A los 25 años dejó por un tiempo su vida llena de comodidades para convertirse en guía de excursión de montaña en la Antártida chilena
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Nació en una de las familias más ricas y acomodadas de Argentina. Nieta de Pedro Carlos Blaquier –hermano del reconocido Carlos Pedro Blaquier, que hizo del ingenio Ledesma un imperio y fundó un poderoso conglomerado de negocios–, Victoria (33) reconoce (y agradece) el privilegio de haber sido criada en un entorno repleto de oportunidades. Fue educada en el colegio San Andrés, recorrió el mundo desde muy chica y sus vacaciones tenían como destino Punta del Este (Uruguay), Villa Traful en nuestra patagonia o Palm Beach, en Estados Unidos. Si bien su futuro parecía encaminado hacia el mundo de las artes –se recibió con honores en Gestión e Historia de las Artes Visuales en la USAL–, pateó el tablero y decidió emprender un camino distinto, guiada por su intuición. Cuando cumplió 25, renunció a su trabajo en una prestigiosa casa de subastas de arte y armó la valija para postularse como guía en excursiones de montaña en un hotel cerca del Parque Nacional Torres del Paine, ubicado en la región de la Antártida chilena y Magallanes. “Para muchos fue una locura lo que estaba haciendo. Acá tenía una vida armada, cómoda, previsible y espectacular… Trabajaba al lado del Palacio Estrugamou, almorzaba todos los mediodías en restaurante Farinelli y viajaba mucho. Sin embargo, no sé cómo explicarlo, sentí un llamado muy fuerte de hacer un gran cambio”, reflexiona Victoria hoy. Y tras un año instalada en el Sur, escribió un libro sobre su mejor aventura al que tituló Una lady en la Patagonia.
–Una de las anécdotas más divertidas del libro es el momento en que el personaje, Lady, llega a la casa de guías de excursiones y le pone perfume Chanel N°5 a las sábanas. ¿Eso fue real?
–Sí, pero sólo lo hice el primer día. [Se ríe]. La idea era retratar con humor el choque cultural con mi nueva vida. Como a todos, me llevó tiempo adaptarme. Lo más duro fue el frío, no estaba acostumbrada a esas temperaturas tan bajas. El entrenamiento duró tres meses, con exámenes de Geografía, Glaciología, Historia de la Patagonia, Avistaje de Aves y Primeros Auxilios. Tuve algunos días que pensaba en renunciar, pero fueron los menos. Encontré un sentido muy fuerte de comunidad: todos habíamos dejado nuestras casas, nuestras familias, nuestros trabajos y eso nos hermanaba.
–Tu decisión tuvo algo de rebeldía hacia tu familia…
–No, nunca lo viví ni lo vería así. Nací en este núcleo familiar y para mí es como lo más natural del mundo, de hecho, no conozco otra cosa. Mi mirada tiene que ver con una vida que ya no sentía propia. Tuve el deseo de sacar la cabeza y mirar más allá de lo conocido.
–En esa vida de “chica bien” contás que se esperaba que te casaras con el hijo de algún amigo de tu papá…
–En ese momento necesitaba tomarme el tiempo para pensar qué quería hacer yo. Tal vez podía llegar a esa misma conclusión, pero quería decidirlo por mi cuenta y no porque no tuviera otra opción. A veces sentía que estaba en un tren del que no me podía bajar. Me acuerdo que pensé: “Necesito frenar porque no sé para dónde voy… No sé qué es mío ni cuál es mi deseo. Estoy cansada de pensar en cómo complacer al otro y ya no tengo ganas de vivir así; no quiero”.
–¿Te costó tomar la decisión?
–Sí, pero también me reconozco muy lanzada. No me daba miedo volver si no resultaba. Y cuando me fui, supe que existía esa posibilidad de tener que volver. Pero creo que el que no arriesga no gana, como reza el refrán. Además, yo tengo la suerte de contar con el apoyo incondicinal de mi familia.
–¿Son muy unidos?
–Muy. Toda mi infancia está cargada de recuerdos que tienen que ver con ellos. Mi vínculo con el Sur, por ejemplo, viene de mis veranos en el campo de mi abuelo materno, Felipe Larivière, en Villa Traful. Los Blaquier tenemos la tradición de juntarnos todos los años nuevos en La Biznaga, el campo de mi tío abuelo. ¡Somos muchísimos! Cuando les conté a mis primos del libro fueron los primeros en salir a comprarlo.
–¿Qué fue lo que descubriste en esta aventura?
–Fue la primera vez que me animé a escucharme y a hacer algo distinto. Esta experiencia me enseñó a que la vida está para animarse a hacer el propio camino y confiar en lo que uno siente. Yo escuché esa intuición que sonaba fuerte muy dentro de mí y me llevó casi al fin del mundo a vivir mi mejor aventura.
–¿Cómo cambió tu vida después de esta experiencia?
–Cambió bastante. [Risas]. Cuando volví a Buenos Aires dejé el mundo del arte y empecé a buscar trabajo en turismo y conseguí un lugar en una empresa que representaba hoteles de lujo. Hoy trabajo como agente de viajes.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
Agradecemos a la arquitecta Michelle Parisier
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