Conocido como el “árbol de la vida” y “árbol madre”, este coloso de múltiples virtudes puede escalarse para ver la selva desde su copa.
- 4 minutos de lectura'
El río Amazonas, el más largo del mundo, nace en el volcán Mismi en los Andes peruanos, recorre el norte de Brasil y desemboca 7025 kilómetros después, en el océano Atlántico. En un solo día vierte al mar lo que al Támesis le lleva todo un año: 230.000 metros cúbicos de sedimentos por segundo avanzan hasta 200 kilómetros en el Atlántico. Es la cuenca más grande de la tierra, el pulmón del planeta, una maraña de afluentes, arroyos y canales que se entrelazan e irrigan 7 millones de kilómetros cuadrados de selva tropical.
Y allí, majestuoso, se eleva el rey de los árboles, el samaúma. Lo conocimos en un hotel de selva, hoy lamentablemente cerrado, el Ariaú Towers, ubicado 60 kilómetros al noroeste de Manaos, sobre el río Negro, uno de los dos afluentes del Amazonas. Nuestro guía Leónidas nos dio una larga charla sobre el árbol antes de llevarnos por un sendero elevado sobre palafitos hasta el samaúma y presentarlo formalmente.
Una plataforma en su base era el punto de partida y mientras nos colocábamos los arneses, tratamos de ver la copa, pero era tan alta que no se divisaba. Fuimos subiendo en altura con la ayuda de poleas y guantes y lentamente fue surgiendo una vista panorámica de la selva, el río Negro y sus infinitos afluentes. Los monos ardillas nos miraban sorprendidos por la intrusión.
Este portento verde puede llegar a los 60 metros de altura y haber cumplido 120 años. Ceiba pentandra, su nombre científico, se da también en América Central, África occidental y el sudeste asiático.
Entre sus bondades, la copa elevada por encima de todas las demás, protege y abriga otras especies y sus raíces tubulares -de hasta diez metros de altura- son capaces de absorber agua de las profundidades del suelo amazónico y aprovecharlo, no solo para sí mismo, sino para los árboles de su alrededor. ¿Cómo? En períodos específicos, cuando las raíces alcanzan determinado nivel de humedad, el samaúma suelta ese exceso de agua regando todo su entorno.
Sus frutos, cápsulas que llegan a los 15 centímetros, pueden contener hasta 175 semillas envueltas en una fibra natural similar al algodón que es usada para rellenar almohadones y colchones. De sus semillas se extrae un aceite que es usado para cocinar, para hacer jabones y hasta para lámparas, además de servir para combatir el óxido.
También posee propiedades medicinales: con la savia se elabora un ungüento para la conjuntivitis, las infusiones con su corteza son un buen diurético y están indicadas para combatir la malaria, algunas bacterias y hongos. Las raíces descubiertas en las márgenes de arroyos filtran el agua volviéndola potable. Y como si fuera poco, es hogar de numerosos insectos y aves, y sus frutos ricos en proteínas y carbohidratos alimentan varios animales.
Por todas sus virtudes el samaúma es llamado el Árbol Madre, Reina de la floresta, Árbol de la vida, entre otros nombres.
Los nativos de la Amazonia llaman a estas peculiares raíces “sapopema” o “sapobema”, derivada de una palabra de origen tupí “sau’pema” que significa “raíz chata”, porque son como láminas aplastadas que se elevan del suelo hacia el tronco. Recordemos que el idioma tupi-guaraní es el que más ha aportado nombres a la botánica junto con el latín, y que aún hoy son fuente de conocimiento clave para naturalistas y científicos.
Los indígenas utilizan las sapopemas para comunicarse entre sí en un especie de código morse: golpean las raíces que reverberan y el eco atraviesa largas distancias transmitiendo el mensaje.
Una de las tantas leyendas sobre el samaúma es que el Curupira, un ser mítico protector de la floresta muy importante en el folclore del norte de Brasil, golpea el caparazón de una tortuga contra las raíces para ver si están lo suficientemente fuertes para resistir tempestades y también para amedrentar a los invasores. El Curupira tiene el pelo rojo y los pies al revés, los talones al frente y los dedos hacia atrás para engañar la dirección de sus pisadas.
Los pueblos que viven en el Amazonas, muchas de ellas con escaso contacto con el exterior, consideran al samaúma un árbol sagrado. Creen que es un portal, invisible a los ojos humanos, que conecta esta realidad con el universo espiritual y que seres mitológicos como el Curupira entran y salen a través de él.
Colgados con nuestros arneses en lo más alto del árbol, recordamos el relato de Leónidas y por un segundo creímos ver unos cabellos rojos suspendidos de una hoja.