En una entrevista exclusiva con Jardín, el cocreador de Bosques de Agua nos cuenta sobre la íntima relación que tienen la plantas nativas con el ciclo hídrico de ríos y arroyos
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“Nos preguntamos de dónde venía el agua que consumíamos, lo que nos hizo comprender que el agua que la montaña absorbía nos la suministraba más abajo en forma de vertiente en las Sierras Grandes. En ese momento tuvimos la idea de comprar un campo con el objetivo de preservar la calidad del agua. De esta forma lo podíamos proteger de los humanos, de los animales y de los fuegos”, cuenta Juan Pablo Moretto, cocreador del proyecto Bosques de Agua, una iniciativa que nació a partir de la necesidad de proveerse de este último recurso natural, durante una gran sequía en la provincia de Córdoba. Es una aldea ecológica donde se promueve la sustentabilidad mediante el autoabastecimiento de alimentos y agua.
Lo que empezó como una idea se volvió realidad. El campo está próximo al río El Durazno, el cual bordea Umepay. Durante la exploración del terreno se dieron cuenta de que no bastaba con protegerlo, sino que hacía falta una restauración ecológica: el bosque de árboles nativos estaba desapareciendo. Justamente este tipo de vegetación es parte de un rol clave en el ciclo del agua al contribuir a la evaporación del agua en la atmósfera.
Umepay es una localidad al lado de las sierras de Calamuchita, a 132 kilómetros en dirección sur de la capital de la provincia de Córdoba. Los habitantes de esta comunidad se alimentan de huertas colaborativas; además, algunos vecinos se juntan para comprar animales para repartirse la carne. Hay despensas de productos orgánicos y el agua que consumen proviene de las vertientes de las sierras para lo que tienen una infraestructura para utilizarla. “La conexión con la naturaleza es muy directa”, afirma Juan Pablo.
Durante la exploración del terreno comprado, los creadores de la organización pensaron al mismo tiempo en una solución, pero con dos focos distintos: uno desde la perspectiva de la reforestación del bosque con árboles nativos de tabaquillo, Polylepis australis; el otro desde la escasez del agua y su preservación.
“Nos dimos cuenta de que había que plantarlo entero. El año pasado plantamos cinco mil árboles. Y este año aumentamos la apuesta y estamos plantando 100 mil. Cuando dijimos el objetivo del 2022 nos volvieron a decir que estábamos locos. Y cuando contamos el del 2023 (300 mil árboles más), nos lo siguieron diciendo”, cuenta Juan Pablo.
El cocreador del proyecto Bosques de Agua cuenta que antes, en las Sierras Grandes, el 90% era bosque y ahora queda menos del 3%. A la vez, como pruebas de este cambio relata que los pueblos originarios de las sierras de Córdoba vieron la transición del paisaje verde al marrón opaco que expone la deforestación del bosque.
Cuando fueron para esa zona, casi instintivamente, comenzaron a juntar las semillas para luego comenzar con la germinación en un invernadero que construyó Juan Manuel Martín, también cocreador del proyecto Bosques de Agua. “De un día para el otro habían germinado 5000 árboles”.
Fue en este momento que los dos sintieron “un llamado” a la vocación de dedicarse tiempo completo a esta misión. “Dejamos todo lo que estábamos haciendo y a partir aquí fue creciendo rápidamente”.
Este árbol capta el agua del ambiente y de la lluvia en las raíces creando un suelo rico en biodiversidad, el cual termina en convertirse en algo parecido a una esponja, capaz de absorber y contener el agua de las lluvias del verano. Gracias a la acción penetrante de las raíces del tabaquillo puede ser acopiada en el corazón de la montaña como reserva de agua. Luego el agua brota paulatinamente durante todo el año y forma las vertientes que dan origen a los arroyos.
Si bien no hay números exactos, Juan Manuel explicó que un biólogo, Daniel Remington, hizo una medición durante cinco años donde comparaba un área reforestada de un arroyo con otra sin reforestare y observó que el caudal había aumentado en un 30%. El cocreador explica: “Nosotros hicimos algunos estudios en el campo en donde se vio que el resultado de una hectárea de tabaquillo maduro llega a captar 1.5 millones de litros de agua por año”.
El árbol nativo del tabaquillo
Esta especie es endémica de la Argentina, la cual en el norte se la conoce como queñoa o queuñoa y pertenece a la familia de las Rosáceas. “La zona que plantamos es del monobosque de tabaquillos y es el único árbol nativo más relevante de esta región. El crecimiento de esta especie endémica es como la punta de lanza que le da lugar a la biodiversidad de otras especies autóctonas que son más helechos o arbustos de la zona”.
También está el maitén, Maytenus boaria, que pertenece a la familia Celastráceas. Es un árbol más chico y es importante también, pero una característica es que nace a la sombra del tabaquillo, crece a partir de su resguardo. “Entonces necesitamos que el tabaquillo crezca una cierta altura para poder plantar otras especies”, comenta Juan Pablo. Además, agrega que “los árboles grandes de la zona tienen entre 5 y 7 metros de altura y se considera que el tiempo de crecimiento de un bosque maduro de tabaquillo tarda 20 años aproximadamente”. Los principales cuidados son de monitoreo del ganado de herbívoros que cruzan los alambrados para comer las plantas jóvenes de tabaquillo.
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