La inició hace 11 años, con unos cactus comprados en una cadena de hipermercados, y desde entonces no para de crecer. Atraída por sus formas y colores, fue aprendiendo sobre su cultivo y hoy da talleres a gente de distintas partes del mundo.
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Sus plantas son lo primero y lo último que María Teresa Cordeyro ve al abrir los ojos a la mañana y por las noches, antes de dormirse. “El jardín de la alegría”, le llama a su colección de suculentas, un enorme grupo de plantas que le fascina y de la que atesora unos 500 ejemplares en el balcón aterrazado de su casa de Olivos, en la zona norte del Gran Buenos Aires. Cuidadosa y estudiadamente ubicadas en gradas que ve todos los días desde su habitación, completan una silenciosa tribuna vegetal que comenzó hace 11 años y no para de crecer.
Diseñadora gráfica, de 48 años, madre de un varón de 16 y de una mujer de 13 años, socia de su marido en un estudio de diseño, Tere, como la llaman quienes la conocen personalmente y quienes la siguen a través de su cuenta de Instagram @tereluck, empezó a coleccionar suculentas cuando se mudó con su familia a la vivienda que habita actualmente. El fuego de este amor que alimenta con dedicación y mucho estudio se inició con unas poquitas plantas compradas en una cadena de hipermercados, pero de a poco, el gusto por tenerlas en casa fue en aumento hasta convertirse en una pasión repleta de hojas carnosas y espinas.
“Tengo una conexión muy fuerte con estas plantas por su morfología, sus texturas, sus tonalidades cromáticas. Todo eso me conecta con la mirada visual que acarreo por mi profesión, soy una persona muy estética -cuenta Teresa-. Me maravilla el mundo natural por lo perfecto que es”.
Cuando viaja, cuando conoce a otros coleccionistas, cuando descubre una nueva especie y se decide a rastrearla hasta encontrarla, cuando, como le ocurrió el año pasado, otros fanáticos como ella dejan el país y deciden legarle parte de su tesoro, la colección de Teresa aumenta. Son todas suculentas, explica, y dentro de este grupo, la mayoría son cactus. Ellos, dice, son su “debilidad”, aunque todas las demás también le gustan, las quiere, le interesan.
Aprendió sola a cuidarlas. Un poco de prueba y error, mucha observación e investigación y sí, alguna que otra lamentable pérdida, le permiten hoy tener a sus plantas sanas y, salvo alguna intrusión indeseada, libre de plagas. En un ambiente húmedo como Buenos Aires, cuenta que descubrió que el secreto para el buen desarrollo de estas plantas capaces de sobrevivir mucho tiempo en climas áridos, es el sustrato. “Ese fue mi recurso para que se adaptaran bien a las condiciones del lugar. Y van bien”, dice. Su “tribuna”, como la llama, está a la intemperie la mayor parte del año, y solo cuando llueve incesantemente, las protege debajo de un toldo, como le recomendó la paisajista Marisa Kohen.
“Resisten todo. Hay un aspecto psicológico que me une a ellas, lo estoicas que son. Desde lo formal, sobre todo en los cactus, algo tan rígido, da una flor delicada que no se puede creer y te lleva a decir ‘¿Cómo sucede eso?’. Tengo un Pachyphytum que este verano dio 15 megaflores al mismo tiempo, fue una fiesta”.
Que las plantas florezcan, para ella, es eso: una fiesta. Una experiencia entre mágica y gloriosa, porque más allá del encanto y el asombro que produce que plantas tan rústicas den floraciones tan delicadas, es lo que le permite a Teresa profundizar en un aspecto del cultivo que hasta ahora no había explorado: la multiplicación por semillas.
Su proyecto, después de una cuarentena en que se dedicó más que nunca al cuidado de las plantas y la investigación, de una época en la que además se lanzó a vender algunos ejemplares y dar cursos online, es hacer una incubadora. “Para eso hay que tener espacio y paciencia. Estoy en ese plan, va a ser una manera de cerrar el círculo -dice-. Es decir, lograr que las plantas sean polinizadas y se propaguen. En su ambiente natural, lo normal es que caiga una semilla al suelo y nazca una nueva planta, pero no lo es en nuestro ambiente debido al clima y la humedad. Entonces, hay que interceder”, dice.
Para ayudar en ese proceso intenta no utilizar productos químicos, porque hacerlo alejaría a los insectos polinizadores. Solo los usa si son estrictamente necesarios y en dosis mínimas. “Al haber tantas plantas, se genera un pequeño ecosistema, les gusta estar en convivencia. Trato de mantenerlas saludables con aceite de neem, jabón potásico y mucha observación. Evito los químicos para que vengan vaquitas de San Antonio, avispas, abejas, abejorros, moscas para las Stapelias, arañitas y lagartijas”, dice.
Tere Cordeyro nunca le quiso dar a su colección una veta comercial. Pero el surgimiento de los talleres online y la presencia de alumnos comenzó a rendirle algunos frutos económicos, con fanáticos que quieren aprender de ella o conectarse desde distintos puntos de América Latina, incluso también desde España. Con más tiempo en su casa, también se conectó con otras personas y conoció a expertos del universo de los cactus y suculentas, como la docente argentina Ingrid Sieburguer.
Hoy ya no vuelve de los viveros con sobrecarga ni compra suculentas en hipermercados. Selecciona cuidadosamente qué nuevo integrante pasará a formar parte de la colección y, antes de hacer un desembolso de dinero, lo piensa dos veces. La pasión se refinó y hoy el vínculo es más racional. “Ya no es lo mismo que al comienzo, no estoy dispuesta a pagar cualquier cosa, compro lo que sé que quiero mucho o lo que me deslumbra. Hay plantas que requieren ciertas condiciones de luminosidad o luz filtrada que no puedo ofrecerles. Además, mi espacio es acotado y ya está desbordado”, confiesa.
No lo dice así, pero sabe que el lazo que la une a las plantas no se va a cortar tan fácilmente. A su vejez, cuenta, la imagina en un terreno en las Sierras Chicas de Córdoba, acompañada, por su puesto, de su “Jardín de la alegría”. A esta altura de la relación no sabe si ella elige a las plantas o las plantas la eligen a ella. En cualquier caso, está segura de algo: el cultivo de suculentas y sus dilectos cactus está bien arraigado: “Llegó para quedarse y no me imagino mi vida sin seguir profundizando en este universo”.