Es fundamental conocer las características de los diferentes ambientes de nuestro país para acertar en la elección de las plantas y saber cuidarlas
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Las ecorregiones son territorios más o menos grandes que comparten características y especies. La Argentina tiene gran diversidad ambiental y una riqueza notable de especies silvestres a pesar de no contar con selvas tropicales, los epicentros de la biodiversidad planetaria. A continuación, las diferentes ecorregiones, sus características y las especies representativas.
Selvas
Paranaense, yungas, ribereñas
Desde afuera apreciamos una pared vegetal. Enredaderas de todo tipo tienen su hogar aquí. Forman un mural verde donde se destacan como luminarias las flores grandes y coloridas de las Bignoniáceas, la familia del lapacho.
Es fácil razonar que la forma más práctica de lograr “paredes verdes” es plantar lianas en tierra y resolverlo con practicidad. Una vez que entramos en la selva, todo cambia en el mosaico de sombras y rayos solares que perforan el dosel. Helechos robustos se tornan abundantes, formando un estrato herbáceo de gran belleza. Muchos patios sombreados pueden recurrir a estas plantas para integrar canteros variados.
Además de la abundancia de lianas y presencia de estratos vegetales, las selvas se distinguen por la variedad de epífitas, esas plantas que crecen sin tocar el suelo. En las junglas subtropicales de la Argentina hay cinco familias que ocupan este nicho y tienen amplias cualidades ornamentales: orquídeas, bromelias, piperáceas, cactáceas y helechos. Nuevamente descubrimos que la naturaleza resuelve con sencillez algunas de las necesidades de la jardinería.
¿No podremos producir una media sombra mediante un enrejado con epífitas? Los techos verdes fueron ideados en Alemania y los hemos copiado sin mucha creatividad.
¿Y si resolvemos estas cubiertas vivas con la diversidad de epífitas de las selvas americanas? Requieren un sustrato mínimo (y liviano). No hace falta regarlas. Aportan flores coloridas.
En un descanso en la sombra reparadora de la selva, sería oportuno reflexionar que los techos verdes emplean insumos con una “huella ecológica” gigantesca, que es momento de evaluar en términos de sustentabilidad.
Arbustos y arbolitos del interior de la selva cuentan con frutos coloridos dispersados por aves silvestres. Muchos tienen hojas bonitas. Es una fuente para llevarnos plantas ornamentales que suman fauna. El jazmín de monte (Psychotria carthagenensis) es un buen ejemplo de los arbustos. El chal-chal o kokú (Allophylus edulis) es uno de esos arbolitos ideales para las veredas angostas. ¡Qué hermosura sería tener veredas selváticas pobladas de pájaros multicolores!
Es fácil: como quien va a un paseo de compras, vayamos por los senderos selváticos para elegir los arbolitos que convivirán con nosotros.
Las selvas argentinas conservan joyas vivas. Los lapachos reúnen especies de flores rosadas o amarillas. Cuando recorremos las florestas de Misiones, Salta y Jujuy hacia fines de invierno, comprendemos por qué estos árboles integran esa selección nacional de estrellas vegetales.
Florecen antes de que broten las hojas, convirtiendo sus copas en fogatas coloridas que se destacan entre los verdes y ocres de la jungla invernal. Algunas ciudades como San Miguel de Tucumán o Santa Fe han privilegiado por momentos el cultivo de lapachos. Durante su floración masiva las calles se tornan pinturas magníficas. En pocos días contamos con alfombras rosas o amarillas que no invitan a barrer la vereda.
Desiertos
Monte, Estepa Patagónica, Altos Andes, Puna y cardonales
La falta de agua o de temperaturas adecuadas para el crecimiento vegetal suele marcar el ritmo de los desiertos. Donde pensamos que escasea la vida, nos sorprendemos con cada hallazgo que demuestra lo contrario. Las plantas desarrollaron estrategias para subsistir en lo que parece un ambiente hostil.
Las cactáceas representan un buen ejemplo. Exclusivas de América, la Argentina es uno de los dos epicentros de esta familia botánica; México es el otro. La variedad de formas y tamaños es maravillosa, desde los cardones de 3 a 5 m de alto hasta las especies que apenas asoman del suelo.
Al igual que las orquídeas, congregan coleccionistas fanáticos. En los desiertos argentinos hay varias cactáceas de distribución limitada y los cactófilos pueden colaborar en su conservación aportando observaciones sobre su biología y ecología, así como manteniendo ejemplares ex situ, el resguardo de las poblaciones silvestres que estén amenazadas.Otras estrategias de supervivencia en el desierto han aportado especies de gran belleza. Por ejemplo, de rápido crecimiento: anuales y otras con órganos de renuevo bajo tierra. Se trata de dos grupos que brindan alfombras florales en terrenos que pocos días antes parecían desiertos. En alta montaña, la adaptación a vientos fuertes y precipitaciones invernales en forma de nieve generaron arbustos en placas y otros como cojines que se cubren de flores en verano. ¿Por qué no encontramos recuerdos de viaje con almohadones estampados con las flores de alta montaña?
