Bettina de Anchorena nos muestra el proyecto que comenzó a armar hace más de 20 años en Colonia del Sacramento, Uruguay, en el que contó con una aliada: las plantas nativas.
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Desde 1997, Bettina de Anchorena planta nativas en su jardín experimental de la chacra familiar ubicada en Colonia del Sacramento, Uruguay. En sus 1,5 hectáreas, decidió armar un pastizal cuando los árboles nativos que plantó ya comenzaban a dar sombra y refugio a los pájaros y el resto de la fauna del lugar. “La idea desde el principio fue atraer a la fauna local. La flora nativa es mi aliada. Fueron años de probar con cortes del pastizal a distintas alturas, en distintos momentos del año”, cuenta la paisajista.
“Era un lote de un campo productivo ganadero. La existencia de especies como rye grass, Lotus corniculatus, Trifolium repens y T. pratense ayudaba a que la gramilla no avanzara con tantas ganas. En ciertos lugares ella era la reina”. Después de viajar por Europa y conocer la obra de grandes maestros del paisajismo naturalista –como James Hitchmough, Piet Oudolf, Dan Pearson, Tom Stuart-Smith– decidió comenzar su aventura. “Fue tan esclarecedor darme cuenta de que lo que sucedía allá no era lo que tenía que suceder acá… Otro clima, otros suelos, otra realidad. No hay recetas, sí voluntades. Se trata no solamente de mirar, sino de observar el lugar”.
Así, comenzó a poner en práctica el sistema de plantación “en capas”, que también en general llevó a todas sus plantaciones. “Aprendí que este sistema de plantación es para una pradera, para un pastizal, para un cantero. La horticultura y la ecología comulgan. Lo ornamental es lo que nos conmueve y la ecología es la que nos enseña a utilizar los recursos responsablemente”. La biodiversidad fue siempre el principal motivo que la llevó a crear un pastizal.
Al estar muy cerca del río, las formas del diseño se asemejan a las olas del río. Caminos que se entrelazan con el monte plantado, senderos para mirar la luna cuando sale y el sol cuando se pone. En todos los recorridos se encuentran bancos a distintas alturas para ver los diferentes “velos” que se presentan con las especies elegidas. “El 70% son aquellas que veo crecer en las banquinas de la zona y el 30% son las que me gustan y sé que funcionan bien, las que perduran a través del tiempo, proporcionando color y textura durante todo el año”. Al ser originarias del lugar, muchas de ellas son medicinales y comestibles también.
Preparación, plantación y manejo
El suelo es fértil, arenoso y bien drenado. El primer paso era limpiar el terreno de gramilla principalmente, y toda maleza indeseada. El sistema que mejor le resultó fue cubrir la superficie con silo bolsa durante un año. “La idea es humedecer la superficie y allí colocar láminas de PVC grueso o silo bolsa donde no se filtre el sol. Las semillas son estimuladas por el calorcito de invernadero y brotan, pero al no poder continuar su ciclo, mueren”, comparte la paisajista.
Luego llegó el momento de la plantación “en capas”, un sistema para diseñar comunidades de plantas que atraen más vida al jardín, y lograr la tan ansiada biodiversidad.
- Capa estructural. Es aquella que, al entrecerrar los ojos, se reconoce enseguida: árboles, arbustos y herbáceas longevas. Esta capa es la que demora más en crecer y la que más perdura.
- Capa con interés estacional. Es la que proporciona color y textura durante los doce meses del año.
- Capas funcionales. Son las responsables de que no entre la gramilla o todas las plantas que no están invitadas a la comunidad por ser invasoras, por ejemplo. Se logran con: cubresuelos y aquellas de relleno, como las anuales.
“Las nativas del lugar son la puerta de entrada para que se produzca el milagro de las asociaciones entre plantas, insectos y fauna”. Se dejaron las especies que crecían espontáneamente, como Baccharis trimera, B. notosergila, Plantago major y P. minor, Ammi visnaga, Aira elegantissima, Eryngium elegans, que son sumamente ornamentales. En ciertos lugares, donde las plantas demoraron un poco más en crecer, se sembraron semillas de zinias, manzanillas, scabiosas. Muchas de las especies fueron compradas en viveros del Uruguay.
Aunque la poda generalmente debe realizarse después de la floración, Bettina deja varias sin podar para disfrutar de la estructura en su madurez. Es el caso de los Campuloclinium macrocephalum, la Vernonia rubricaulis y la Dyckia sp. A muchas las despunta antes de que florezcan, como Austroeupatorium inulifolium, así en el otoño no crece tan alto. “A las gramíneas las peino con el rastrillo de mano para sacarles todo lo seco. Como tengo gramíneas de los distintos ciclos OIP y PVO, podo en distintos momentos, cada dos o tres años”.
Es un trabajo artesanal, que requiere la sabiduría de aceptar la planta correcta en el lugar correcto. “Con las que no están contentas o no se adaptan, no insisto”, asegura Bettina. No hay recetas, solo la posibilidad de aprender de los errores. “Es necesario trabajar con, en y por el lugar”. Y el mejor consejo de todo jardinero aplica también en la realización de una pradera: hay que saber esperar.