El artista que tiene su boutique de flores en Retiro cuenta cómo llegó a unir sus mundos creativos y a convertirse en un codiciado ambientador de alta gama; el domingo 27 estará en Jardín Fest.
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Las flores fueron el principio de todo y hoy están ahí, en cada una de sus creaciones, por más que sean obras que adopten otras figuras. La flor es la génesis para Gerardo Acevedo, quien estará el domingo 27 de octubre a las 17 en Jardín Fest para compartir su historia. Cuando era un niño introvertido podía pasarse horas observándolas: en un campo, en un florero, en un dibujo. En la contemplación de ese silencio solitario encontraba mayor diversión que en jugar con otros chicos. A los 14 años, cuando sus padres le impusieron que saliera de su casa y que interactuara con personas, fue a pedir trabajo a un negocio del barrio. El objetivo era vencer la timidez, sacar afuera algo que guardaba que se aferraba a quedarse adentro suyo. No es casual que haya ido a buscar ayuda a una florería japonesa. Empezó como cadete y terminó armando ramos, no sin antes aprender secretos que aplicaría durante toda su vida profesional.
Hoy Gerardo Acevedo está al frente de La Gracia, una coqueta tienda de flores en Retiro. Pero no es florista a secas, él es artista y se desempeña principalmente como ambientador; la florería es la nave insignia y su base de operaciones. Lo suyo es la creación, la decoración, el diseño de espacios para ocasiones especiales. Y ahí, en la conjugación de varias facetas que hacen al todo, siempre está la flor.
SEGUNDA FLORACIÓN
La Gracia no es el primer local a la calle de Gerardo Acevedo. En 1999, cuando las flores se vendían solamente en kioskos, abrió las puertas de Kenzan, un concepto experimental de negocio con el que quiso “jugar al florista” de un modo acorde a su estilo. Estaba ubicada en Arenales y Libertad y, si bien funcionó, en 2001 no logró sobrevivir a la debacle económica del país. Con La Gracia volvió al ruedo recargado en 2021.
¿Por qué nuevamente abriste una florería?
Fue la revancha. Me quería dar el gusto, tener una nueva oportunidad y me sentía en otra posición. Cuando vino la pandemia y dejaron de hacerse eventos, todo lo que se volcaba a las ambientaciones quedó latente y encontré el espacio para volver a esta idea.
¿Qué te enseñó la experiencia con Kenzan?
Que hay un tiempo para todo. Fue muy lindo y tuvo muy buena recepción, pero no era el momento. Por las situaciones del contexto y porque ahora estoy parado en otro lugar, con más años, con más experiencia y con mucha red. Antes me encontraba bastante solo con el proyecto y ahora estoy rodeado por mucha gente que fui conociendo, trabajo con un equipo que hace magia. El factor humano es completamente diferente. Reforcé el concepto de las flores, conocí profesionales que me hicieron crecer un montón. Además, no empecé de cero ahora y este local no requirió de una gran inversión porque la gran mayoría de las cosas son recicladas del taller. Llegué acá con mucho, nada que ver con la vez pasada. Para mí fue como muy loco encontrar este local hermoso y para el barrio también fue como una sorpresa. Con años de experiencia y de crecimiento en el medio, recuperé la esencia original de aquel proyecto, que siempre estuvo en lo que hago, pero que se venía expresando de otras maneras.
¿Cuál es la esencia del proyecto?
El objetivo mío es jugar con los materiales, que no sea una florería estándar donde la gente solo se lleva un ramo, quiero que salgan de mi tienda también con imágenes, con una sensación, con inspiración. Quiero provocar algo.
Ahí es donde el florista le da paso al artista…
Exactamente, porque no es una cosa o la otra. Son ambas.
Hablabas del equipo de trabajo, ¿cómo es?
Es sensacional. Formo parte de un grupo de gente en el que se trabaja con una inconformidad máxima. Somos un equipo y todos somos hacedores. Los chicos no me dejan pasar una, están siempre como un paso más adelante. En este mundo genial, trato de subir la vara: lo que hago se tiene que ver lindo acá y en Francia, acá y en Londres, acá y en África.
"Quiero que la gente salga de mi tienda con flores. Pero también con imágenes, con una sensación, con inspiración."
¿Cómo y cuándo aparecen las flores como un elemento importante en tu desarrollo creativo?
Las flores estuvieron siempre como patrón estético que llamaba mi atención. Yo no crecí en una casa que hubiera estado decorada especialmente, pero había muchos detalles en los que me fijaba y ahí estaban las flores: desde los manteles hasta una lámina o una postal de cumpleaños… Mi papá viajaba y de pronto traía un repasador de Holanda, con flores en colores vibrantes y yo me quedaba hipnotizado. La magia estaba ahí. Me podía pasar hasta 15 minutos mirando una flor de un jardín, o de un cantero; se ve que eso me atrapaba siempre. Pero la verdad es que nunca dije, “cuando sea grande quiero ser florista”, o voy a ser decorador. Sin embargo, las flores fueron como una especie de ladrillo de todo lo que fui construyendo.
