Musa de diseñadores y favorita de varios directores, conoció la fama y el oprobio tras el famoso robo en una tienda que casi cancela su carrera cinematográfica. Tuvo un historial amoroso cargado de estrellas y hoy parece haber encontrado la armonía con Scott Mackinlay Hann
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En 1988, una actriz muy joven de inquietante belleza andrógina maravilló al mundo en la película Beetlejuice. Se llamaba Winona Ryder, tenía 17 años y un gran talento que la convirtió en la favorita de directores y en una de las últimas grandes promesas de Hollywood. Pero, además, con su sonrisa divina, su aire de eterna adolescente deprimida y sus looks de marcada impronta gótica, Winona se transformó en la representante de la generación X, un grupo etario que no empatizaba con los estereotipos de belleza perfecta, y enamoró a los actores más deseados de la década del 90: Rob Lowe, Christian Slater, Matt Damon y Johnny Depp fueron sus novios. De todas sus relaciones amorosas, la que mantuvo con Johnny Depp marcó una época. Se conocieron en el set de El joven manos de tijera (él le lleva doce años) y formaron una pareja que encandilaba: rara, extravagante, única. Su ropa –fueron los padres del grunge de los 90, vistiendo de negro, con mucho cuero y crucifijos–, sus elecciones artísticas, sus salidas, sus peleas y hasta sus tatuajes (Johnny se hizo un tatoo en el brazo derecho que decía “Winona for ever” y que luego fue logo de remeras) convocaban multitudes.
ASCENSO Y CAÍDA
Con unos pocos años de trayectoria, Winona brilló en El joven manos de tijera, Inocencia interrumpida, Drácula y La edad de la inocencia. Logró tener el mundo rendido a sus pies y ella –arquetipo por excelencia de una mujer de apariencia frágil pero fuerte, lectora de Salinger y sin pelos en la lengua a la hora de hacer declaraciones- consolidó su status de ícono de estilo: puso de moda la sastrería masculina para las mujeres y, pese a que era capaz de desfilar por la red carpet con una camiseta tres talles más grandes y borceguíes, también fue la inspiración de grandes diseñadores (eterna musa y amiga de Marc Jacobs, por ejemplo). Y, justo en ese instante en el que parecía haber tocado el cielo con las manos, todo se vino abajo. Cayó en una profunda depresión y, en diciembre de 2001, se fue sin pagar de una de las tiendas más elegantes de Los Ángeles, con ropa y accesorios por un valor superior a los seis mil dólares. La noticia estalló en los medios de comunicación y la actriz se hundió un poco más todavía. “Fue muy irónico porque todos pensaban que estaba pasando un gran momento profesional y que entonces no tenía razón para estar deprimida. Quizás estaba en el pico de mi carrera, pero por dentro estaba completamente perdida”, diría ella mucho tiempo después.
Un año más tarde, tras trece días de juicio, “la novia rebelde de América” resultó declarada culpable del cargo de vandalismo, pero inocente del de hurto. La condenaron a tres años de libertad condicional, cuatrocientas ochenta horas de trabajo comunitario y el pago de una multa de once mil dólares. Winona cumplió con lo que decidió la Justicia, se mudó a San Francisco para estar cerca de sus padres (su madre, Cynthia Palmer, era productora de videos y su padre, Michael Horowitz, un reconocido editor y librero) y puso su trabajo en pausa. Pero esos días de altísima exposición marcaron un hito en su vida: además de la cobertura del juicio, estuvo bajo la lupa de los críticos de moda por el impecable estilismo con el que se presentaba en la corte. Con carteras Fendi, vestidos de estampa floral y abrigos de lana, la actriz hizo de los tribunales su pasarela.
LA REVANCHA
Duende, hada rebelde o hija consentida, Winona había nacido en el seno de una familia hippy. Pasó su infancia en una comunidad llamada Rainbow, al norte de California, sin electricidad, televisión, ni computadora, donde compartió sus días con los protagonistas de los libros que leía. Allí, su madre inauguró un pequeño cine, donde la niña Winona descubrió lo que quería: traspasar la pantalla para alojarse en ella, mientras los espectadores contemplaban sus películas. Y cumplió su sueño: tras su década de gloria y ese período de ostracismo lejos de la industria, volvió y demostró que el escándalo no erosionó su capacidad actoral. Primero, se lució en un papel chiquito en el Cisne negro, junto a Natalie Portman, y después se consagró con su actuación en la serie Stranger Things, de Netflix, en un personaje hecho a su medida: madre soltera, de bajos recursos e inestable emocionalmente, que lucha por su hijo desaparecido. Para algunos, su equilibrio y estabilidad personal –y, como consecuencia, profesional– tiene mucho que ver con su relación sentimental con Scott Mackinlay Hahn (es el fundador de Loomstate, una empresa de moda basada en la creación de ropa sostenible), su pareja desde 2011. Como sea, una generación entera aplaude su regreso y el brillante giro que le dio a su carrera. Parece que aquello de “Winona for ever” en el tatuaje de Johnny Depp fue más que profético.
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