Descubre su obra resguardada en una “caja neutra” de diseño arquitectónico excepcional. Una visita imprescindible para apreciar el arte de Ocampo en un entorno único
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En 2007, el artista plástico argentino Miguel Ocampo inauguró su sala y museo con el fin de preservar y exhibir su obra. Además, como un aporte cultural a la localidad de la cumbre, recientemente declarada como poblado histórico nacional.
El arquitecto, pintor y diplomático argentino Miguel Ocampo se estableció en La Cumbre, Córdoba, en los años 80. Allí creó un museo anexo a su atelier y lo abrió a la comunidad para exhibir su obra. A cargo del arquitecto Sebastián Martínez Villada, el nuevo edificio presentó un programa simple: una sala principal y otra menor, depósitos de cuadros, hall de acceso, secretaría, sanitarios, office y sala de máquinas.
El proyecto estuvo inspirado en la escala de los pabellones de la Bienal de Venecia, y en el museo dedicado a Ernst Ludwig Kirchner, en Davos, Suiza, adoptando la solución de iluminación combinada natural-artificial con tecnología de avanzada. El concepto surge naturalmente como una “caja neutra” de planta trapezoidal, con acceso excéntrico e iluminación cenital, apoyada por servicios periféricos y contenida en un caparazón brutal.
La brutalidad del calicanto de los muros exteriores y el hormigón a la vista contrastan, deliberadamente, con la ligereza translúcida del lucernario, en un juego tecnológico que va desde la tradición constructiva jesuita en el entorno cordobés, hasta la aplicación de elementos industriales actuales para administrar la luz y la acústica de la sala. Como resultado de este juego, en el edificio se complementan lo opaco, que preserva tenazmente la obra contenida, y lo luminoso, que la exhibe en todo su esplendor.
Todo fue, y sigue siendo, un lento proceso en el que siempre cabe el sueño de mejorarlo. Nunca se pone punto final.
El diseño del jardín
En el terreno había una caballeriza abandonada entre cipreses lambertianos y cañas. Para generar el espacio necesario para el edificio hubo que hacer movimiento de suelos con palas mecánicas. Ese material se colocó hacia el frente, para crear la barranca sobre la cual se proyectó el jardín.
Se respetaron casi todos los árboles originales, una línea de pinos marítimos, molles, olivos, nísperos, talas y aromos. También debió hacerse una limpieza profunda del terreno para plantar, ya que la hiedra invadía todo y el suelo era pedregoso (aunque rico en humus y pinocha). La idea conceptual del jardín se desarrolló a partir del emplazamiento del proyecto arquitectónico, ubicándolo en la parte más ancha del terreno trapezoidal en el extremo del lote.
Así, se generó un recorrido ondulado y en subida hasta llegar al edificio. Mediante la explanada de grava con un estanque rectangular con un sistema de recirculación de agua, nenúfares y totoras, donde se refleja la fachada del edificio, se accede al hall de entrada que es una “caja de vidrio”.
Además de ser el acceso a la sala, conecta visual y físicamente dos patios, el trasero minimalista con un estanque, una línea de buxus y grava de uso en épocas de verano.
El jardín es un juego compartido a pleno con la naturaleza, que es lo que hoy se ve, un tapiz de colores y texturas de plantas resistentes al clima y de bajo mantenimiento. “Conociendo los largos tiempos sin lluvias, las rigurosas heladas y las infatigables hormigas que abundan, se fue creando con naturalidad. El deseo era claro: que la mano del hombre no fuera lo que se destacara y que permitiera que la naturaleza obre”, cuenta la paisajista a cargo del proyecto Susy Withrington.
Se plantaron macizos de arbustos y herbáceas perennes para dar estructura, como teucrium, pitosporum, buxus, hemerocalis, agapantos, iris de varios colores, bergenias, ophiopogon, kniphofias, cortaderas, lavandas, santolinas. También caducas, como Chaenomeles speciosa, ceratostigmas, Spiraea bumalda, Canna indica, rosas ‘Iceberg’. Todas las especies fueron minuciosa y deliberadamente distribuidas en manchas según la idea de su diseñadora y de acuerdo con el asoleamiento.
Se plantaron un tilo y una Araucaria angustifolia. “Plantar un ejemplar de araucaria fue un toque emocional, una concesión, como un sello personal hacia Miguel, que siempre admiró su esbeltez. Su infancia en el campo estuvo impregnada de estos árboles. Sentí que correspondía”, cuenta Susy. El jardín se riega por goteo, supervisado por un jardinero y la propia paisajista.
No bien uno traspasa el portón de entrada, hay un grupo de esferas de buxus, geometría que contrasta con el jardín de líneas curvas y grandes macizos. Para marcar el camino se utilizaron los bloques de granito de cordón de vereda puestos con un ritmo para alternarse con macizos de bergenias y ophiopogon. La escultura del jardín en hierro oxidado, como las puertas del museo, pertenece a Alberto Roca, muy respetado por Miguel como artista y como amigo.
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