La ex de Marcelo Tinelli, que estuvo internada durante ocho meses, muy grave en terapia intensiva, abre su corazón y cuenta cómo vive “mi segunda oportunidad”.
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“Necesito compartir mi experiencia, por eso doy la entrevista. Siento una responsabilidad enorme de insistir sobre la importancia de donar órganos. A mí me salvó la vida”, dice Soledad Aquino (59) mientras acaricia a Moro, el caballo que rescató hace catorce años y que desde entonces cuida en el centro equino de la Agrupación Tradicional Argentina “El Lazo”, en San Isidro. “Volver a conectarme con estos animales tan nobles es lo que también me ayudó a salir adelante. Ellos me sanan el alma”, asegura. A fines de marzo, Soledad fue internada de urgencia en el Sanatorio Trinidad de Palermo a raíz de una hemorragia estomacal severa. En pocos días, el diagnóstico de cirrosis hepática y úlcera de duodeno la llevó a anotarse en la lista de espera del INCUAI para un trasplante de hígado. Durante la internación, contrajo coronavirus y el cuadro se complicó. El 10 de junio pasado finalmente recibió el trasplante de hígado y, desde entonces, inició un largo y duro proceso de rehabilitación. “Tuve que aprender a vestirme sola de nuevo, a atarme los cordones… No tenía fuerza muscular ni para lavarme los dientes”, relata la primera mujer de Marcelo Tinelli (61), con quien tuvo a sus hijas Micaela (33) y Candelaria (31).
–¿Cómo estás hoy?
–Estoy bárbara, me siento rebien de salud y de muy buen de ánimo. Todo lo que me rodea me parece fantástico, valoro cada pavada, me volví una agradecida de la vida. Estoy muy conectada con el presente, con esa cotidianeidad que siempre di por sentada y ahora la vivo como un regalo. Después de haber estado tanto tiempo detrás de una ventana, disfruto del sol en la cara, de las flores de mi casa, de estar al aire libre. Hoy tengo en mi cabeza una dimensión diferente de la vida. ¿Sabés lo que significa para mí despertarme sin dolor? Es magia… Después de todo lo que pasé, me di cuenta de que tenemos vida, que es un regalo, y tengo que aprender a honrarla.
–Recién mencionaste el tema de recuperar tu autonomía, ¿cómo fue esa instancia?
–Durísima. Hacía cinco meses que estaba internada y ya no podía más. Quería irme a mi casa, pero tenía que hacer rehabilitación y kinesiología para recuperar la fuerza muscular que había perdido por estar en reposo tanto tiempo. No podía comer sola, ni lavarme los dientes o agarrar el celular. Y cuento esto porque cuando pasás mucho tiempo en la habitación de un hospital, necesitás hablar con tu gente, conectarte con tu mundo… y cuando no podés siquiera manejar el teléfono te dan ganas de llorar. Estuve realmente muerta. Era un ente. Mi cabeza estaba a full, todo el día maquinando: sentía que estaba atrapada en una situación de la que no iba a salir más. La gente me decía “ya te queda poco”; pero en esa instancia de cansancio, cada hora era una eternidad.
"La operación duró nueve horas y tuve dos paros cardíacos. De milagro estoy viva"
–¿Siempre tuviste mal el hígado?
–A los 24 años perdí mi primer hijo con Marcelo (Tinelli), Santiago… a los ocho meses y 20 días de embarazo. Estaba manejando y tuve un desprendimiento de placenta. Cuando me llevaron al sanatorio, ya había perdido cuatro unidades de sangre, que es muchísimo. Me desmayé, estuve un mes en terapia intensiva y mi hijo murió. En ese momento, recibí muchas transfusiones y contraje hepatitis C, un virus desgraciado que me amenazó toda la vida. A partir de ese momento tuve que aprender a cuidarme, porque todo lo que comía me caía mal. Por eso, cuan - do empecé a sentirme mal a mediados de marzo, pensé que era más de lo mismo, tal vez un cólico. Por suerte mi hermana insistió en llevarme a una clínica, porque veía que no mejoraba ni un poco. Ahí saltó que tenía una hemorragia interna y el hígado ya lo tenía a la miseria. Los médicos me dijeron que tenía que hacerme un trasplante.
–¿Tuviste miedo?
–Claro que tuve miedo, pero al mismo tiempo, no sé por qué, estaba también tranquila, como entregada a la situación. Me internaron para comenzar a prepararme para la operación: cambio de alimentación y una vida más tranquila. El trasplante no es una joda: fue una cirugía de nueve horas. Cada vez que lo pienso no lo puedo creer: “Mierda, me tuvieron abierta durante horas y tuve dos paros cardíacos”.
–¿Tuviste dos paros cardíacos?
