Hace unos años, insatisfecha con su presente, se animó a patear el tablero y se alejó de la rubia sexy que había sido. Ahora que el camino recorrido la llevó adonde quería, repasa esa travesía en una charla sincera con ¡HOLA! Argentina
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Pocas mujeres son hacedoras de su destino como Amalia “Yuyito” González (62). Aquella rubia pulposa que se hizo famosa como una de las sex bombs de los 80 y exhibía su cuerpo moldeado por los dioses desde la tapa de las revistas, a los 40 y pico tuvo una crisis existencial y pegó un volantazo que le cambió la vida. Apoyada en su fe cristiana, experimentó una metamorfosis que la llevó a despojarse de plumas y brillos para enfocarse en cuestiones ligadas a las mujeres y la espiritualidad. Se repensó, estudió y se convirtió así en su propia creación: una mujer luminosa, orgullosa de sí misma, plena y feliz, que no les teme a los desafíos. Es mamá de Bárbara (36) –arquitecta, fruto de su relación con Guillermo Cóppola–, y de los mellizos Stefano y Brenda (26) –él, licenciado en Psicología y tenista; ella, licenciada en Comunicación, que son los hijos que tuvo con César Di Aloy–. Amalia también es abuela de Josefina (5) -–hija de Bárbara y de su marido Marcos Urcola– y en esta etapa de madurez, contagia su amor por la vida, su paz interior y su optimismo apenas empieza a hablar.
–Sos una mujer que se reinventó. ¿Qué te llevó a dejar de lado a la actriz y vedette que fuiste?
–Arranqué la vida pública sin ser todavía “una chica Playboy”. De hecho, lo primero que hice fue bastante naif: la jardinera de Don Mateo, “Yuyito”. Después, por mi altura y mi físico, las propuestas de trabajo eran para el lado de la revista, el cuerpo y lo sexy. Y todo lo que hice a partir de ahí pasó por la exuberancia y la belleza. Seguí con esa onda hasta que, tras muchos años de estar en aquel rol, empecé a sentir que me desconectaba de esa mujer sexy y sensual, y esa desconexión de identidad me incomodaba, me hacía mal. Cuando me hizo lo suficientemente mal opté por dejar todo.
–¿Qué implicó dejar todo?
–Significó dejar el género de revista, alejarme completamente del tema sexual-sensual y bla bla bla. Eso fue hace dieciocho años.
–¿Resultó difícil?
–Muy. Lo primero fue parar de trabajar y, al no trabajar, dejé de ganar dinero, con lo cual tuve que adaptarme a una nueva economía, a la que no estaba acostumbrada, con tres hijos y sin el soporte de una pareja o un padre que me ayudara. No tenía nada, absolutamente nada. Así que reinventarme fue un aprendizaje muy bueno, sobre todo porque en el momento no me daba cuenta de que me estaba reinventando, eran las circunstancias las que me fueron llevando. Y resultó un gran aprendizaje también para mis hijos.
–¿Y adónde te llevó ese cambio?
–A vincularme con gente que tenía conexión con lo espiritual, gente con mirada interior, algo que yo no tenía. Hasta ese momento, para mí todo era cuerpo y espejo, yo era lo que se veía. Y me hizo bien conectarme con personas que decían otras cosas, que valoraban otros aspectos de la vida, que se relacionaban con cosas no tangibles. Empecé a sumergirme en otra atmósfera, en otro clima, en otra vida, que me atrapó y me dio mucha fuerza para seguir en ese camino y no retroceder, para no arrepentirme de la decisión que había tomado.
–¿Hasta ese momento nunca te lo habías cuestionado?
–No, jamás. Hay que pensar que era otra época. El advenimiento de la democracia, el surgimiento de revistas como Libre… Yo no me cuestionaba nada, para mí era la única posibilidad. Estaba automatizada. Pero cuando el automático se empezó a empastar, comencé a sentirme mal. Y tomé la decisión de cortar con todo aquello que me vinculaba con ese rol.
–¿Y cómo hiciste para mantener a tus hijos?
–En ese tiempo se conectaron conmigo desde una editorial que sabía de mi cambio, y me propusieron escribir cosas que tuvieran que ver con la mujer y sus cambios, y también con la fe y la vida espiritual. Así fue que durante diez años hicimos una serie de agendas para la mujer con contenido de tipo motivacional e inspirador, y me fui redescubriendo como generadora de contenidos. Al mismo tiempo encaramos una especie de gira nacional con ese material y participábamos en toda clase de eventos para mujeres. Eso me metió definitivamente en otro mundo, un mundo que me interesa mucho y del que aprendo todos los días.
–¿Te pusiste a estudiar?