En los desiertos altoandinos hay un variado elenco de plantas de hojas pequeñas y, comparativamente, flores gigantes, desproporcionadas con el tamaño de la parte aérea. Todo por atraer la atención de los polinizadores en esas pocas semanas al año favorables para la reproducción.Los desiertos nos aportan plantas ornamentales para sitios rústicos, de bajo mantenimiento, con alta insolación y baja superficie absorbente. Terrazas, techos verdes, bordes de caminos, canteros reducidos pueden recibir este elenco botánico.
Humedales
Lagos, lagunas, esteros, ríos
La vegetación acuática tiene su encanto particular. Las regiones cálidas del centro-norte argentino ofrecen paisajes con alta biodiversidad y pulsos de crecimiento vertiginosos. Hay tres elencos botánicos para comprender los humedales: sumergidas, arraigadas emergentes y flotantes. Las primeras reúnen géneros como Potamogeton y Cabomba, entre otras. Pero el acuarismo nos está mostrando que son muchas más las plantas sumergidas ornamentales presentes en el país. Esa jardinería subacuática que apreciamos en peceras muchas veces emplea las especies exóticas de moda, cuando hoy sabemos que no solo es innecesario importarlas, sino peligroso cuando se tornan invasoras.
Cada rincón natural tiene sus plantas acuáticas arraigadas con gran parte del follaje fuera del agua. El potencial ornamental es enorme, y la diferencia muchas veces la hace el diseño paisajístico. En los grandes escenarios silvestres disfrutamos esos juncales que forman figuras maravillosas y se mecen con las olas. Algunas tienen inflorescencias decorativas como la totora y el pirí, el Cyperus nativo del nordeste argentino, hermano del papiro.
Además de una matriz verde, este grupo aporta flores coloridas: amarillas en la achira, violetas el pehuajó, blancas en el cucharero y la saeta, y la lista sigue.
Un tejido de hierbas flotantes crea una postal viva del humedal. Camalotes o aguapey, repollitos de agua y lentejitas aportan texturas al espejo de agua. También colores. Y lo más sorprendente: una variada fauna que se desplaza con comodidad por donde el humano se hundiría al primer paso. Muchas veces buscamos recrear esta belleza del estero en nuestros estanques.
Los ecólogos nos dan herramientas para comprender cómo sumarlos a los espejos de agua navegables. En vez de “formatear” el humedal y dejarlo estéril, como solemos ver en los barrios privados, desprovistos del arte de la jardinería acuática, es posible armar canteros con bordes flotantes y convivir con un paraíso de biodiversidad.
Los humedales tienen su propia dinámica y constituyen uno de los lugares que brindan más servicios ambientales en el planeta. Los anfitriones de las áreas naturales protegidas donde acudimos a descansar, educarnos, relajarnos, no deben olvidar su misión de buscar los mejores puntos panorámicos para disfrutar de ellos. Una comodidad sencilla (como pueden ser bancos y reparos del sol o del viento) despierta momentos breves pero inolvidables.
Allí, sensibilizados con la magia del paisaje, un guía local o un medio educativo no personalizado podría invitarnos a reflexionar sobre el manejo que hacemos del agua en nuestro hogar. Los humedales continentales son las fuentes naturales del agua potable que consumimos a diario.
Hay una especie acuática que simboliza el valor de la flora nativa y el contrapunto entre el lugar que le dan los argentinos y el resto del mundo. El irupé está fijado al suelo, pero sus hojas enormes flotan como balsas naturales. La flor se abre a ras del agua y aporta magia.
Esa belleza que podemos apreciar en muchos riachos y esteros del Litoral, sin ningún cuidado humano, son el desvelo de los jardines botánicos del Viejo Mundo, donde instalan invernáculos para asegurar su desarrollo en climas fríos.
Bosques
Chaco, Espinal, patagónicos
El bosque chaqueño es una de las grandes maravillas de la naturaleza americana. Dentro de un gradiente de precipitaciones amplio, que va del Chaco Húmedo al Árido, encontramos variantes de un bosque adaptado a sobrevivir en climas oscilantes.
A tomar apuntes, porque la sustentabilidad de estas ecorregiones la hallamos en su biodiversidad, no en monocultivos anuales.
El género Prosopis tiene especies que son constantes tanto en el Chaco como en el Espinal, e incluye algarrobos, caldenes y ñandubays. Son los polirrubros vegetales, ya que proveen madera dura, carbón, forraje, alimento, medicinas, sombra apreciada, la mejor sala donde recibir las visitas, inspiración artística.
Cuando crecen aislados ofrecen siluetas características y los ejemplares centenarios son monumentales. Muchos responden bien al riego y siempre es un buen día para plantar el algarrobo abuelo del mañana. Estos bosques son ideales para conformar reservas naturales urbanas donde disfrutar de la naturaleza local.
Otro grupo emblemático del Chaco son los quebrachos colorados (Schinopsis) y blanco (Aspidosperma). El orco quebracho (Schinopsis lorentzii), hoy considerado sinónimo del quebracho colorado santiagueño, brinda uno de los paisajes más bellos de las sierras del centro y noroeste argentino.
