Trabajó en teatro y televisión con grandes como Olmedo y Porcel. A los 64, la modelo, actriz y empresaria hace un balance de su vida: “Llegué a una etapa en la que solo hago las cosas que quiero”
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“Mirá qué elencazo!”, dice Judith Gabbani (64). En la foto enmarcada que acaba de traer de su vestidor, un espacio donde se mezclan recuerdos, ropa y maquillaje, se los puede ver a Jorge Martínez, Beatriz Taibo, Cristina del Valle, Carmen Barbieri, Rubén Green y Guillermo “Negro” Brizuela Méndez, grandes figuras de los 80 y los 90. Hay otros cuadros con Jorge Porcel y con Luisa Albinoni; otros con Adriana Brodsky, Alberto Olmedo, íconos con los cuales la actriz compartió cartel. “Desde que empecé a trabajar, siempre tuve mucha suerte. Comencé a los 17 años y, al poco tiempo, ya estaba trabajando al lado de Raúl Lavié o Marty Cosens. Después, pasé a los Aquí llegan los Manfredi, con Mirta Busnelli, y, más tarde, Matrimonios y algo más, en el teatro, en Carlos Paz. Desde entonces, nunca paré. Eran otras épocas…”, dice ella. Si extraña aquellos años dorados, Gabbani, una mujer celosa de su vida privada, asegura que no: “Muchos dicen que los 80 y los 90 fueron algo así como décadas perdidas; sin embargo, para la producción artística nacional, fue increíble. Existía Alejandro Romay, un gran generador de trabajo en el país. Yo tuve trabajo en todos los canales y debo decir que lo disfruté mucho. Viví todo a consciencia”, asegura a ¡HOLA! Judith, tan radiante y magnética como la recuerda nuestra memoria.
–¿Ni una gota de nostalgia?
–Nada de nada. ¿Sabés que una vez hablé sobre eso en terapia? Lo único que me da nostalgia es la gente que ya no está más. Y que, con el tiempo, una no tiene la misma energía que a los 20 años [se ríe]. Cuando empecé a trabajar, hacía varias tiras televisivas y obras de teatro al mismo tiempo y, también, publicidades. La vorágine fue tal que una podría haber pensado que todo eso no se iba a terminar más. Pero tuve los pies sobre la tierra. Mientras trabajaba, pensaba que estaba ocupando el lugar de otra persona que, seguramente, se habría retirado antes que yo. Son ciclos, como todo en la vida. Sería absurdo vivir de recuerdos. Amo actuar, pero es un trabajo: cuando no estoy en un escenario, como en este momento --porque estoy esperando que aparezca una obra que tenga realmente ganas de hacer--, hago lo que hace todo el mundo: salgo a la calle y me conmuevo con la situación del país; voy al supermercado; camino y peleo los precios; voy a la ferretería; salgo con amigas y estoy con mis gatas, Stefy, India y Vicky.
–Muchas actrices de tu generación no pudieron adaptarse a los cambios: atravesaron problemas de depresión y adicción; otras, no volvieron a encontrar trabajo...
–Vivir de la actuación y tener continuidad laboral es muy difícil. Yo, por suerte, tuve mucho trabajo. Y, además, nunca fui la chica de nadie. Ni de ningún actor estrella ni de ningún staff en particular. Pude reinsertarme sin problema. Mi última obra fue en el teatro, en 2019.
–Trabajaste con Jorge Porcel, Alberto Olmedo y Gerardo Sofovich, palabras mayores en el mundo del espectáculo, que, al mismo tiempo, tuvieron mucha fama de bravos...
--Cuando Pancho Guerrero me llamó para trabajar con el “Gordo” [Porcel] en un programa en el que estaban Rolo Puente y Luisa Albinoni, yo sabía la fama que tenía. “Si el Gordo se desubica, vos sabés que lo boxeo”, le advertí a Pancho. Hasta el último día que lo vi a Porcel, nunca me faltó el respeto. Él siempre tuvo un gran afecto y un cariño hacia mí. Conmigo fue un señor. Jorge Olmedo fue un tipo generoso: no necesitaba opacar a nadie. Después de hacer dos años de No toca botón, con Olmedo, trabajé con Gerardo Sofovich, en La noche del domingo, en Canal 13. Y después, en 1986, en la Peluquería de Don Mateo. Me acuerdo que muchos se sorprendían porque trabajaba con él: es que Gerardo metía miedo. Una vez, a raíz de que se enojó por un comentario que hice y que salió en una revista, me dijo: “A partir de ahora, me pedís permiso para hacer una nota”. Le dije que no, que a la única persona que persona a la cual yo le pedía permiso era a mí misma.
–¿Alguien se propasó con vos?
–Trabajé con gente complicada en una época en la que el piropo y el chiste eran subidos de tono. Pero a mí nunca nadie me acosó ni me puso una mano ni me faltó el respeto. A veces, soy como el Increíble Hulk; es más fuerte que yo. Un día, Jorge Luz me dijo: “Pero ¿quién se va a meter con vos? Si vos le das una trompada a cualquiera”. Me dijo que yo ponía un blíndex automático, que esa era mi forma de poner distancia. Hacerme la sexy nunca ha sido lo mío: fui cero provocadora. Siempre la jugué más de che pibe.
