Muchas décadas cortando el césped y practicando una jardinería tradicional había deteriorado el campo familiar de los Mulchay, dos hectáreas ubicadas en la localidad bonaerense de 9 de Julio. Aquí, el relato de cómo reconvirtieron el hábitat para atraer animales e insectos polinizadores.
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Nicolás y Vivian Mulcahy tienen su vivero Mainumbi y también su hogar en el partido de 9 de Julio. En ese campo familiar, en el año 1946, la madre de Nicolás (y eximia jardinera) diseñó un parque de 10 hectáreas con un fuerte estilo inglés, desarrollado sobre una loma arenosa donde previamente no había nada. “Mi sentido de observación me permitió comprender que, en esos 70 años de vida, el campo familiar había participado del fuerte deterioro de la naturaleza en general, con criterios de paisajismo tradicional que carecían de conceptos ecológicos”, relata Nicolás.
“Cada vez más notaba que Mainumbi era parte de este deterioro. El solo hecho de tener grandes superficies de céspedes, cortadas periódicamente, si bien se podrían considerar estéticamente atractivas, eran contraproducentes para la naturaleza. Lo notaba en la progresiva reducción o desaparición de especies naturales, especialmente aves y mariposas”.
Con la idea de no afectar algunos componentes que le habían dado cierto renombre, sustento y tradición a Mainumbi –como sus añosas arboledas, sus canteros, la huerta y los montes frutales–, Vivian y Nicolás decidieron comenzar un cuidado y lento camino de cambio.
"En un principio fue difícil modificar algo que ya venía de años de implementación. Se requería un cambio en cómo se veía un jardín y para qué se trabajaba en él. Por suerte nos dividimos el trabajo: Vivian se dedicaba a la parte tradicional y yo desarrollaba la ‘vuelta a la naturaleza’. Han sido años de prueba y error."
Nicolás Mulcahy
La transformación comenzó a fines de la década del 90, en zonas del parque donde existían densos renovales de típicas especies invasoras provenientes de arboledas que se morían por edad o de semillas transportadas por las aves (pinos, aromos, arce, árbol del cielo, moras, pata de elefante y ligustros).
“Nuestro objetivo tenía un fuerte sentido ecológico, combinando la construcción de hábitats para mariposas y aves con la introducción de especies nativas y otras que considerábamos esenciales”. En una primera instancia, el objetivo era entonces cambiar el renoval invasor por árboles y arbustos que crearan ambientes propicios para devolverle vida natural al parque.
Dada la magnitud del área, la poca disponibilidad de tiempo de los dueños de casa, de recursos financieros y de viveros que ofrecieran especies adecuadas, desarrollaron un sistema que hoy siguen recomendando: en superficies grandes, mantener lo existente; crear accesos al área por medio de senderos o laberintos cortados dentro del lote, sea de monte con renoval o en pastizales. Luego se van limpiando zonas, agregando las nuevas especies elegidas. Lo preexistente sirve como protección de lo introducido, especialmente en el caso de árboles.
El proyecto de jardinería ecológica requería una zona de pastizal, por lo cual se inició un sector que llamaron “pradera naturalizada” en aquellos extensos céspedes que tenía Mainumbi. “Como conceptos generales, la transformación de céspedes en pastizales requiere: conocer el tipo de suelo, dónde está ubicado climáticamente y cuáles especies componen el césped. En el caso de los nuestros, después de 75 años de corte permanente, no se puede depender de los bancos de semillas nativas que suelen existir en la tierra. Tenemos que lidiar con dos especies difíciles, Cynodon sp. (gramilla y gramón) y muchísimo Cyperus rotundus y C. esculentus”.
Si bien en ambas especies se logra una buena competencia con el sombreado de las plantas introducidas, es más efectivo a partir del segundo año, cuando las plantas ya están establecidas. “Resulta fundamental –indican los Mulcahy– evitar la competencia de estas especies en el primer verano”.
La zona a convertir en pradera debe comenzarse a trabajar un año antes. Se aconseja roturar la tierra con disco en verano para activar los bulbos de Cyperus y los estolones de gramillón. Luego se tratan los crecimientos consecuentes con herbicidas específicos para cada especie, una aplicación en el primer otoño y otra en la primavera siguiente, previo a la plantación. A partir de allí, la eliminación de malezas se realizará a mano, con carpidor y palita manual. La idea es que, luego de implantada, el trabajo y costo de mantenimiento sea bajo. Los riegos son muy escasos, se realizarán en veranos muy secos.