Durante el invierno, antes de caerse sus hojas, el bosque va adquiriendo tonos anaranjados, ocres, rojizos. Una invitación para fotógrafos y pintores, caminatas, turismo. El Chaco Oriental suma “perlas” con potencial ornamental. Una es un lapacho de sabanas: el paratodo (Tabebuia aurea), de masiva floración amarilla. El otro es un ceibo con flores de color rosa intenso, el Erythrina dominguezii.
Las acacias deslumbran con momentos llamativos en el bosque chaqueño. El aromito (Vachellia caven), la tusca (Vachellia aroma) y otros similares se cubren de pompones dorados en plena floración e impregnan el aire con su fragancia exquisita. Las banquinas amplias de las grandes autopistas podrían contar con parches de estos arbolitos que ofrecen encanto y perfume al viajero.
El Bosque Patagónico resulta un contrapunto con el Chaco. Es una formación biogeográfica más emparentada con los bosques de Nueva Zelanda que con el resto de América.
Aquí el frío enlentece los procesos biológicos y la disponibilidad de agua es clave para la presencia de árboles. El resultado son montes de ejemplares colosales, centenarios, con gran cantidad de madera en lenta pudrición en el suelo. Un paraíso sombrío y frío, majestuoso.
Por dentro son como catedrales vivientes donde sorprende el silencio. Las especies caducifolias brindan conciertos de tonalidades en el otoño. La lenga es una de ellas: un árbol de gran plasticidad ecológica que, con tamaño arbustivo, domina los cerros en el norte patagónico y forma bosques de gigantes en Tierra del Fuego.
El ojo del jardinero descubrirá tesoros vegetales entre arbustos y hierbas de las abras y bordes soleados: amancay (Alstroemeria aurea), notro (Embothrium coccineum), aljaba o chilco (Fuchsia magellanica) y muchos más. Apuntemos también los arbustos ideales para cercos vivos que regalan frutos comestibles, como el calafate (Berberis buxifolia) y el michay (Berberis darwinii).
El clima favorable en esta región para la flora de los países templado-fríos del Viejo Mundo generó una jardinería fundacional con especies exóticas, muchas de ellas dieron resultados ornamentales sorprendentes. Una nueva mirada apuntada a convivir con la fauna y acentuar la identidad cultural está generando un regreso de la flora nativa. Enhorabuena.
Pastizales
Pampas, malezales y campos misioneros, coironales patagónicos y andinos
Llegamos al pastizal pampeano, el ecosistema más emblemático de la Argentina y, a la vez, el más olvidado en la jardinería nacional. Además de la cortadera (Cortaderia selloana), gramínea nativa de gran porte, hay cientos de especies de pastos aptos para un diseño paisajístico.
Habrá que visitar esos museos vivientes que son las reservas naturales, en particular durante la primavera y fines de verano-otoño, dos momentos en que estas hierbas alcanzan su esplendor estacional.
La variedad de inflorescencias es sorprendente; desde el punto de vista decorativo, algunas se destacan por “iluminarse” a contraluz y, otras, por sus delicados movimientos al balancearse con la brisa. Se nos hace infaltable un cantero diseñado con las gramíneas locales en cada plaza de las ciudades de la llanura pampeana.
Una de las enseñanzas que nos depara el pastizal pampeano son las notas de color que ofrecen ciertas hierbas. Hallamos verbenas, vinagrillos del género Oxalis, bulbosas como Habranthusy Zephyranthes, entre otras.
Las integrantes del género Glandularia tienen su representante más vistoso en la margarita punzó (G. peruviana). Con muy pocas prácticas, es posible recuperar el esplendor de la pampa en las matrices de césped. Es cuestión de dejar “islas” sin cortar una temporada y ajustar el segado para permitir la floración estacional de las especies mencionadas. Además de texturas y colores, es llamativo el enriquecimiento que se logra así de la fauna de mariposas y abejas de tonos metálicos.
También encontramos pastizales en otras regiones del país. El Chaco y el Espinal suelen presentarse en formaciones de “parque”, montes aislados rodeados de pastizal, y “sabana”, una cubierta herbácea con árboles aislados. Corrientes suma “malezales” y el sur de Misiones los “campos”. Estos pastizales de clima cálido son un vergel de hierbas ornamentales, donde sobresalen Compuestas, Leguminosas y actores destacados como la kuipehú (Chaetogastra gracilis).
Moldeados por los vientos fuertes y la aridez, en los pisos superiores de las montañas hallamos coironales y otras comunidades de pastos. Denominamos “coirón” a varias especies de gramíneas cuya figura más pintoresca es la de “punta de pincel”.
Fuera del verano, suelen alcanzar tonalidades amarillento-pajizas que imprimen matices y movimiento contrastantes con el suelo desnudo que domina allí. Con pocos cuidados, pueden ser incorporados estos coirones en espacios verdes urbanos de bajo mantenimiento, terrazas vegetadas y banquinas en caminos rurales.