, compró un terreno donde solo había pajonales con escasa fronda, varios montes de ceibos, ligustros, fresnos y otras pocas variedades que fueron debidamente preservadas.
“La idea inicial era plantar simplemente variedad de árboles formando un bosque, los cuales provenían en parte de mis propios almácigos, como los robles y las palmeras”. Sin saber en ese entonces que su proyecto había recién comenzado.
Los espacios se fueron ampliando con el tiempo mediante la sucesiva incorporación de lotes y fracciones contiguas. Esto permitió desarrollar la idea de crear un verdadero parque y arboreto con la debida caminería, preservando los pajonales, los montes autóctonos, la fauna existente, como carpinchos y nutrias, entre otros.
La permanente ampliación de espacios exigió reubicar árboles ya plantados y crear nuevas vistas. Como la idea seguía siendo configurar un bosque para ser recorrido, se construyeron múltiples caminos y senderos en el interior de la isla. Hoy predominan especies con capacidad de supervivencia en tierras inundables, por sobre todo Taxodium (ciprés calvo) y Quercus palustris (roble de los pantanos).
En las zonas más altas se plantaron distintas especies, donde predomina una gran variedad de palmeras, con más de 20 especies distintas. Además, en el jardín, hay un monte de frutales y nogales de nueces pecán. Es particularmente gratificante recorrer los caminos del arboreto, donde las distintas especies fueron plantadas en grupos extensos. Estos conjuntos que bordean los caminos y se van sucediendo están constituidos por cipreses calvos, liquidámbar, robles, palmeras, alcanfores, del silencio absoluto inmerso en una naturaleza tan frondosa a pocos minutos de la gran ciudad. Allí el otoño regala también una explosión de colores.
DESAFÍOS DEL DELTA
La construcción de caminos fue más fácil en zona de albardones. En los pajonales, en cambio, que en algunos casos fue inevitable atravesar, los caminos realizados se fueron hundiendo totalmente hasta desaparecer. Sucede que los pajonales no tienen estructura de tierra firme, sino que es vegetación en un ambiente acuoso, cuyas raíces y el lodo que se forma con las mareas van dando una débil estructura de suelo.
Como felizmente había forestado con cerca de diez mil sauces con subsidio del Instituto Forestal Nacional, utilizaron madera de sus troncos para enterrarlos debajo de los caminos para darles base y sostén.
Para evitar alterar los flujos naturales del agua en los pajonales y humedales, en paralelo a los caminos se construyeron zanjas de entrada y salida de agua que se conectan con los arroyos principales. En el jardín, que tenía zonas más altas y más bajas, se hizo un importante trabajo de relleno con troncos de sauce o arena bombeada desde barcos amarrados a la costa. Todo debidamente cubierto con una importante capa de tierra. Esto fue lo que permitió plantar un parque de variadas especies y más tarde sumar la casa.
Otro desafío, o más bien sorpresa, fue perder gran cantidad de cipreses calvos plantados inicialmente, ya que su corteza joven servía de alimento a las nutrias en época de inundaciones. Es que las grandes mareas ocasionan importantes trastornos, que incluyen también cortes de luz, caída de árboles, rotura de muelles y puentes.
“En la isla, en algunos lugares puntuales y a cierta profundidad, descubrimos una alta concentración de acidez en la tierra por intensa fermentación de material orgánico, que produce la muerte de los árboles cuyas raíces entran en contacto”, comenta José Ernesto. Sin embargo, cada reto lo fortalece. Y ya tiene planes para el futuro: “Seguiremos incrementando y adaptando variedad de palmeras. Tenemos más de 20 especies, pero siempre hay nuevas por descubrir”.
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