Tras dos años de pandemia, el reconocido arquitecto y ambientador retomó sus tradicionales festejos, aunque con menos invitados y despliegue.
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Con la premisa de “celebrar la vida, ahora más que nunca”, Javier Iturrioz volvió a marcar agenda con el festejo de su cumpleaños y así quedó inaugurado el calendario social porteño. Para sus 55, el reconocido arquitecto organizó una velada e invitó a ochenta personas en el restaurante Croque Madame, ubicado en el Palacio Errázuriz Alvear, sede del Museo Nacional de Arte Decorativo desde 1937.
A las nueve en punto del miércoles 9 (su cumpleaños es el 10 de marzo, por eso sopló las velitas apenas pasada la medianoche), el anfitrión comenzó a recibir a sus familiares y amigos. ¿El dress code? Fue menos pretencioso que en otras oportunidades: traje oscuro para ellos y “just gorgeous”, decía la tarjeta virtual, o sea deslumbrantes, para ellas. “Me siento feliz de reencontrarme con mucha gente que no veo desde hace rato. Mi última gran fiesta fue en 2020, y a los pocos días empezó el aislamiento por el coronavirus. Y si bien en un momento dudé en celebrar este año, finalmente me decidí, aunque con menos despliegue, sin música ni pista de baile”, apunta Iturrioz. “Es un momento sensible, por la guerra entre Rusia y Ucrania, y la salida de la pandemia… Antes solía convocar a unas trescientas personas y reduje la lista a ochenta. Elegí hacer un evento más tranquilo”, dice. Entre los livings montados en la entrada del palacio caminaba una bailarina enfundada en un traje de encaje y transparencias con antifaz, que simbolizaba la paloma de la paz (fue una idea de su amigo, Paulinho Dornellas, con diseño de Silvana Piacentini de Theatrical Boutique). “También sumé un angelito, que compré en una santería, a la torta, para transmitir mi mensaje y deseo de paz”.
NOCHE DE SUERTE
A pesar de que el pronóstico marcaba una jornada de intensas lluvias, el agua dejó de caer al atardecer y Javier pudo celebrar al aire libre, en los jardines del elegante palacio de estilo neoclásico francés, diseñado por el arquitecto galo René Sergent en 1911. Fue inaugurado en 1918 y albergó a la familia del diplomático chileno Matías Errázuriz y a su mujer, la argentina Josefina de Alvear, con quien tuvo dos hijos, Pepita y Mato.
El anfitrión agasajó a sus invitados con vinos de Luigi Bosca, bodega de la que es embajador, acompañados por una comida de tres pasos: bandejeada fría de canapés (brochette de caprese, roll caesar, brusquetas de camarón y limón, y de jamón crudo y queso, geishas de salmón ahumado y tartines de chutney de peras) seguida de bocadillos calientes –que incluyeron tempura de salmón y langostinos, champiñones rellenos, pollo crocante al cereal, brochette de lomo y pañuelitos de masa filo rellenos de pollo y champiñón– mientras los invitados se acomodaban en las mesas y livings dispuestos a cielo abierto. Por último, se sirvió el plato principal (risotto de azafrán con pollo y otro de tres variedades de hongos) y torta rogel de cumpleaños.
Cuando el reloj marcó las doce en punto, el agasajado se acercó a una mesa dispuesta frente a la entrada del palacio y enseguida fue escoltado por un escuadrón de amigas –entre las que estuvieron Taina Laurino, Ana Rusconi, Flavia Palmiero, Evangelina Bomparola, Julieta Kemble, Puli Demaría y Luli Fernández– para soplar las velitas mientras los presentes entonaban el “Feliz cumpleaños”.
Entre charlas (se escuchó hablar de la nueva normalidad, de los amores rotos en cuarentena, del drama de la guerra, del trabajo en casa…) el festejo llegó a su fin un rato después del momento de la torta y el café. La misma mañana del 10, Javier tomó un vuelo con destino a París, ya que el fin de semana tenía la fiesta de 15 de una de sus ahijadas. Antes de salir rumbo al aeropuerto de Ezeiza, el homenajeado abrió algunos de los tantos regalos ya más relajado en su piso ubicado en un edificio antiguo de Plaza San Martín, y tomó el desayuno con su compañero de vida, Leopoldo Montes, y sus cuatro adorados jack russells, Pancho, Félix, Gaucho y Pepa.
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