Aunque muchas aves optan por migrar hacia climas más cálidos durante el invierno, Argentina alberga una variedad de especies residentes que eligen quedarse en el país
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Varias especies se anticipan a los cambios del invierno: algunas realizan migraciones impresionantes y recorren varios países en sus rutas; otras se mueven dentro del territorio.
Este comportamiento no es exclusivo de las aves, ya que también se observa en mamíferos, peces y mariposas, entre otros, y es un suceso muy complejo que impresiona a los seres humanos desde siempre. Las migraciones de las aves se definen como: un movimiento periódico de individuos entre un sitio (áreas de reproducción) y otro (áreas de invernada o descanso). Son intuitivas y hereditarias.
Por otro lado, muchas especies no migran y se quedan todo el invierno compartiendo nuestros espacios verdes. Comienzan a alimentarse muy temprano a la mañana y cuando hay sol las vemos disfrutando del calor. Luego buscan refugios para dormir y algunas se agrupan para darse calor entre sí. Las plumas las protegen del frío y cumplen varias funciones.
Es por esto que las aves invierten parte de su día en acicalarse, ya que sus plumas deben estar en buenas condiciones, limpias e impermeables. Les brindan un buen aislamiento: se erizan para producir huecos donde se atrapa el calor que libera el cuerpo; así, con más volumen de separación con el exterior, evitan que el aire frío llegue hasta la piel. Seguiremos observando en invierno a varias especies residentes durante todo el año.
Un ejemplo es la ratona común (Troglodytes aedon), también llamada arañera o ratucha, que es pequeña, muy confiada, inquieta, curiosa, de rápidos movimientos y anda sola o en pareja; el macho es territorial, canta alegre y muy fuerte para su tamaño. También vemos al benteveo (Pitangus sulphuratus), siempre posado de manera visible, territorial y ruidoso.
Seguramente pasarán por nuestro jardín una bandada de cabecitanegra común (Spinus magellanicus) cantando, los chingolos (Zonotrichia capensis) y los gorriones (Passer domesticus) moviéndose por el suelo, con saltos cortos, escarbando en busca de alimento. Y también varias especies de palomas, cotorras, tordos, entre otros. Si observamos durante varios días, encontraremos muchas aves que buscan refugio en nuestros jardines.
Las aves que se van
La necesidad de desplazarse se desencadena mediante cambios fisiológicos importantes –dados por variaciones de luz y de temperatura– que actúan sobre el sistema hormonal y anuncian el momento indicado para mudar el plumaje, migrar y reproducirse. Algunas especies que disfrutamos en primavera-verano en nuestros jardines migran en otoño hacia el hemisferio norte en busca de climas más cálidos y alimento.
Algunos ejemplos son el churrinche (Pyrocephalus rubinus), en que se destaca el macho de color rojo bermellón, la tijereta (Tyrannus savana) con su larga y vistosa cola, el suirirí real (Tyrannus melancholicus) con vientre amarillo, cabeza gris, espalda verdosa, alas y cola marrones que observamos haciendo piruetas en el aire mientras caza insectos, y las hermosas golondrinas.
Todas ellas nidifican en la Argentina en primavera-verano y pasan semanas preparándose para ese largo viaje; algunas duplican su peso, acumulan grasa que les dará energía para realizarlo y –según la especie– se organizan en grandes bandadas, otras en grupos más pequeños y algunas en parejas. Muchas veces, durante el vuelo, los juveniles siguen a los adultos.
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