Aunque la presidencia de Estados Unidos aún era un sueño para ambos, ese día de finales de verano su casamiento convocó a lo más granado del poder norteamericano: políticos, empresarios, financistas y actores
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Fue como una coronación”, publicó la revista Life sobre la boda de Jacqueline Lee Bouvier y John F. Kennedy, para expresar en palabras lo que sintió la mayoría de los presentes en la iglesia de Santa María de Newport, Rhode Island, esa mañana del 12 de septiembre de 1953. Es que, para la alta sociedad norteamericana, ese casamiento fue uno de los más legendarios de todos los tiempos y se convirtió en un hito en la historia de la monarquía oficiosa de Estados Unidos, los Kennedy. Los novios se habían conocido en una comida de amigos en común, en un momento en que él era un prometedor político de Massachusetts de 34 años y ella, una bella periodista del Washington Times-Herald que acababa de graduarse en Literatura Francesa en la George Washington University, de 22. Y la atracción fue inmediata: se parecían mucho, se complementaban, pero, además, cada uno era la persona perfecta para el otro, la pareja ideal que aprobarían sus respectivas y poderosas familias y su entorno social. Porque si JFK traía con él todo el peso y la influencia del apellido Kennedy (en aquel entonces la viva representación del poder y el dinero), Jackie venía de una familia aristocrática y rica (la fortuna la aportó el segundo marido de su madre, el empresario Hugh Auchincloss Jr., heredero de la Standard Oil), lucía sofisticada, sabía comportarse, había recibido una educación muy por encima de la de él y también era católica. Se enamoraron y salieron discretamente durante dos años antes de que JFK le propusiera matrimonio a Jackie –le regaló un impresionante anillo de esmeraldas y diamantes de Van Cleef & Arpels–, en junio de 1953, y después de ser elegido senador, justo cuando ella volvía de Londres de cubrir la coronación de Isabel II.
EL GRAN DÍA
Los novios dieron el “sí, quiero” a las once de la mañana, en un templo católico repleto de gladiolos rosas y crisantemos blancos, frente a ochocientos invitados entre políticos, empresarios y millonarios (más una multitud de curiosos que querían ver de cerca a la que ya se considera una de las parejas de América). Ese día de hace setenta años, Jackie entró del brazo de su padrastro, Hugh Auchincloss Jr., que en el último instante reemplazó a su padre, John Vernou Bouvier III, quien había bebido tanto en la recepción de la noche anterior que no podía sostenerse en pie. En el altar la esperaba Jack –de jaquette y con una flor blanca en la solapa– y el arzobispo de Boston, quien leyó una bendición enviada por el papa Pío XII. Celestial, la novia parecía salida de un cuento de hadas con un vestido color marfil en tafetán de seda con falda corte princesa que le diseñó Ann Lowe (confeccionado con más de cincuenta metros de tela). Como complementos, sólo llevó el velo rosa en punto de encaje, herencia de su abuela, y un bouquet rosa y blanco de orquídeas y gardenias. El padrino fue el senador Robert F. Kennedy, hermano del novio –estuvo acompañado por otros trece caballeros, cada uno con su paraguas de Brooks Brothers con la fecha de la boda grabada–, y las diez damas de honor –todas con vestidos rosas de seda y tocados Tudor haciendo juego– ocuparon su lugar armoniosamente, encabezadas por Lee Radziwill, la hermana de Jackie. Uno de los momentos más emotivos tuvo lugar cuando el tenor Luigi Vena interpretó el “Ave María”: nadie, ni siquiera la dura Rose Kennedy, madre de Jack e inflexible matriarca del clan, pudo contener las lágrimas. Tras la ceremonia, los recién casados se trasladaron hasta Hammersmith Farm, la finca de ciento veinte hectáreas de la familia Auchincloss, donde se celebró la fiesta. Allí, a las ochocientas personas presentes en la iglesia se sumaron otros cuatrocientos invitados, que comieron, brindaron con ríos de champagne y bailaron al ritmo de Meyer Davis y su orquesta en lo que, según las revistas del corazón, fue la boda de la década. Según varios de los biógrafos de la pareja, Jackie hubiera preferido algo más íntimo, reservado a la familia y a los amigos más cercanos, pero los Kennedy decidieron tirar la casa por la ventana conscientes de que no había mejor herramienta de propaganda política y relaciones públicas que un casamiento por todo lo alto. Esa misma noche, los flamantes marido y mujer partieron a su luna de miel en Acapulco, despedidos por una lluvia de arroz y pétalos de rosa. Jacqueline Lee Bouvier y John Fitzgerald Kennedy estuvieron casados apenas una década: entre el 12 de septiembre de 1953 y el 22 de noviembre de 1963, cuando dos certeros disparos terminaron con la vida de Jack –convertido en el presidente más joven de la historia de Estados Unidos– mientras recorría las calles de Dallas a bordo de su Lincoln Continental descapotable. Pero esos diez años fueron suficientes para que se convirtieran en uno de los matrimonios más icónicos del siglo XX.
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