Multifacética –además de actuar, escribe y es dueña de una pizzería–, Carla Quevedo habla de sus miedos y obsesiones, y de cómo huyó de la fama repentina tras “El secreto de sus ojos”
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Cuando debutó como actriz con el papel de Liliana Coloto en El secreto de sus ojos (2009), Carla Quevedo (35) no se imaginaba el vuelco que daría su vida. “Medio en chiste, siempre digo que le escapé a la fama cuando me fui a vivir a Estados Unidos, pero es un poco cierto. Filmé la película, a la que le fue muy bien, y me fui a otro país a trabajar de mesera. Mi abuela me llamaba y me decía: ‘Pero, nena, ¿vos no querías ser actriz?’”, recuerda con una sonrisa mientras charla con ¡HOLA! Argentina en C.A.N.C.H.A, la pizzería del barrio de Villa Crespo que abrió con sus amigos en noviembre de 2020. Con el “diario del lunes”, Carla reconoce que en aquel momento le daba mucho miedo ocupar ese espacio de exposición que no deseaba y para el que no se sentía preparada. Pero, cuando regresó a la Argentina diez años después, en febrero de 2020, volvió decidida a ocupar ese lugar que había dejado. “Iba a hacer Separadas, una tira de Pol-ka que se dio de baja por la pandemia. En eso apareció Iosi, el espía arrepentido (la serie de Amazon Prime que el próximo viernes 27 estrena su segunda temporada), y sentí nuevamente la ilusión y la esperanza de que la vida volvería a ponerse en funcionamiento”.
–¿Sufriste mucho el desarraigo y la soledad en Estados Unidos?
–Sí, la pasé muy mal los diez años allá. Siempre digo que no viví en Estados Unidos, sobreviví. No es por sonar dramática, de hecho, tengo un historial de depresión y ansiedad, es algo con lo que convivo desde los 15 años. Tampoco voy a decir que me curé, porque la salud mental es algo por lo que se trabaja toda la vida, pero desde que volví al país estoy cien veces mejor. Allá, si bien tenía amigos, hay una idiosincrasia muy distinta. La gente está muy sola, las amistades no son lo mismo, todos viven muy enfocados en su laburo. Mi perro Ramón fue mi gran compañero durante esos años, me salvó la vida porque fue un apoyo emocional muy fuerte.
–¿En qué momento hiciste ese clic y dijiste “tengo que volver”?
–Fue un proceso largo. Un día estaba en Los Ángeles caminando por Sunset Boulevard de regreso a mi casa. En esa época estaba con muchos ataques de pánico y en el medio de la calle, una avenida muy ancha, me agarró la desesperación de sentir que no estaba parada ni en una vereda ni en la otra. Para mí eso fue muy gráfico de lo que me estaba pasando, que no estaba ni en Argentina ni en Estados Unidos, sino en un limbo. Me acuerdo que me empecé a preguntar: “¿En qué momento me creí que la tenía que pasar tan mal?, ¿De quién es este sueño?, ¿Adónde quiero llegar?”. En esos últimos años me habían pasado castings para proyectos grossos, tipo Spiderman o Star Wars, y no sentía ningún tipo de motivación. Muchas veces faltaba a esas audiciones porque pensaba: “No quiero tener la vida de Emma Stone. Yo, Carla, soy feliz de otra manera”. De hecho, lo que más sufro de ser actriz es la exigencia de tener que estar siempre divina y simpática, las notas, los eventos. Cuando me di cuenta que desde los 19 años había dejado de lado mi vida y mi felicidad en pos de un objetivo que ni siquiera sabía si era mío, empecé a tomar la actuación de otra manera y entendí que el trabajo no era ni lo único ni lo más importante en mi vida.
–Incluso decís que de chica no soñabas con ser actriz, pero te sentías interpelada por la ficción. ¿Qué era lo que te atraía?
–Siempre construí ficciones como método de escapismo. Desde los 6 años pasé tiempo sola porque mis papás trabajaban muchas horas. Era muy miedosa, y ahí empecé a mirar televisión y películas en el cable. Había algo de eso que me anulaba de la realidad, que me permitía meterme en otro mundo. Después, descubrí que yo misma podía generar eso a través de la escritura. Por ejemplo, iba a la colonia y lo odiaba porque era muy tímida, no tenía amigos y me hacían bullying. Pero volvía a mi casa y escribía en mi diario íntimo sobre el día maravilloso que había tenido y sobre mi novio ficticio.
–Aunque no te gusta decir que sos escritora, publicaste un libro de poemas y una novela.
–A diferencia de mi trabajo como actriz, con la escritura tomo la palabra yo y puedo elegir de qué quiero hablar. Hay algo sobre jugar con correr los límites de la realidad que me divierte mucho, aunque obviamente parto de mi visión del mundo y de mi experiencia. En general, escribo sobre los temas que me obsesionan y sobre los que quiero seguir indagando. Uno de ellos es, valga la redundancia, la obsesión. De hecho, la novela que estoy escribiendo ahora tiene que ver con eso.
–¿Qué otras cosas te gusta hacer?
–Me gusta mucho comer y cocinar. En pandemia hice varios cursos de cocina asiática. También, en los últimos dos años me volví medio enferma del fútbol, miro muchos partidos en la tele y voy a la cancha. Me obsesiono con algo y voy a fondo, no soy alguien que transita las cosas con tibiezas. Hasta entreno con un profesor de fútbol una vez por semana. Y dos veces por semana hago alfarería y cerámica, empecé en pandemia y me copó.
–Siempre fuiste muy abierta con tus problemas de salud mental, y hoy son cada vez más las personas que hablan del tema en los medios.
–Me parece valioso que las personas que tienen alcance comuniquen responsablemente sobre estos temas. Yo fui esa adolescente que se crio sin ningún tipo de referente, cuando tomar medicación era para los locos. ¿Por qué cuando a alguien le recetan una pastilla para la tiroides la toma sin ningún prejuicio, pero cuando sos adolescente y te dicen que tenés depresión y una crisis de ansiedad generalizada y necesitás medicación, tus viejos te dicen: “Quizás no es para tanto, ¿por qué no probás yendo a vóley?”. Obvio que los padres hacen lo que pueden, pero es consecuencia de un sistema, de una sociedad que tiene un estigma enorme en torno de la salud mental. Mi abuela, la misma que me aconsejaba que volviera de Estados Unidos, me decía: “Basta, no hables de eso en las entrevistas, vas a perder trabajo”. Pero yo no puedo no hablar de eso. De chica, de haber sabido que a otra gente le pasaba lo mismo, me hubiese sentido menos sola.
Maquillaje y peinado: Rocío Somoza para Sebastián Correa Estudio
Estilismo: Segundo Etchebehere
Agradecimientos: Yey House y vintage NegraNegra
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