Alejandra Crespo y Florencio Varela comenzaron a dar forma a su proyecto en Don Torcuato hace casi 30 años y hoy nos abren la puerta de su jardín.
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Hace unos 30 años la familia Varela compró un terreno baldío en las afueras de Buenos Aires. Lo hicieron propio a fuerza de azada y guadaña, metro a metro, fin de semana tras fin de semana. Al fondo, a unos cien metros de la calle, los guiaba la sombra añeja de una altísima hilera de álamos, y hasta allí se abrieron paso. “Hasta lograr nuestra cabeza de playa, un área despejada donde podíamos llegar con nuestro Valiant II, colgar un par de hamacas para el descanso y celebrar picnics memorables; y aunque mucho faltaba por hacer, nos sentimos al fin familia con hogar propio”, cuenta Alejandra Crespo de Varela.
Aquel primer rinconcito raleado y el jardín de hoy son caras de una misma moneda. En el fondo, nada ha cambiado para la pareja dueña de casa: siguen disfrutando y trabajando su pedacito de terreno, siempre codo a codo.
“Es que el jardín es para nosotros una sala de juegos. Claro que hay que mantenerla funcionando, pero admite cierto desorden, aquel que no incomoda y nos recuerda que allí nomás asoma el caos, y por ello la posibilidad permanente de creación”, cuenta Florencio, quien más disfruta de poner las manos en la tierra. Mientras Floro se entusiasmaba eligiendo plantas, sobre todo árboles y arbustos para el cerco, Alejandra –que es arquitecta– se encargó del diseño de la casa.
Una amiga, hoy socia de su estudio de arquitectura, la invitó a un grupo de jardinería: “Quedé fascinada y, desde entonces, hace ya más de 25 años, nos dejamos llevar por el mundo de las plantas, capacitándonos, trabajando y disfrutando de nuestra pasión por la jardinería. Uno de nuestros primeros cursos fue con Clara Billoch, hoy una amiga y una referente única”.
El jardín no tuvo nunca una idea específica en su diseño, crecía con su conocimiento y se hacía realidad con el trabajo amoroso de Floro, que acompañó siempre a su mujer en sus ideas. “Así que, como soy inquieta, cambiante y curiosa, nunca quise atarme a un diseño sino más bien a usar de laboratorio nuestro jardín para conocer plantas”, define Alejandra.
Sin embargo, en busca de un estilo, podría decirse que responde a una forma del cottage garden inglés. Se considera fan de las herbáceas perennes y anuales, de las salvias, de las dalias, los rosales y algo de gramíneas. Incursionó también con las suculentas, grandes aliadas para macetas y patios. Las nativas llegaron a su jardín dando muchos aportes en biodiversidad.
“También me gustan mucho las plantas para sombra, las de hojas grandes como alocasias, philodendros, alpinias. Tengo muy pocos arbustos, salvo los necesarios para utilizar de estructura en el diseño de canteros, como el Leucophyllum frutescens por dar un ejemplo”. En el acceso a la casa plantó pitosporum enanos para generar una entrada prolija y estable en las diferentes estaciones del año y sin “distracciones” en el ingreso. La sorpresa, el recorrido, el misterio, suceden en el corazón del jardín.
Nada queda al azar y todo lo resuelven juntos. La idea va tomando forma, a veces sigue lo que se pensó y otras va cambiando a medida que se avanza en la construcción. Hace ya muchos años son ellos también los responsables absolutos del mantenimiento.
“Esto nos genera el placer de estar en un lugar como nos gusta: te llena de energía, aparecen sorpresas (casi todas gratificantes) y, sobre todo, ejercitamos la observación. Saber mirar es todo: estimula la capacidad de asombro, aprendés a esperar, trabajás la paciencia y ves los resultados, ¡toda una terapia!”, cuenta Alejandra.
Así, ella es la encargada del mantenimiento de los canteros, podas de estación, división de matas, gajos, siembras; por su parte, Floro es el responsable del corte de pasto, podas de cercos, dar vuelta el compost o hacerlo de cero y, además, fabrica sus propias herramientas. Uno de los lugares más usados es el quincho, realizado con hierro de demolición, abierto y mirando al Norte, junto a la parrilla con una barra, al lado el fogón donde siguen los jóvenes la “juntada” con amigos en noches de verano. Incorporaron una huerta de aromáticas a la salida de la cocina, construida por ellos mismos en hierro y chapa.
También hecho en hierro de demolición, Alejandra tiene su propio espacio de trabajo y cuidado de sus plantines cerca de la casa. Y los proyectos no se terminan nunca. El jardín es la excusa perfecta para seguir soñando con rincones, vistas, viajes, encuentros, pasiones puestas en marcha. La mejor manera de permanecer conectados con la vida y escribir su historia familiar.
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