–Sí. Así estuve yo, carajo, luchando entre la vida y la muerte. Mis hijas me contaron que los médicos decían que lo mío era un milagro. Y yo pienso que realmente tenía muchas ganas de vivir. De esta terrible experiencia descubrí que el cariño de la gente, de todos los que te quieren, es lo que te empuja a seguir resistiendo, porque hay un momento dado que sólo se trata de resistir. Ya no podés más y sólo está en vos seguir aguantando un poco más. A los médicos les decía: “Por favor, cuídenme que no me quiero ir”, porque yo adentro mío tenía una fuerza interior gigante, tenía muchas ganas de vivir.
–¿Cómo fue transitar esa espera de trasplante?
–Estuve muy tranquila, sabía que si tenía que llegar, llegaba. Y si no, no tenía que ser para mí. Firmé los papeles con el Incucai y me dijeron que estaba en el tercer lugar de la lista… Hoy no puedo creer por todo lo que pasé. El amor impredecible de alguien que no conocía me devolvió la vida, la esperanza. Ahora siento como una responsabilidad en honrar a esa persona y a esas familias que donaron. Sin ellos, no estaría viviendo esta segunda oportunidad.
–¿Cuál fue el momento más duro de esos nueve meses de internación?
–Tuve picos de desesperación en los que sentía que había tocado fondo. Días en que no paraba de llorar del dolor... Después de tantos meses internada, las venas ya las tenía reventadas, porque me sacaban sangre todos los días o me cambiaban la vía sanguínea... Mis hijas ya no sabían qué hacer para que yo no sufriera más.
–¿Cómo te afectaba verlas sufrir por vos?
–Tuve que disimular un poco, decirles “estoy bien”, pero por dentro estaba destruida. Nunca les dije el miedo terrible que sentía de morirme. Las tres somos muy unidas y confidentes, y ellas son dos soles. Me mimaron todo el tiempo. Una vez me regalaron una crema para la cara y eso me cambió el día. Para mí, el hecho de tener que ponerme crema era también un acto de vida, de querer vivir.
"Cuando pasás mucho tiempo en la habitación de un hospital, necesitás hablar con tu gente… y cuando no podés ni agarrar el teléfono, te dan ganas de llorar. Estuve muerta"
–¿Cómo es el vínculo con tus hijas?
–Es mágico, somos un trío indisoluble. Nos pensamos y nos escribimos enseguida, estamos muy pendientes de cada una. Cuando una está mal, las otras salimos a bancarla. Mica y Cande son dos seres de luz, cada una tiene luz propia. Son bondadosas, laburadoras, cero peleadoras a pesar de que el medio las maltrate tanto. Tener dos hijas buenas me da mucho orgullo como mamá.
–Marcelo dijo que eras una guerrera…
–Marcelo es un amor. Así como muchos ven el personaje de Marcelo Tinelli, yo siempre lo voy a ver como el hombre de Bolívar del que me enamoré cuando era muy chica. Me acuerdo de cuando teníamos juntos un auto al que le andaba mal el motor y siempre teníamos que empujarlo entre los dos. Esa persona es la que admiro y respeto, el hombre con quien me casé ante Dios. Juramos cuidarnos en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separara y si bien no estamos juntos, nos seguimos cuidando… Ya no sentimos ese amor marital, pero sí un amor de padres de nuestras hijas. Te aseguro que si a él le pasara lo mismo, yo no dudaría un segundo en ayudarlo, en donarle el órgano que necesitara. Me quedan pocos órganos por donar [risas]. ¿Cómo no voy a estar para ayudarlo? El corazón me lo manda.
–¿Cómo te llevás con los novios de tus hijas, Licha López y Coti Sorokin?
–Son dos amores. Se portaron muy gambas con las chicas. Los cuatro me venían a cantar... y yo que no podía ni hablar, aplaudía con las manos. Me dio mucha felicidad ver cómo las chicas eran cuidadas por estos hombres, tan cariñosos y protectores.
–¿Te gustaría ser abuela?
–Me gustaría mucho. Y creo que lo voy a ser en cualquier momento, seguro de parte de Mica. Es la que más está pensando en el tema. Ella tiene muchas ganas, pero todavía tiene que organizar su vida antes de dar ese paso.
–¿Cuáles son tus próximos proyectos?
–Tengo muchas de trabajar con la alegría y desde ese lugar, me encantaría volver a bailar flamenco, con el que me fue muy bien. No soy profesional, pero estudié nueve años, conozco mucho y me apasiona. El flamenco es un ritmo que lo entiendo, lo vibro y lo siento. Me gustaría volver a organizar los shows y ocuparme de las relaciones públicas, como lo hacía antes.
–¿Por qué brindaste para este 2022?
–Por la fe, el amor, por la vida. No hay sanación del cuerpo y del alma sin afecto. Podés estar muy enfermo, pero si alguien te da la mano, te acaricia, ya tenés media carrera ganada. Cuando amás, sos amado. Ese es mi lema y así lo tengo tatuado en el brazo derecho, “el que sabe lo que siembra no le tiene miedo a la cosecha”.•
Pelo y maquillaje: Joaquina Espínola
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