"Nunca fertilizamos, ya que nuestros suelos franco-arenosos ya son demasiado fértiles para ciertas especies componentes de la nueva pradera. Es el caso típico de algunas gramíneas, que pueden tener tendencia al vuelco. Igualmente, se busca que, con la asociación de especies, se contengan entre ellas, además de hacerle sombra a la posible competencia de especies indeseable."
Nicolás Mulcahy
En Mainumbi, al día de hoy, se implantaron siete lotes en los últimos 8 años; cinco de ellos con praderas, por un total de 2 hectáreas. Inicialmente, los objetivos fueron netamente dirigidos hacia la construcción de hábitats por medio de especies hospederas de mariposas, y aquellas especies que proveyeran néctar en forma continua. “En nuestras praderas buscamos tapar y proteger el suelo lo más pronto posible”. Para tal fin, se prioriza el uso de especies y cultivares perennes. Las especies anuales, en los planteos de praderas naturalizadas, aportan poca sustentabilidad, al ser muy dependientes de su resiembra y con una presencia anual muy condicionada por factores climáticos.
“Para la provisión de plantas tenemos instalado un vivero propio. Si bien somos muy conscientes de la importancia de las plantas nativas, las asociaciones de plantas herbáceas para construir las praderas son mixtas. Nuestro proyecto requiere financiación, por medio de la venta de plantas y las visitas guiadas. También reconocemos que los proyectos demasiado fundamentalistas en el sentido de elección de especies exclusivamente nativas pueden perder el atractivo para promover conceptos ecológicos en jardines y parques”. Esto los ha llevado, últimamente, a desarrollar e incorporar cultivares seleccionados por aspectos estéticos, como variación de colores, estructuras y alturas.
El manejo y el mantenimiento
“El manejo de nuestras praderas es lo más simple posible. Se van agregando lotes nuevos anualmente. Sobre la experiencia de los años anteriores, con la desaparición de plantas que no soportan la competencia y la aparición de especies muy invasoras, además de la selección de nuevas especies y cultivares, intentamos que cada planta que se pone o se desecha tenga un sentido”. Este último año Austroeupatorium inulifolium resultó muy invasora en varios de sus lotes, por ejemplo.
Por motivos ecológicos y de hábitat, sus praderas tienen mayoría de especies de ciclo primavera-verano-otoño. Para favorecer estas especies realizan una fuerte poda cuando comienza el rebrote, generalmente a mediados de agosto. No se hacen otras podas durante el año.
Los senderos se cortan periódicamente con cortadora de césped. Como las gramíneas tienen una función muy importante de alimento invernal para las aves, se dejan las inflorescencias enteras durante el invierno, especialmente de especies productoras y mantenedoras de semillas. “Los diversos cultivares de Panicum, Schizachyrium, Sporobolus y Andropogon son un ejemplo claro de esto”.
En el momento de la poda y durante el mes posterior se realizan extracciones de plantas indeseables de los distintos lotes, y reposición de plantas consideradas apropiadas en base a las experiencias realizadas en las propias praderas y en otros ensayos.
Objetivos y reflexiones
Hay dos alternativas en el desarrollo de praderas. Una es partir de superficies que provienen de praderas naturales existentes, o que contienen en el suelo bancos de semillas considerados valiosos. O también se puede partir de canteros en jardines más chicos, donde se arman praderas con especies exóticas naturalizadas o se emplean semillas y plantines de especies nativas, actividad que está creciendo últimamente.
“En ambos casos tratamos de mantener los objetivos de sustentabilidad, diversidad y bajo costo de mantenimiento”, comentan los Mulcahy. Es que en sus objetivos pesan mucho los conceptos ecológicos, y la promoción y difusión de un retorno a la naturaleza. “En este proceso, sabemos que muchos de ellos chocan o son antagónicos con el paisajismo tradicional, con la valoración del gusto humano y su forma de ver la estética, pero que finalmente debemos ser pragmáticos. También creemos que el fundamentalismo ecológico no favorece el cambio de paradigmas para la construcción de canteros y praderas. De hecho, Mainumbi tiene ambas alternativas”.
La tendencia actual a la ‘naturalización’ de los jardines es un hecho, pero para ser realmente efectiva debe contener el punto de vista y las necesidades básicas de sobrevivencia de quienes lo habitan.
LA NACION