Sus dibujos inspirados en la naturaleza decoraron el traje con el que Su Majestad retomó sus giras internacionales tras meses de aislamiento
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Es cierto que su nombre cobró notoriedad el mes pasado, cuando se supo que los dibujos que decoraban el espectacular traje de Natan que Máxima de Holanda lució en su gira por Alemania eran de su autoría. Sin embargo, el argentino Pablo Piatti (52) lleva una vida dedicado al arte y su talento –plasmado en la moda y la decoración– es reconocido del otro lado del océano Atlántico hace más de tres décadas, cuando una suerte de “hada madrina” lo animó a que desplegara sus alas en busca de nuevos horizontes.
Nacido en San Martín, provincia de Buenos Aires, Pablo se crió en Bella Vista con sus padres y sus hermanas, Alejandra (vive en Barcelona), Patricia (instalada en Oakland) y Mabel. “Venimos de una familia de inmigrantes, la rama paterna es italiana y la materna, de Grecia, por lo que tenemos el gen de subirnos al barco y buscar horizontes nuevos”, le dice a ¡HOLA! el artista desde su casa en Amberes, Bélgica, donde se lo adivina bebiendo un rico té en una taza de porcelana china, mirando por la ventana su jardín japonés y con algún libro cerca de Jorge Luis Borges, Marguerite Yourcenar, Colette o Balzac, algunos de los pequeños placeres cotidianos que comparte con su pareja, el escultor mexicano Dodi Espinosa.
–¿Siempre supiste que tu camino era el arte?
–A los 18 me inscribí en Bellas Ares, en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, contra la voluntad de mis padres, que creían que no era una carrera seria y que no me iba a alimentar. Entonces empecé a buscar la forma de pagar mis estudios para independizarme. Entré a trabajar en una fábrica de cerámica y decoraba los platos. Un año después, llegaron sus dueños, Santiago Torreguitar, que jugaba al polo, y su mujer, Jacqueline Dalgetty. Establecí muy buena relación con ella, que casi no hablaba castellano porque es escocesa y, entre charla y charla, yo mejoré mi inglés y ella, su español. Años después consiguieron un contrato de trabajo en Bélgica. Santiago me contó que se iban, para empezar, seis meses, porque iba a ser el manager de un club de polo en Amberes. A su vuelta, Jacqui, a quien varias veces le había comentado mis ganas de irme al exterior, me propuso irme con ellos y probar suerte.
–¿Por qué querías irte?
– [Suspira profundo]. Por un lado, no me veía trabajando como profesor de pintura o dibujo, algo que está perfecto, pero no era lo que quería. Y tampoco veía a mis profesores muy bien, sintiéndose con poca proyección. Pero también estaba el tema de mi homosexualidad. Tuve muchísimos problemas con eso, en el colegio, en el barrio, en mi casa… Siempre había un comentario, una mirada, sobre todo de parte de los hombres. Por suerte, sé que hubo un cambio, pero todavía sigue habiendo un fondo machista. Y todos mis amigos gays en Argentina, en ese momento, tenían problemas para contarlo abiertamente. Volviendo a mi viaje, Jacqui me dijo que si les salía un negocio de venta de caballos, me ayudaba con el pasaje. Y así fue.
–Fue una suerte de hada madrina…
–Exacto. Ella compró el pasaje, yo acababa de cumplir 21 años, así que sólo tenía que avisar que me iba. Llegar a Bélgica fue un factor determinante, la gente tiene otra mentalidad, aprendí mucho. Y ya no volví.
–¿Dónde parabas?
–Viví un tiempo con ellos en el club, y allí conocí a sus dueños, Brian Redding y su mujer Arlette Van Oost, dueños de la marca Scapa of Scotland, y al ver mi carpeta con ilustraciones de moda me encargaron las primeras ilustraciones de su colección para decorar sus tiendas en Europa. Al poco tiempo, empecé a trabajar con su hija, Patsy Redding, que buscaba estilista para su marca Dialogue y así empezó mi formación en el estilismo: aprendí desde dibujar, comprar y seleccionar los tejidos, hasta ver los defectos en el patronaje, realizar las pruebas de las prendas y las correcciones, todo lo referente a crear una colección. De ahí pasé a trabajar como diseñador para la marca belga Essentiel, para Hartford, Cyrillus (ambas francesas) y Victoria’s Secret.
–Y en algún momento te mudaste a Barcelona…
–Sí, trabajé cinco años para Sita Murt y luego para la diseñadora Lydia Delgado. Pero cuando comenzó la crisis allá, decidí volverme a Amberes para empezar de cero otra vez. Entonces me volqué a la decoración, pintando murales para clientes privados en estrecha colaboración con decoradores de interior. Un día, Edouard Vermeulen, el modisto dueño de Natan, estaba almorzando en un restaurante en Knokke, en la costa belga, donde había pintado un mural, le gustó y pidió mi contacto. Fui a la casa madre en Bruselas y me propusieron pintar murales en sus tiendas de Bruselas y Amberes. A partir de allí nace una colaboración estrecha y hoy sigo cambiando la decoración con murales adaptados a cada colección en sus tiendas de Bruselas, París, Gante, Amberes, Lovaina y Knokke. Últimamente, surgió pintar sobre las prendas e hicimos una cápsula de inspiración oriental con flores, pagodas, insectos… Amo la naturaleza, los animales, las plantas. ¡Y fue un éxito! Él tiene una clientela muy buena, de nivel muy alto y de la realeza. Entonces empezaron los pedidos.
–¿Y cómo fue lo de Reina Máxima?
–Me pidieron pintar un vestido para una clienta muy especial, sin decirme su nombre porque esa es la filosofía de la casa, son muy discretos. Una vez que lo hice, me llamaron para decirme que la “clienta anónima” había quedado encantada y que con lo que le cortaron al vestido, porque ella lo quería más corto, le habían hecho una suerte de vincha.
–¿Cuándo supiste entonces que era para ella?
–Meses más tarde, a través de la social media, me enteré de que se trataba de Máxima de Holanda. Fue una gran emoción, una alegría no sólo porque es muy conocida y se viste muy bien, sino porque representa a una monarquía joven, moderna, más abierta. Ella eligió ese vestido porque le gustó, más allá de que yo sea argentino. Creo que gracias a esto van a salir otras cosas. También hice para Natan una capa pintada espectacular, que seguramente le va a gustar. Pero como dice el Tao Te Ching, “haz tu trabajo lo mejor posible, y luego déjalo ir”. Es lo que aplico en mi vida y, sobre todo, en mi trabajo.
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