Enfrentada al momento más difícil de su vida, habló con ¡HOLA! Argentina sobre la posibilidad de la muerte, los afectos, el futuro y la importancia de saldar las cuentas pendientes
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Es magnética. Aun con once kilos menos, un turbante en la cabeza y su cuerpo fragilizado por la enfermedad y los tratamientos, Tini de Bucourt (72) es magnética. Algo deben tener que ver sus ojos transparentes, capaces de irradiar una luz celestial, su fuerza heredada de esa madre húngara que vivió la Segunda Guerra Mundial y la experiencia que adquirió tras siete años viviendo en India, que la transformó por completo. Reflexiva, optimista y atenta a lo que le dicta el corazón, se enfrenta a un cáncer de ovario grado IV –apenas unos días antes de recibir el diagnóstico se rompió el talón de Aquiles, tuvo que ser intervenida quirúrgicamente y se vio imposibilitada de caminar durante dos meses–, vive esta difícil etapa como una oportunidad. Para empezar de nuevo, para cerrar heridas, para perdonar… Y da un testimonio conmovedor de su experiencia. Por momentos llora de emoción, en otros se ríe al recordar alguna anécdota, pero nunca pierde su don: ex modelo, consteladora familiar, coach de mujeres, Tini de Bucourt es una mujer esplendorosa, alegre y sabia, que hace tiempo eligió vivir sin artificios y ahora decidió enfrentar el cáncer de la misma manera, sin adornos.
–La mayoría de la gente en tu situación elige el silencio y vos optaste por contar todo lo que te pasa. ¿Por qué?
–Voy a cambiarte una palabra: en lugar de “¿Por qué?” yo diría “¿Para qué?”. Porque siento que con esto ayudo. Ayudo a desmitificar la palabra “cáncer”, que a mucha gente le hace pensar en la muerte, a otros los asusta, a algunos le da vergüenza y hay incluso quienes lo sienten como un castigo.
–¿No te preguntás: “por qué a mí”?
–No, en absoluto. Yo estoy muy agradecida a la enfermedad, y esto es algo que a mucha gente la sorprende. “¿Cómo agradecida?”, me dicen. Sí, agradecida, porque comprendí que de verdad estoy sanando. Estoy sanando lo invisible. Estoy sanando no sólo cosas en mí, sino cosas de todo mi alrededor. Es una experiencia que no se puede explicar con palabras, ¡y tocó tanto a mis seres cercanos!
–¿Tenés miedo?
–Cero, nada. Duermo perfecto y no me hago ningún rollo. No niego la enfermedad, ojo, no la minimizo ni me victimizo, pero trabajo muchísimo en mí. Por supuesto que no es divertido y tengo muchas ganas de sanar. Yo sigo a un médico que se llama Enric Benito, que era oncólogo y ahora se dedica a lo paliativo, y me encanta algo que dice. “Morir para sanar”, y sanar significa irte en paz, con todo lo pendiente resuelto. El enojo con tus padres porque no fuiste la hija favorita, la bronca con tus hijos, las diferencias con tu ex marido, todo eso hay que hablarlo para superarlo. Porque el enojo hace mal.
–¿Hablás con tus hijos de la posibilidad de la muerte?
–Sí, por supuesto, y bien clarito. Les dije: “Chicos, yo estoy muy bien, no tengo síntomas, pero hay una posibilidad de que pueda partir, y quiero que sepan que, si me toca, estoy preparada”. Tengo todo resuelto, tanto mis cosas personales como financieras, todo está hablado, ordenado y cerrado.
–¿Y a tus nietos? ¿Les dijiste algo?
–¡Claro! Lo hablé con Chiara y Christian, los dos mayores, que viven en Europa. Me llaman todo el tiempo, son divinos y muy cariñosos. ¿Sabés qué? Hubo como una cosa energética muy importante con esto de mi enfermedad. Como que algo se movió. Yo tengo una familia muy dispersa por el mundo, porque soy la primera argentina. Mis primos, mi hija, mis nietos, todos viven afuera… y fue como si a la distancia se generara una burbuja de amor que me protege. Debe ser también que estoy atenta y perceptiva a esas cosas, porque lógicamente estoy más vulnerable.
–¿Qué aprendiste en lo que va de este proceso?
–Con esto aprendí a cuidarme. Vos dirás: “¿Tini, con 72 años recién aprendiste a cuidarte?”. Sí, tuvo que pasar esto para que yo me cuide, y fue fuerte darme cuenta de que no me cuidaba.
–¿Y cómo es aprender a cuidarse a los 72?
–Darme el amor a mí, comer como corresponde, dormir bien, leer cosas que me hagan feliz, rodearme de gente buena, con buena energía. Es que yo era Wonder Woman, era imbancable. Absolutamente omnipotente, me creía que podía con todo. Y de golpe me doy cuenta de que no puedo nada, que no controlo nada. La vida me paró, me puso un stop. Primero lo del pie, que me obligó a quedarme quieta. ¡A mí, que no sabía lo que era estar quieta! Eso fue en enero. Todo el mundo posteando, todo el mundo en la playa, y yo pensaba: “¿Quiero estar en alguno de estos lugares hoy? No, no quiero. Yo quiero vivir este vacío”. Los años que viví en la India no fueron en vano.
–¿Ese camino de espiritualidad que hiciste durante tantos años te ayuda a enfrentar este momento?