–Me he ocupado muchísimo de capacitarme, yo soy mi propio experimento. En mi cabeza tengo un laboratorio de estudio del ser, empezando por mí, pero eso también me conecta con los demás. Y de ahí vino la inquietud de hacer la formación de coaching y de estudiar periodismo. Es una carrera corta, de tres años, pero la hice: la empecé y la terminé. Y si bien nunca me desarrollé como una periodista formal, digamos, en mi vida cotidiana soy periodista: investigo todo, tengo la inquietud de la persona curiosa, y escribo mis propios contenidos.
–Hablaste del aprendizaje que implicó para tus hijos este cambio en tu vida. ¿En qué notás ese aprendizaje?
–Pese a la crisis, al cambio económico y social, a lo que fue tener que enfrentar los comentarios, porque para el medio yo pasé a estar loca, nosotros en ningún momento perdimos la alegría, la risa, la predisposición al juego. Perdimos dinero, relaciones, posicionamiento, pero siempre estuvimos contentos. Y cuando crecieron, mis hijos supieron enfocarse en sus proyectos personales, se animaron a sus cosas. Se animaron a hacer un cambio de carrera, un cambio laboral, un cambio de país. Se formaron como personas muy prudentes, saben bien lo que quieren y siempre tuvimos, entonces y ahora, un sentido de equipo, de estar unidos.
–¿Sos la misma mamá que eras entonces?
–Te diría que no, que hoy me dejo cuidar bastante. Me dejo regalar, me dejo recibir. Soy una mamá consciente –y ellos también– de que me voy poniendo más grande, de que la vida va cambiando. Los veo que se desarrollan solos, que son personas que piensan bien, que se cuidan, y eso me hace feliz.
–¿Te apuntás entre las abuelas malcriadoras o entre las que ponen límites?
–No soy una abuela consentidora. Primero, porque viven lejos, en Escobar, es decir que no voy a cada rato a su casa, y además porque me adapté perfectamente a los límites que ponen los padres. “Fijate si mamá y papá te dejan”, les digo antes de hacer algo con ellos. Creo que eso nos genera una linda relación.
–¿Cómo te llevás con tus ex parejas, los padres de tus hijos?
–Siempre hemos tenido buena relación. Obviamente que, al principio, cuando recién te separás, es un tiempo de reacomodarse, de procesar diferencias, porque si todo estuviera bien no te separarías. Pero eso no duró más de un año, en ambos casos. Después, los hijos tomaron el lugar principal y nosotros nos corrimos de la escena. Otra cosa positiva, con los dos, es que no hemos sido personas de hacernos reproches, de tener rencores. No tuvimos conflicto con que aparecieran otras parejas en la vida de cada uno. Y eso generó siempre buenas convivencias. No es amistad, porque no soy amiga de ninguno de ellos, pero tenemos una buena relación de padres de nuestros hijos. Para mí Guillermo y César son familia.
–¿Te gustaría volver a enamorarte?
–Me encantaría enamorarme, pero estar en pareja es otra cosa. Si es sólo estar en pareja te digo que no. No siento que estar sin pareja sea un vacío, no lo vivo como una falta.
–¿Pero si te enamoraras te replantearías la negativa a armar una pareja?
–Sí, en ese caso sí. Porque enamorarme me pasa por el sentir. No me pasa ni por la compañía ni por el sexo, sino por el hecho de sentir amor. Que hace un siglo que no siento. Pero recuerdo que había sido lindo. [Risas].
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Tengo una relación muy saludable con el paso del tiempo y con la edad. Lo veo como algo positivo, como un desafío de tener ánimo, energía, ganas de vivir, de hacer cosas, de cuidarte. Y tengo una buena relación con el hecho de que nuestro paso por este mundo tiene un final. Soy muy consciente de la finitud de los cuerpos, por eso valoro mucho más el tiempo.
–O sea que la muerte no te genera angustia ni temor…
–No, no me genera angustia ni temor. Me genera mucha conciencia de aprovechar el tiempo y valorarlo. Por todo lo que tengo en mi cabeza y con todo lo que conecto a nivel espiritual y energético entiendo que la muerte no existe, que todo es transformación. Obviamente en este espacio-tiempo vamos a desaparecer, el cuerpo se va a desintegrar y se va a transformar en otra cosa. Pero lo vivo como una transformación, no como una tragedia. Y, además, como tengo creencias cristianas, creo que me voy a encontrar con mis padres y entonces siento que va a ser hermoso. Lo veo como algo lindo. A mí me gusta mucho dormir, siento placer en dormir, y estoy convencida de que la muerte es así, como dormir, que perdemos la conciencia. Creo en Jesús desde muy chica y por eso tengo como esa intuición de que va a ser hermoso. Por supuesto que hay aspectos que tienen que ver con el apego y la separación de tus seres queridos, o con lo que puede sentir el otro con tu muerte, que duelen, pero que también son parte de la vida.
Producción: Paola Reyes Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola Agradecimientos: Luna Garzón, Justa Osadía, Mirta Armesto, Sidonia, Minah Nails & Lashes Club y Palladio Hotel Buenos Aires-MGallery.
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