–No se te acercaba nadie, entonces.
–¡Nadie! Me hacía amigota y ni a tomar un café me invitaban. Si me gustaba alguien, tenía que avanzar yo. Pero, por otra parte, cuando me gustaba alguien, en vez de acercarme, yo me alejaba. [Se ríe].
–¿Y cómo hiciste para conseguir novios?
–Bueno… a pesar de eso, tuve siempre pareja y siempre fueron de muchos años. Con Ovidio [García, ex productor de Susana Giménez], que fue mi único vínculo con alguien del ambiente artístico, estuve veintiún años. Fue mi último gran amor. Yo tenía 38 años cuando empecé a salir con él. Fue una relación de dos personas adultas. Aunque ya nos separamos, nos une un gran vínculo. Seguimos, aunque de manera diferente. Nos llamamos todos los días, salimos a desayunar y, juntos, sacamos a pasear a Beto, el perro que adoptamos juntos.
–Tuvieron un perro y no tuvieron hijos…
–Desde muy chica, tuve en claro que no me iba a casar ni iba a tener hijos. Siempre tuve esa convicción. Hace muchos años, quise adoptar, pero no me lo permitieron: era soltera.
–¿No querías gestarlo vos?
–¿Cuál es la diferencia entre adoptar, gestar o contratar un vientre que lo tenga otra persona? Para mí, ser madre no es tener panza: podés ser madre del corazón.
–¿Cómo reaccionaban tus otras parejas con eso?
-Algunas no han estado de acuerdo. Es válido. No cualquiera está preparado para la adopción. El sistema legal de adopción debería cambiar: ¿a cuántos chicos los estamos privando de abrazos y de cariño? Si el mundo no tuvo empatía con ellos, ¿qué empatía tendrán ellos después?
–¿Tenés ganas de estar en pareja?
–No. Y no tiene que ver con la edad, eh. A pesar de convivir con mis parejas, he sido siempre de estar en mi mundo. Soy de la idea de “juntos sí, pero no pegados”. Creo que con el tiempo los amores van cambiando ¡porque las etapas de la vida son otras! Somos la misma persona, pero vamos modificándonos. Me he vuelto un poco quisquillosa con la limpieza. [Se ríe]. Me gustan las casas prolijas y limpias, pero ojo: no es que soy la loca del orden… si no, no tendría a las gatas, pero… [en una de sus casas anteriores, llegó a tener diecisiete gatos]. Hay que disfrutar la casa ¡y de la vida! Estos años, he perdido mucha gente querida: hay que pasarla bien.
–Dijiste hace un rato que hacías terapia…
–Me recomendaron hacer terapia a mediados de los ‘80, cuando me diagnosticaron fibriomialgia, una afección que es crónica y muy inhabilitante. A mí me dolía todo, incluso el agua de la ducha cuando me bañaba. Hay quienes dicen que la fibromialgia tiene que ver con el autoboicot: las emociones que no largás repercuten por otro lado. Fui bastante dura para hacer terapia, pero hace seis años me animé a empezar. Cambié muchas cosas en este tiempo. Una de ellas fue mi vinculación con lo frívolo. En mayor o menor medida y según nuestro nivel económico, todos somos frívolos. A mí me gustaban las carteras, por ejemplo. Y una vez hasta llegué a comprarme un perro, algo con lo que no estoy de acuerdo porque estoy a favor de la adopción de animales. Así como no me interesa más tener una cartera de mil dólares, hace unos años, me di cuenta de que la casa en la cual vivía era inmensa: tenía varias habitaciones, dos terrazas, dos garajes, habitación de servicio… La había hecho yo, pero entendí que no necesitaba tanto. ¿Para qué? Y, entonces, empecé a largar las mochilas: vendí mi casa y regalé o doné ropa. Hoy vivo con lo necesario. Me mudé a este departamento en febrero de 2020. Tenía sólo la cama y la heladera; y, durante la pandemia, me ocupé de instalar hasta las lámparas.
–¿Cómo te llevás con la soledad? ¿La sufrís?
–¡Cero! No conozco ni el aburrimiento ni la soledad. Siempre tengo cosas para hacer: viajo, tejo, empapelo paredes, hago manualidades y, desde 2001, tengo Le Gabnîc, una línea de productos de belleza. Armé la empresa junto con una amiga, Patricia, con quien empezamos buscando laboratorios que pudieran elaborar productos de calidad. Nos llevó mucho tiempo. Desde hace algún tiempo, mis hermanas, que son cosmiatras, son mis socias. La línea se vende a través de profesionales. Pero, además, tengo muchos amigos, gente con la cual es un placer compartir un café y convivencia. Vamos al teatro o salimos a comer. Llegué a una etapa de mi vida en la que hago las cosas que quiero. Con todo lo que trabajé, logré ahorrar; y puedo darme algunos gustos: así como quiero elegir la obra de teatro que quiero hacer y estar cómoda con el elenco que me va a acompañar, elijo el grupo de personas con el que quiero estar. Con la edad, empezás a tener más filtro. Yo no quiero perder tiempo. Hoy, estoy feliz sin mochilas ni resentimientos. Gracias a Dios, todo lo que he hecho en mi vida lo he hecho por elección propia. Acá, en el reino que tengo, entro y salgo cuando quiero.
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