En las afueras de Buenos Aires, Soledad Vigil y su familia adquirieron un terreno donde lo único que se cultivaba era soja, y hoy es un jardín superabundante que esconde su verdadera edad
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Hace unos doce años, este terreno en Chacras de Murray era tan solo una gran superficie de tierra, que supo ser un monocultivo de soja. En el páramo, Soledad Vigil y su familia imaginaron su vergel. Con el vértigo de empezar de cero, pero con la desafiante posibilidad de elegir o inventar, comenzaron a crear un jardín bajo la forma de sus anhelos.
Primero llegó el agua. La vida que da vida. “Aprovechamos los desniveles y dragamos un arroyito natural. Con la tierra hicimos una lomada de contención y esperamos que resultara”, comentan los hacedores. Fue Soledad quien sembró la primera hectárea de césped. Así empezó a transformar ese paisaje en blanco y negro.
El paso siguiente fue convocar al estudio de paisajismo Stewart Murray para el diseño. Propusieron los montecitos de árboles y la base general del paisajismo. Así fue que plantaron los primeros ejemplares, en busca de la tan ansiada sombra.
Allí, predominan los colores otoñales, la estación favorita de Ignacio, el marido de Soledad. Se realizaron dos grandes plantaciones y luego la familia tomó las riendas, a medida que evolucionaba el jardín y surgían nuevas necesidades. Es que a veces observar y vivir el lugar permite tomar las mejores decisiones. Algunos planes se transforman y resultan en aciertos. Como sucedió con la casa.
Un gran galpón que se construyó para guardar herramientas, maquinaria y plantas terminó siendo su hogar. “Primero pensé en sumar un baño al galpón, luego una gran chimenea para hacer asados, un cuarto de invitados y terminó convirtiéndose en nuestra casa. Por supuesto que arreglamos ciertas cosas para su nueva función, e incluso instalamos paneles solares en el techo”, cuenta Soledad.
Luego de las primeras plantaciones, la naturaleza se manifestó en su abundancia y generosidad. Se empezaron a fundar las interrelaciones que permitieron que, al final, se desarrollara un ecosistema propio y diverso.
Los árboles fueron ganando en altura, las praderas naturales se expresaron a la par del fanatismo de sus dueños. “Inicié la huerta como algo chiquito en el piso y fue creciendo. Así pasó con todo el jardín. Todos los años vamos sumando cosas, cambiando otras, adaptando ideas a nuestra propia versión según lo que podemos abarcar. Por ejemplo, las paisajistas nos habían propuesto unos canteros de rosales hacia la laguna, pero terminaron en la huerta por cuestiones de riego. También, cuando construimos la pileta tuvimos que pensar el entorno. En definitiva, el jardín creció al ritmo de la dedicación y lo que íbamos haciendo”.
Después de sembrar la primera hectárea de pasto y ver lo maravillosa que es la naturaleza, lo generosa, me enganché. Hice algunos cursos, pero aprendí mucho experimentando y trabajando en la huerta durante la pandemia.
Soledad terminó de definir su amor por la jardinería durante la pandemia. Al convertir esa casa de fin de semana en hogar permanente, vivenció los ciclos de la naturaleza y creó su rutina en función del jardín. Allí residió su mejor aprendizaje. La huerta fue el principal escenario, donde también multiplicaba flores –como cosmos y zinias– para después pasarlas a los canteros. Siempre con la ayuda de su marido, quien tiene la perspectiva general del diseño y la afición por las paletas de colores.
Hoy son los robles, fresnos ‘Raywood’ y ‘Aurea’, caquis, perales, plátanos, ginkgos, sauces mimbre que marcan las estaciones y dominan el paisaje. Los generosos canteros curvos también proponen un interés estacional. Sin embargo, son las estructuras verdes las que sostienen el diseño a lo largo de todo el año.
La prueba y el error fueron parte del proceso. “Plantamos unos cornus cerca de la laguna y bajo unas palmeras, pero no sobrevivieron. Hay que ir probando sin miedo a la equivocación. Hay que ir domando el terreno”.
El último año construyeron un muelle en la laguna, que hoy ya mide una hectárea. El próximo desafío es plantar, investigar y probar acuáticas para extender el jardín en el espejo de agua. Así, vuelven al lugar donde todo comenzó, como en un movimiento cíclico vital, como las estaciones del año que se suceden indefinidamente con algo nuevo que ofrecer cada vez.