Great Dixter es un jardín icónico del siglo XX. Su dueño, antes de fallecer, lo convirtió en una Fundación que hoy dirige su protegido, Fergus Garret.
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Para prosperar en lo suyo, toda estrella necesita un buen maestro, un lugar donde sentirse protegido y la libertado de florecer en libertad. Eso le sucedió a Fergus Garret -al igual que Messi-, hoy considerado uno de los jardineros más innovadores e influyentes del mapamundi, aún cuando él afirma que lo que más disfruta es “el trabajo físico de la jardinería, para irme a dormir tranquilo”. De madre turca y padre inglés, recibió la Medalla de Honor de la Reina Victoria, otorgada por la Sociedad Horticultora Real -algo así como el balón de oro, por seguir la metáfora-.
¿Dónde inicia esta historia? En el deslumbrante jardín Great Dixter. En el condado de East Sussex, tres edificaciones de ensueño -una de ellas medieval, las otras añadidas en los siglos XVI y XX- reciben a los visitantes que cada día se acercan a conocerlo. En la frontera entre Kent y Sussex, lo que deslumbra es el jardín. El mismo que durante muchos años cuidó y cultivó el dedicado jardinero y escritor Christopher Lloyd, también cocinero autodidacta. Entre sus libros se cuentan The well tempered gardener (1970) y The adventurous gardener (1983). Considerado un jardinero provocador, en el primer libro se lee: “La jardinería nunca te dará más de lo que pusiste. De vez en cuando, parecerá que vale la pena un trabajo extra y -tal vez- el resultado sea excitante. Sentirás, entonces, que llegaste a algún lugar. El esfuerzo sólo es molesto cuando estás aburrido”. Para él, la jardinería era un arte, pero también un oficio donde cada temperamento se expresa a su forma. “Estará aquel que prefiera la delicadeza de un crisantemo o la propagación de una cebolla”. Sus libros, un recorrido exhaustivo por su labor diaria, con trucos, detalles, pruebas y errores, son consideradas biblias por los horticultores y amantes de las plantas de todos los continentes. Su humor y formalismo remiten a ese humor inglés, recto y prejuicioso, maravillosamente encantador. Fue el maestro que todo gran jardinero necesita.
El inicio
Lloyd heredó el amor de las plantas de su madre, Daisy. Su padre había comprado las 23 hectáreas de Great Dixter en 1910 y le encargó a a Edwin Lutyens que ampliara los edificios del siglo XV. Fue Lutyens quien trazó los lineamientos del jardín: una serie de espacios formales que aún hoy subsisten. Al morir su padre, la viuda heredó las tierras y animó a Lloyd estudiar horticultura en Wye College, donde fue profesor hasta 1954. Entonces regresó a su hogar para abrir un vivero especializado en clemátides y plantas poco comunes. Al morir su madre, heredó Great Dixter junto a su sobrina, Olivia.
Así comenzó su etapa de experimentación con borduras mixtas, un hito en la historia del paisajismo, donde Lloyd combinaba arbustos y herbáceas perennes. Muchos años después, en 1993 y ante el horror de muchos expertos, el jardín eduardiano de rosas (de 70 años de edad) fue retirado y reemplazado por palmeras de osados follajes, como cañas y bananos. Fueron combinados con verbenas, dalias y trepadoras para dar mayor interés al jardín durante el final del verano, pero que en realidad se extienden de abril a octubre.
Los caminos angostos –otra de las marcas registradas de Lloyd- dan una sensación corporal de cercanía con la vegetación, mezcla de intimidad y seguridad. Su expertise se expande a la horticultura y la cocina. Escribió también sobre el placer realizar platos con frutas y verduras de su propia cosecha. Era una cocina simple pero deliciosa. El libro fue un éxito.
El legado
Fergus Garret es el jardinero en jefe del jardín donde trabaja desde hace más de 20 años. Nacido en Estambul, es responsable también de la fundación que dirige Great Dixter Charitable Trust –conformada por el propio Lloyd antes de morir, para preservar su legado. Es considerado el Messi de la jardinería
“Christo [ndr: así lo llamaban a Lloyd] fue mi mentor, era un hombre curioso, muy enfocado en sus plantas e invitaba gente los fines de semana. Tuvimos una gran amistad y él se convirtió en una figura paterna para mí. Hablábamos de plantas, compartíamos momentos. Era muy gentil y generoso”, afirma Garret.
“Este lugar nunca fue tradicional, más allá del edificio. Fue inconformista, excéntrico, cambiante, flexible e innovador. Eso me lo inculcó él”, agrega y detalla: “Si algo no funciona lo sacamos y ponemos algo nuevo. Si tengo que regar mucho esa rosa, llenarla de fertilizantes y no florece, no funciona. Esa era su resiliencia y así nace la experimentación”.
En efecto, el trabajo de Garret es preservar la estética original con toques contemporáneos. El jardín es parte de la comunidad y se nutre de alumnos que acuden en busca de un sitio donde descubrir el oficio y llevarse el instinto de probar nuevas técnicas. En el camino, setos y senderos dejan ver hierbas, arbustos y enredaderas, lo cual logra extender el periodo de floración. Lo que no se ve a primera vista es que cada tallo es ligado uno a uno. “El trabajo de ligar los tallos no exige tanto tiempo como parece. Sólo ligamos las plantas que nos dan mucha belleza y procuramos que no se vean”, explica Garret.
En el jardín exótico, el banano y bambú dan un hermoso paisaje selvático. Justo lo contrario del topiario, donde las plantas tienen formas artísticas. Los prados salvajes son algo típico, acá poco puede verse del césped, algo que hoy es tendencia. “Esperamos que la última flor parta sus semillas y las raras las tenemos por dejarlas tranquilas hasta último momento”, resume Garret. La flora y fauna se desperezan y encaran sus andanzas libremente en un jardín donde todo parece haber sido hecho a su medida. Y así fue.
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@fergusmustafasabrigarrett
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