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La riqueza de sus follajes marca el paisaje de la temporada: el encanto de los árboles en verano se forja todo el año pero, en esta época, ciertas especies cobran un atractivo especial según las formas y colores que van tomando. Los árboles enlazan la tierra con el cielo, dan cobijo, sombra y además dan flores y frutos, algunas veces deliciosos.
Gracias por la sombra
La sombra que genera la copa de un árbol no es comparable con otro tipo de sombreado: la temperatura del aire que la atraviesa puede ser de 5 a 10 grados menor que la del resto de la atmósfera soleada, y a veces menos. El follaje no solo interrumpe la incidencia de los rayos de sol sino que también transpira profusamente y así refrigera el ambiente. Además, el vaivén de las ramas empujadas por el viento agita el aire y refresca aún más.
Hay follajes y follajes. Es delicioso mirar las luces y sombras, el baile de las gotas de luz debajo de la copas. Bajo los árboles de follaje tupido, la sombra cobra densidad, es una figura geométrica. Los tilos tienen copas donde sus grandes hojas se enciman apretadamente, formando sus cúpulas refrescantes, y el dibujo en el suelo es neto. Los largos cipreses dibujan agujas en la tierra, según cambian las horas. Otros árboles tienen un follaje liviano, que cuela una delicada trama de luces y sombreados de distintas densidades, que cambian con cada vaivén que produce el viento. Muchos árboles de hojas compuestas tienen este efecto, como la nativa Parasenegalia visco con sus hojas divididas en infinidad de partes que se prestan a ese juego.
Las sombras integran el paisaje y el azar o la pericia en el diseño pueden crear maravillas que cambian con las horas.
Los colores
Hay hojas con rojos que siempre se mantienen así, aun en la madurez, como las oscuras del conocidísimo Prunus cerasifera var. atropurpurea, las del Acer palmatum ‘Atropurpureum’ y el ‘Bloodgood’, follajes que cobran vida a contraluz cuando los atraviesan los rayos de sol.
Hay un cultivar de la acacia de Constantinopla que tiene también bonitas y veraniegas inflorescencias rosadas: la Albizia julibrissin ‘Summer Chocolate’ que tiene las hojas oscuras con un tinte rojizo en esta época. También la Gleditsia triacanthos f. inermis ‘Ruby Lace’ luce un follaje de verano verde con tintes oscuros de negro y rojo, entre el rojo del brote y el final colorado de otoño; no crece bien en lugares con climas cálidos y húmedos, como ocurre con el Acer platanoides ‘Royal Red’.
El gris del Eucalyptus cinerea, el que utilizan los floristas, lleva al extremo la característica de otros eucaliptus. Sus hojas juveniles sésiles redondeadas son únicas, el gris es asombroso y también su esencia, que penetra el aire después de una lluvia. También hay follajes grisáceos entre los nativos, como el fumo bravo (Solanum granulosumleprosum), un árbol chico que florece adorablemente en lila durante todo el verano. En este caso, el tono se lo dan múltiples pelitos, mucho más densos en la cara inferior de las hojas. Se puede propagar por semillas y hasta por esquejes.
Los amarillos no son puros, pero hay variedades que dan al verano verdes iluminados de amarillo. Como una variedad de la temible Gleditsia triacanthos, pero en este caso desarmada de sus inquietantes espinas: la Gleditsia triacanthos var. inermis ‘Sunburst’, cuyas hojas nacen doradas y en verano adquieren un verde claro con tinte amarillo, antes de virar totalmente al dorado en otoño.
Lo mismo ocurre con otros árboles, como la noble Robinia pseudoacacia ‘Frisia’ que crea ámbitos muy luminosos plantada en grupos. Y dentro del rango de los verdes hay grandes diferencias, y algunas sutiles, para detectar y crear exquisitas composiciones, un delicadísimo arte.
Brillos y movimientos
La brisa, el mínimo viento, puede entrar gráficamente en los jardines cuando roza algunos follajes. Se trata de especies con ramas y hojas péndulas o muy leves que hipnotizan con su vaivén, como ocurre con los sauces, en especial el Salix babylonica. También el nativo aguaribay (Schinus areira), que además brinda sus frutos que son la sustancia de la pimienta rosa, o como la cina cina (Parkinsonia aculeata), pequeña y rústica nativa espinosa que se entrevera en esta época con sus flores amarillas y rojas, visibles aun bajo los solazos que diluyen muchos colores.
Algunas hojas son opacas, otras son brillantes como en la prototípica Magnolia grandiflora, que emergen entre sus grandes y perfumadas flores, y también como en el alcanforero (Cinnamomum camphora) o el nativo sombra de toro (Jodina rhombifolia), con sus hojas coriáceas y perfectamente rómbicas. Las brillanteces se llevan bien con la luz frontal, como en el caso del nativo Prunus tucumanensis, un árbol norteño de hasta 10 metros de altura que se hace notar relumbrando en el monte cuando el sol le da de frente, lo que le vale el nombre de palo luz o palo de luz.
Flores de altura
El verano es época de árboles notables por sus floraciones, como los palos borrachos y los ceibos. Es tiempo de flores doradas en altura, como en la festiva senna carnaval (Senna spectabilis), en el majestuoso ibirá pitá (Peltophorum dubium) con su follaje excepcional. También las tipas que, con sus floraciones esporádicas de verano, nos hacen mirar hacia las copas cuando el suelo está repleto de sus pétalos.
Hay otros árboles nativos que florecen en verano, como la pata de buey o falsa caoba (Bauhinia forficata), cuya distribución va desde el Norte hasta Buenos Aires y florece por tandas durante todo el verano, con sus sofisticadas flores blancas. Está también la Luehea divaricata, un atractivo árbol perenne con flores rosadas, de la familia de las malváceas, que se conoce como azota caballos o con el intrigante nombre de Francisco Álvarez.
También la Lagunaria patersonia tiene flores rosadas en verano y es una malvácea, pero es originaria de Australia. Asimismo, un pariente del común y tan cultivado brachichito (Brachychiton populneus), el Brachychiton acerifolius o el “árbol de la llama”, a principios de verano genera flores rojas y rutilantes, y sus hojas grandes, lobuladas, son parecidas a las hojas de algunos Acer.
Son asiáticas la resistente sófora (Sophora japonica) con sus pequeñas flores blancas, modestas en sí mismas pero que contribuyen a dar tonalidades a sus copas, y la muy cultivada lagerstroemia o crespón (Lagerstroemia indica), con floraciones espumosas que van del blanco al fucsia extremo; un arbusto que se transforma en árbol por el arte de los viveros.