¿Cómo fueron tus primeros pasos en la florería profesional?
Cuando entré a trabajar en la florería que había cerca de casa la idea era hacer repartos que me obliguen a hablar con la gente. Ahí fui aprendiendo un montón de cosas que iban a ser fundacionales. El encargado me enseñó tips muy importantes en un momento como ese. Porque era otra época: los arreglos tenían reglas mucho más estrictas en lo formal que ahora. Para mí estaba buenísimo y se dio que yo empecé a hacer arreglos para una amiga de mi hermana y entonces él me ayudaba, fue muy severo hasta que se relajó porque vio que me salían bien. Así fue mi primer acercamiento a las flores y lo que me dio la base para llegar a lo que vino después.
¿Después vino el Hotel Alvear?
Sí. La mamá de un amigo mío era decoradora de flores y se encargaba de todos los arreglos del Alvear. Yo tenía 16 años, pero ya estaba metido en esto. Un día mi amigo me ofreció presentarme a su mamá, que era muy grossa. Y ahí me fui al hotel donde habré estado tres o cuatro años, absolutamente todos los días mantenimiento las flores. Fue un entrenamiento muy intenso. El volumen de flores que se manejaba era muy grande, la curaduría muy exquisita. Se trabajaba a un nivel súper obsesivo. Una gran academia. Fue como, para un bailarín, formarse en el Colón. Me costaba un montón, pero siempre supe que quería superarme. Después del Alvear me ofrecieron hacer en la Casa Rosada.
¿En qué consistía tu trabajo en la Rosada?
Iba dos veces o tres veces por semana a llevar arreglos y a ocuparme de mantener las flores. Significó el acercamiento a un lugar muy emblemático. En el Alvear se manejaba mucho glamour también, pero en la Casa Rosada tenía otra investidura, además, me encantaba.
¿Debió ser un estilo muy rígido comparado con el que más tarde manejaste como artista?
Bueno, sí, pero también ahí surgió cierta libertad creativa. Porque empecé a pedir permiso para usar las instalaciones para hacer experimentos y por ejemplo decoraba toda la fuente del patio, rodeada por palmeras y con un angelito, de una manera poco tradicional, y hacía fotos. O una consola espectacular con relojes que usaba como marco para armar arreglos. Hacía las fotos y los sacaba. Era muy loco, tenía una escena perfecta y medio como que me mimaban, me dejaban desplegar ahí a lo artístico. Yo valoraba mucho poder estar en esos lugares, que eran inaccesibles, para mí y para el resto.
Hasta ahí las flores las usabas con un criterio ornamental, ¿cuándo aplicás esa veta artística profesionalmente?
Teniendo ya mi florería me ofrecen el mantenimiento de flores en el que ahora es el Sofitel de Posadas. Me piden decorar el restaurante. Yo estaba usando unos papeles de pergamino italianos y me puse a experimentar. Me lancé y dije “si no les gusta que lo saquen”. Era una instalación que nos llevaba a romper el paradigma de que sólo se podían hacer arreglos con flores naturales. Bueno, gustó. Y la gente incorporaba bien cosas que en ese momento eran muy locas. Uso la flor como un argumento, como una excusa, que después se puede reemplazar con cualquier elemento o material. Uno no puede imaginarse que en la naturaleza haya algo imposible. La naturaleza tiene todo y más. Esa es mi base: en lo que hago yo también creo que no hay limitaciones, no me las impongo.
"Las flores fueron como una especie de ladrillo de todo lo que fui construyendo."
¿Cuánto sabés de flores y de jardinería?
Para poder armar arreglos tenés que saber mucho de flores a nivel de la durabilidad de cada una, el tipo de corte. Pero yo siempre me relacioné y trabajé con flores de corte. Si bien voy tres veces por semana al mercado a elegir nuestras flores y ya los conozco mucho a todos, en un punto para nosotros siempre es como un misterio dónde están los viveros, dónde están los cultivadores. Hablo con ellos y les hago muchas preguntas por curiosidad, no por una necesidad de dominio de esos saberes. Mi materia prima es la flor fuera de su entorno de origen. Pero a los 52 años por primera vez tengo una casa en la naturaleza y estoy armando un jardín, lo cual me expone a la otra parte y me hace sentir algo nuevo con respecto a las flores.
