En 2020 las creadoras del emprendimiento Psamófila instalaron canteros demostrativos en un instituto educativo de Maldonado; hoy es gran centro de investigación y cosecha
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A fines de 2017, Jeanine Beare empezó a recolectar semillas de plantas nativas del Uruguay con la intención de desarrollar Psamófila. Un año después, presentó el proyecto a la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) y recibió su aprobación y apoyo. Desde entonces su emprendimiento familiar sigue creciendo.
Hoy cuenta con 15 sobres personalizados de semillas y un sobre que llaman universal en el cual se comercializan otras 60 especies que manejan. Varias de ellas son plantas endémicas y están en la lista de especies prioritarias de conservación.
El objetivo desde el comienzo fue claro: la valorización de las plantas nativas. Y la manera de lograrlo es a través de la propagación y difusión de los conocimientos adquiridos sobre su comportamiento, su valor estético y cómo se pueden combinar en los canteros. Tenerlas a disposición y saber usarlas son los primeros pasos para lograr un ámbito de biodiversidad en nuestros jardines, un aporte a la ecología y al legado cultural de cada región.
Con la intención de seguir aprendiendo y difundiendo sus conocimientos, Jeanine, su madre Elena Drever y su hija Lucía Cash pensaron en crear canteros demostrativos. En 2020 presentaron a la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE) un proyecto que incluía la construcción y mantenimiento de 11 canteros productivos de 10 x 1 m (110 m²).
Recibieron los fondos y decidieron instalar su proyecto en el polo educativo tecnológico Arrayanes perteneciente a la Universidad de Trabajo del Uruguay, ubicado en la ruta interbalnearia km 102. “Decidimos no instalarlo en un predio privado. Es un beneficio extra que pueda ser visitado por estudiantes o docentes. Y los estudiantes lo tienen accesible para realizar proyectos de investigación, proyectos audiovisuales, sus tesis”, comenta Jeanine.
También puede ser visitado por el público en general con cita previa y Psamófila organiza visitas guiadas. Lo que sería una estructura de canteros lineales se transformó en un diseño de laberinto: dos alas de mariposa con un espacio central.
“Decidimos incorporar senderos y líneas orgánicas para no solo observar, sino también sumar una experiencia. Tener la posibilidad de recorrerlo, vivirlo”. Siempre respetando la superficie de 110 m² y el objetivo de que fuera lugar de investigación y cosecha.
Para la construcción se sacó una capa superficial de tierra, se armó una estructura de madera que delimita los canteros y se colocó cartón. Los caminos fueron cubiertos con 5 cm de pedregullín blanco y los canteros con 10 cm de sustrato preparado (tierra negra, cáscara de arroz quemada, compost) y 5 cm de arena gruesa. Plantaron 3500 plantines de 30 especies diferentes, con el apoyo de muchos voluntarios.
Durante el primer año, se dejó que las plantas se expresaran libremente. “Luego de ese tiempo nos dimos cuenta de cosas que debíamos cambiar. Por ejemplo, la yerba lucera (Pluchea sagittalis), el Solidago chilensis, la Verbena rÍgida son rizomatosas y colonizaron algunos canteros.
La Petunia axillaris y el Senecio vira-vira precisaron que liberáramos nuevos espacios para ellas, combinándolas con especies más amigables”, cuentan las creadoras del laberinto.
Se fueron armando comunidades, respetando las plantas asociadas naturalmente. También se pensaron espacios por colores para generar un impacto visual.
Las estrellas del laberinto son las verbenas (Verbena bonariensis, V. rígida), la Petunia axillaris, los eringiums (Eryngium sanguisorba, E. ebracteatum) y las de flores amarillas como Aspilia montevidensis, Grindelia orientalis, Solidago chilensis y varios senecios.
Al poder visitarse durante todo el año puede verse el comportamiento de cada especie durante las cuatro estaciones. Además, el diseño del laberinto facilita la cosecha de semillas, uno de sus objetivos principales.
“Integramos las asociaciones civiles Flora y Fauna Indígena, que se dedica a la educación ambiental, y Nativas Uruguay, que nuclea a viveristas y gente interesada en las plantas autóctonas. Estimulamos a las intendencias a que incorporen estas plantas en los espacios públicos. Ahora hay más disponibilidad porque las estamos produciendo y tienen acceso a las semillas”, cuenta Jeanine.
El nuevo proyecto creado en plena pandemia les permite seguir aprendiendo y compartiendo la información para la valorización de su flora. “Lo importante es que la gente las conozca, aprenda a usarlas y empiece a incorporarlas en sus jardines. Porque cada jardín es una pequeña área protegida”.
LA NACION