Mediante dos prácticas muy sencillas, podemos ayudarlas a reforzar su resistencia contra las plagas y enfermedades que aparecen en el ciclo otoño-invierno.
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Durante el fin del verano y principios del otoño, podemos reforzar las defensas naturales de nuestras plantas para enfrentar a las plagas y enfermedades que vendrán en la estación fría. En abril lentamente comienzan a caer las hojas de los árboles y arbustos de hoja caduca. La presencia de hojas en el jardín queda muy ornamental si son pocas, pero si son muchas, pueden provocar más daños que beneficios (exceso de humedad, proliferación de hongos patógenos y hasta refugio para roedores).
Mirando hacia adelante, es el tiempo de recuperar las plantas dañadas, especialmente árboles, arbustos y plantas de flor, con un clima en el que los días se acortan y el calor da una tregua.
Cuando promedia el otoño, nuestros jardines y espacios verdes evidencian un incremento en el advenimiento de plagas y enfermedades asociadas al aumento de la humedad y al descenso de la temperatura.
Si el verano fue muy caluroso, la vegetación del jardín ha sufrido situaciones de estrés que hacen que durante el otoño las plagas sean más severas, lo que provoca grandes daños.
Las plantas poseen, de forma natural, un eficaz conjunto de mecanismos defensivos contra plagas y enfermedades, pero condiciones de estrés –como la falta o el exceso de agua y de nutrientes– traen como consecuencia la depresión de las defensas, por lo que las plantas se debilitan y enferman. Por eso, es muy importante adoptar métodos preventivos durante el final del verano y principios del otoño.
Las consecuencias del verano no se ven tan reflejadas en la parte aérea, sino en las raíces. En un suelo saludable, suelen ser rápidamente colonizadas por una microflora diversa, en la que bacterias y hongos son los microorganismos más comúnmente asociados.
Estos organismos pueden tener efectos tanto benéficos como neutros o negativos en las plantas. Existe una gran variedad de microorganismos beneficiosos presentes en el suelo; los más reportados o estudiados son las rizobacterias promotoras del crecimiento vegetal (PGPR, por su sigla en inglés); los rizobios, o bacterias fijadoras de nitrógeno atmosférico; y algunos hongos.
Leves deficiencias o excesos prolongados de humedad causan en el subsuelo la muerte de las bacterias PGPR y la de los hongos benéficos del género Trichoderma. Ambos microorganismos conviven con la raíz y la protegen del ataque de hongos patógenos que habitan en el suelo (Fusarium).
Del mismo modo, la pérdida de micorrizas disminuye la capacidad de las plantas de absorber agua del suelo Por otro lado, el intenso calor del verano ha aumentado la mineralización de la materia orgánica del suelo por acción microbiana, lo que tendrá consecuencias negativas al disminuir la fertilidad potencial del suelo y debilitarse su porosidad.
Por todo lo anterior y para recuperar al suelo, es recomendable que marzo y abril sean meses en que reforcemos la salud de las raíces de nuestras plantas del jardín, mediante dos prácticas puntuales.
1. Hacer un aporte generalizado de compost al suelo
El compost es un abono orgánico que puede aportar nutrientes, materia orgánica, humedad y microorganismos benéficos al suelo; pero la calidad del compost depende, en gran medida, de las características de los materiales que se utilicen en el proceso de elaboración, por lo que es importante elegir el de mejores propiedades al momento de adquirirlo. Aunque las propiedades son varias, las que debemos tener en cuenta para elegir el compost más adecuado son las siguientes:
- La densidad aparente y capacidad de aireación, la cual debería ser baja (a menor densidad, mayor aireación y retención de agua), pues una correcta aireación aportará oxígeno al sistema radicular y permitirá la evacuación del gas carbónico producido por las raíces y los microorganismos.
- El pH y la conductividad eléctrica. Es recomendable que tenga un pH ligeramente ácido, para que los nutrientes se encuentren disponibles, y una baja conductividad eléctrica, para que no existan problemas de toxicidad por sales. En el siguiente cuadro, presentamos los valores óptimos de estas variables:
Cómo aplicar el compost
Es conveniente que con una herramienta de mano, como un escardillo, roturemos o “rompamos” la tierra alrededor de las plantas para facilitar la incorporación del compost en el suelo. Este puede aplicarse al voleo, o en líneas rodeando macizos, o colocando una capa alrededor de cada planta. No se debe aplicar si se pronostican lluvias intensas ni en lugares de inundación recurrente; la distribución debe ser uniforme, entre 1 y 2 kg por metro cuadrado al año. Esta práctica devolverá al suelo la diversidad de microorganismos perdida durante el verano, lo que aumentará los niveles de aquellos benéficos de manera significativa.
2. Realizar una fertilización foliar quincenal durante dos meses
Cada quince días, deben realizarse cuatro pulverizaciones foliares -esto es, sobre las hojas- a todo el jardín, en un momento en que no le dé sol directo al follaje.
El fertilizante se aplica en las hojas y se absorbe, entrando al floema de manera rápida, por lo que sus resultados se visualizan rápidamente. Hay que evitar usarlo en días nublados o lluviosos. Si bien existen fórmulas y recetas caseras para preparar fertilizante foliar, los efectos que buscamos apuntan a generar una mayor resistencia a plagas y enfermedades, por lo que en este marco, es recomendable adquirir un fertilizante foliar que contenga los siguientes micronutrientes:
- Boro y cobre. La cubierta de las hojas tiene sustancias aromáticas y nutrientes vegetales con propiedades antihongos. La formación de estas sustancias se ve limitada cuando las plantas presentan deficiencias de cobre (Cu) y boro (B).
- Calcio. Este nutriente es fundamental en la estructura de la pared celular de las células de las plantas; su deficiencia debilita la rigidez de esta y, en consecuencia, se facilitan las infecciones.
- Hierro y zinc. Actúan impidiendo la entrada de patógenos a la planta al estimular la síntesis de lignina, la sustancia responsable de la formación de la corteza en los tallos.