Hiciste el camino inverso al que se recorre habitualmente…
Claro, yo empezaba con la flor en otro punto de su desarrollo, esta es la primera vez que vuelvo después de unos días de no estar y veo las amapolas florecidas y no lo puedo creer, realmente, un nivel de sorpresa increíble. Y entender algo sobre unos tiempos que desconocía: de repente en 15 días explotó un roble de 20 metros que estaba pelado y quedó todo cubierto de hojas y flores.
¿Esta experiencia modificó en algo tu mirada en el trabajo?
Yo siempre fui consciente de que detrás de cada uno de los puestos del mercado de flores hay mucho trabajo, hablo muchísimo con los productores, pero sí, empiezo a ver esos procesos con otra comprensión. De todas maneras, mi trabajo sigue siendo del cuidado de la flor en el florero, en otra etapa.
"En la naturaleza no imposibles. En lo que yo hago, no me impongo limitaciones."
¿Estás disfrutando de hacer tu jardín?
Muchísimo. Me resulta fascinante disfrutar esto lo más desde cero que te puedas imaginar. Al estar viendo en la primavera en el jardín no sólo veo cómo brotan las flores y entiendo todo su proceso, sino que la flor de corte que yo trabajo ahora la veo como un instante de ese proceso, que distingo cuál es, qué escena de la película es esa foto que yo tomo para crear una nueva historia. Y también tomé dimensión de los tiempos que se toman las flores, toda esta evolución en su ritmo natural.
¿Cuál es la clave para armar un buen ramo?
Para mí tiene que ser armónico y que no se vea forzado. Elegante, porque la flor se tiene que ver linda, y tener carácter. Pero cuidando que no luzca exigido el arreglo, que la grandilocuencia sea natural para que la gente lo disfrute en eso que viste, que acompaña. Hay que pensar también dónde va a estar ese ramo. Cómo es el ambiente, si una caja oscura o un lugar con mucha luz, entender con qué tipo de muebles va a convivir y visualizar las flores en el entorno.
¿Cuáles percibís como tendencias de la florería contemporánea?
La tendencia para mí siempre va a estar regida porque lo que uno ve bello. Y en ese sentido yo te puedo decir que es tendencia esto y vos ver que es otra cosa. Cada uno tiene que tener su tendencia y ser fiel a lo que le gusta. Claro que hay modas, como también hay innovaciones. Ahora se están haciendo unos arreglos impresionantes, ya no estamos en la era de un puñado de flores y un osito de peluche, eso es moda tendencia de algún modo: hoy aparecen los hongos, las frutas, las verduras, los caracoles… todas esas piezas en convivencia con las flores.
Vos usás también huevos en tus arreglos.
Muchísimo. Lo lindo para mí es jugar con las flores, meterte en un jardín creado. Es como extraer algo de la naturaleza y poder observar diferente. También está el otro punto en las tendencias, el minimalista. Ese arreglo muy simple que alcanza una linda estructura y a veces no hace falta sumar casi nada ni mezclar. Un vaso con una rama verde puede ser un arreglo perfecto.
DE LO ARTESANAL AL ARTE
En la florería de Retiro, los movimientos son sutiles: cortar unas hojas, disponer varillas en agua, apreciar los colores, conversar con una clienta, escuchar música apacible, ponerle moño a un ramo, sentir el perfume en un espacio impecable. En el taller se aplica fuerza: cortar metales, construir estructuras, cargar peso, pisar polvo y aserrín, el olor fuerte de productos químicos-. Entre estos mundos antagónicos, el punto de equilibrio.
"Uso la flor como un argumento, como una excusa, que después se puede reemplazar con cualquier elemento o material."
La factoría está en Chacarita, allí se desarrolla la parte más “dura” de este trabajo artesanal. Todo está creado y construido ad hoc en la constelación de elementos que forman parte de una ambientación de Gerardo Acevedo. Nada es comprado -”tal vez las velas”, se excusa él- en esta creación de un espacio para una celebración en la que el sello distintivo justamente es ese: partir de la nada con una idea, llegar a un espacio vacío -generalmente un salón- y concebir un mundo tan maravilloso como efímero. Un jardín con flores gigantes de papel y luces, un bosque de limones, una selva, un paisaje surrealista, un mar de flores.
El proceso creativo de Gerardo Acevedo no es racional, él escucha el deseo, conecta y propone lo que le surge.
Es un poco un trabajo escenográfico crear estas atmósferas.
Sí, tiene mucho que ver con eso. Desde Disney hasta Vatel pasando por la Ópera, todo sumó a ir formateando lo que hago.
Que te encarguen una ambientación, ¿cuánto te condiciona creativamente? No me condiciona. Yo tuve la suerte de contactar con gente que para mí es muy genial y que me diera libertad sin indicar poné esto o poné lo otro. Las personas empezaron a entender que nada es tan raro, nada es tan diferente. Y a confiar. Llegamos a un punto en el que no nos privamos de nada. Es puro juego lo que hago.