–Sí, claro, tengo muchísimas herramientas para enfrentar esto. De pronto te das cuenta de que tenés una caja de herramientas enorme. Pero hay cierta coherencia en todo porque, para mí, la espiritualidad es despertar el amor que ya tenés dentro desde el día que naciste y convertirte en un ser amoroso, primero con vos mismo y después con tu entorno. Si lográs eso, eso es espiritualidad. No hace falta ir a una cueva a meditar, y no porque hagas un montón de ejercicios espirituales vas a ser espiritual.
–¿A qué recursos apelás para transitar este tiempo?
–Medito, pinto, tejo, escribo mucho.
–¿Sobre qué estás escribiendo?
–Sobre esto. Estuve movilizada porque leo mucho sobre la muerte. ¿Viste que nadie habla de la muerte? Y yo creo que hay que hablar de lo que nos pasa. También estoy entusiasmada con la historia de mi familia, que vivió las dos guerras, y bueno, escribo un poco sobre todo eso.
–¿Hay una nueva Tini?
–Sí. Se murió una Tini, la Wonder Woman, y la despedí con amor, eh, porque me sirvió muchísimo, pero ya está. La enfermedad fue una gran oportunidad, en la que apareció toda mi amorosidad. Estoy viva, tengo tiempo y quiero aprovecharlo. Sin ansiedad.
–¿El tiempo pasó a tener otro valor?
–Claro, en qué lo querés utilizar, qué querés hacer con tus horas, el tiempo dedicado a estar en silencio. Yo amo estar en silencio. Tengo ese ritual conmigo misma. Silencio quiere decir sin teléfono, sin música, sin libro, sin nada. Y mirar, observar, contemplar… eso me ayuda un montón.
–¿Te siguen importando las mismas cosas?
–No, en absoluto. Pero eso venía de antes y ahora se potenció. No me interesan nada algunas cuestiones superficiales que antes me importaban. Las pilchas, por ejemplo. Regalé toneladas de ropa. Es que a esta altura no necesito complacer a nadie. Me gusta estar bien conmigo, verme bien, por supuesto, es parte de mi esencia, pero lo superficial ya no va conmigo. Antes de enfermarme me saqué las lolas, que las tenía de mi época de modelo y estaban encapsuladas. Eran dos piedras. Después me dejé las canas. Y, al mismo tiempo, me achiqué: vivía en una casa divina acá a la vuelta y ahora vivo en un departamento, que es ideal para mí.
–¿Sos una mujer de fe?
–Tengo mucha fe en la energía universal. No soy religiosa, pero creo en la energía. Y estoy totalmente entregada. Entregada no quiere decir resignada. Entregada es: yo sé que está escrito, va a ser lo que tenga que ser, y acepto profundamente lo que me pasa.
–En esas conversaciones con tus hijos, ¿descubriste algo de ellos que no conocías?
–Fueron charlas muy impresionantes, con los dos. Pero Juan vive acá y Ceci no, así que con ella ayudó mucho la presencia física. Ceci hizo un tremendo “darse cuenta”, tomó esto como una gran oportunidad también para ella. Mientras yo estaba con la bota en el pie, quieta, sin poder moverme, estuvo presente 24 x 7 y nunca, nunca tuvo un gesto de cansancio o fastidio. Es como que conectó con algo que tiene por naturaleza, que es una enorme capacidad de dar. Hablamos todos los días, pero las charlas profundas se dan cuando está acá. Además, lo documenta, tenemos todo filmado. Me rapó el pelo, por ejemplo, y lo filmamos. Y empezó a preguntarme: “Mami, ¿cómo fue tu niñez”? Quiso saber y pudo escuchar. Le conté muchas cosas. Yo fui mamá muy jovencita, a los 19 años, y hubo veces en las que estuve ausente. Ella pudo decirme lo que le dolió y yo no me defendí, pude escucharla en silencio y reconocer. Y eso fue muy importante para mi hija, porque ahí sanó y hoy siente que tiene a su mamá al ciento por ciento. Siento que todo entre nosotras se transparentó.
–¿Te preocupa el deterioro físico que puede traerte la enfermedad?
–Y, es un tema fuerte. Yo bajé once kilos con esas seis punciones de seis litros cada una que me hicieron, y encima quieta. Quedé flaquísima, con la masa muscular caída, pero el deterioro del cuerpo es así. Esto lo aprendí en India, en Varanasi, que es donde se hacen las cremaciones. Vos vas caminando entre millones de personas y de pronto, a tu lado, viene una camillita de bambú, con un cadáver arriba envuelto en una tela divina, como lo más normal del mundo. O sea, la vida y la muerte están todo el tiempo ahí juntas, es una realidad. Y yo aprendí: el cuerpo es una tela, un vestido. Yo digo que mi cuerpo está en el taller, pero mi alma no, mi alma está serena. Estoy en paz.
–¿Qué otras cosas te preocupan?
–No me preocupo por mí, me preocupa el mensaje. Poder decir: “Gente, hablen de lo que hay que hablar, no lo posterguen más. Hablen de esa historia que nunca contaron, de lo que les dolió, de sus frustraciones. Escuchen al otro”. Hay que hacer las paces, es fundamental para valorar lo que viviste y para, si llega el momento de irse, partir tranquilo.
–¿Hacés planes?
–Sí, tengo planeado un viaje a Japón en un año y también otro a India, en febrero. Pero antes de todo eso voy a hacer un viaje al norte, porque amo la Argentina.
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