Modelo, actriz, escritora… Es pura chispa y energía. Icónica representante de la nouvelle vague argentina, habla de todo: “Tuve galanes a rolete y lo digo sin vanidad. Por suerte, siempre pude elegir”
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Su pelo oscuro y largo, el lunar estratégicamente ubicado sobre el labio, sus ojos como brasas encendidas y un tono de voz sensual e inconfundible destacaron a Marcela López Rey (82) cada vez que apareció en la pantalla grande. Lo demás, talento, carisma, carácter y disciplina la convirtieron en una actriz inolvidable de la época más gloriosa del cine argentino, que se metió en el imaginario colectivo de varias generaciones. Trabajó con los más grandes directores y actores, triunfó en México, también fue escritora –resultó premiada por varios de los guiones de su autoría–, tuvo una hija muy joven –Marcela– con su único marido, Aníbal Uset, y siempre vivió como una mujer de avanzada, según se lo dictaba su corazón. Hoy, Marcela López Rey vive en un departamento de Palermo que es su fiel reflejo –tapices, almohadones, pinturas y plantas conviven con imágenes religiosas y objetos comprados en sus viajes por el mundo–, donde dos gatos, Platón y Miu Miu, son dueños y señores. Además, se estrenó como bisabuela, mantiene intacto su buen humor, inteligencia y picardía y, desde que se levanta a la mañana, celebra la vida.
–Te casaste una sola vez. ¿Nunca te volviste a enamorar?
–¡Sí! Tuve un gran amor en México, cuando vivía allá. Yo me había casado muy joven, en condiciones que en Argentina era muy difícil divorciarse o simplemente separarse, y eso me traumó. Por eso no reincidí. Además, me parece que el matrimonio no cambia las cosas: el amor es el amor, y cuando se termina se termina, con o sin papeles. En este caso, las circunstancias no se dieron. Fue un romance muy lindo, él era libre y yo también, pero en un momento dado pasaron algunas cosas acá por las que tuve que volver, y ahí, con la distancia, la relación se tornó difícil.
–¿Tuviste propuestas de matrimonio?
–Muchas, pero yo no he querido volver a casarme. Galanes tuve a rolete, y lo digo sin vanidad. Por suerte, siempre pude elegir. Como dice un personaje de una película que hice con Leopoldo Torre Nilsson: “A mí no me gusta que me elijan, me gusta elegir”. Y yo soy así, me gusta elegir yo, no ser elegida.
–¿Tenés ganas de volver a estar en pareja?
–¡Pero no!... ¿cómo se te ocurre? [Se ríe]. Estoy muy bien así.
–¿Y en casas separadas tampoco?
–Mmmm… No sé, por ahí alguna noche de invierno con lluvia y una película, no estaría mal tener un hombre al lado. Un hombre inteligente, sensible, amoroso. Pero pareja, lo que se dice pareja, no. Yo la paso bien así.
–¿Te llevás bien con la soledad?
–Me llevo bien conmigo, sobre todo en estos últimos años: disfruto mucho de las cosas que hago.
–Eras una gran nadadora. ¿Seguís practicando natación?
–Sí, la natación es uno de mis grandes amores. Voy al Club de Amigos, que es mi segunda casa, y no sólo nado, también me sigo perfeccionando. Voy nadando y pensando: “¿Levanté agua?”, “¿Moví correctamente el brazo?”, “¿Respiré bien?”. Y, aparte de eso, hago aqua gym. Casi casi que vivo en el agua, que es el lugar donde soy más feliz. En el mar, en una pileta, en un río, donde haya agua… Agua fría, agua caliente, no importa, soy muy amante del agua.
–¿Siempre te gustó el agua?
–Sí, desde chica. Aprendí a nadar sola. Cuando vivía en México, por ejemplo, me iba al mar, nadaba un buen rato y volvía a mi casa. Nadé en los lugares más insólitos del mundo y me encanta. Además, la natación es algo que podés hacer hasta el último instante de tu vida. Y el agua es generosa: te acaricia, te hace sentir libre… en el agua no dependés de nadie.
–Fuiste modelo, como actriz hiciste cine, televisión… ¿en cuál de esos roles te sentís más cómoda?
–En el cine: los tiempos del cine me van bien a mí. Es todo más pausado, más pensado y el diálogo con la gente de cine me enriquece. Incluso me gusta mucho más el cine como espectadora. He tenido mucha suerte en ese sentido, porque trabajé con grandes directores. La televisión, en cambio, tiene una prisa tremenda, que no hace bien a la creación.
–De todos los grandes con los que trabajaste, ¿de quién aprendiste más?
–Yo fui aprendiendo de los directores. Era chica cuando empecé, y venía de un mundo donde no había artistas ni nada parecido. Así que, al trabajar con gente de la talla de Leopoldo Torre Nilsson, Manuel Antín, Rodolfo Kuhn, Fernado Ayala, Héctor Olivera, fui aprendiendo. El talento de toda esa gente influyó en mí, me ayudó mucho. Todos eran hombres cultos, finos, educados, que hacían cine con entusiasmo y amor.
–Una duda: ¿tu pelo tan característico era todo tuyo o usabas postizos o algo parecido?
–[Se ríe]. ¡Era y es todo mío! En aquel entonces parecía que tenía más que ahora incluso, porque lo usaba largo. Y no me lo cuidaba nada. Yo me lavaba el pelo y salía a la calle así nomás. Pero por suerte es un lacio abundante, con caída y pesado, por eso siempre se veía bien en la pantalla. Una amiga decía: “Ahí viene Marcela y otra persona, que es su pelo”.
–¿Te hiciste alguna cirujía?
–En un momento, hace muchos años, me hice un toque en la cara, lo que se llamaba una refrescada. Corrección de rasgos no, porque no me gusta. Y después nunca más. Por eso me sigo pareciendo a mí misma. He sigo afortunada en eso, tengo buena piel. Deben ser los genes: hay buena fariña, como dirían los gallegos.
–¿Cómo es tu relación con tu hija?
–Muy buena, pese a que somos dos grandes personalidades, con mucho carácter. Le llevo diecinueve años nada más, fui una mamá muy joven. Pero yo sé que ella me quiere mucho, y ella sabe que yo la quiero mucho. Es abogada, tiene una carrera exitosa, y yo estoy orgullosa de ella. Además, ahora es abuela y yo, bisabuela.
–¿Qué se siente ser bisabuela?
–Es lindo, pero raro. Nunca en mi vida pensé que iba a ser bisabuela. Me encanta, las chiquitas son unas muñecotas divinas. Pero bueno, ya hay dos abuelas ahí, entonces la bisabuela no es tan imprescindible, el rol es distinto a cuando fui abuela. Igual, me gusta mucho y me hace feliz tener la oportunidad de verlas crecer: disfruto de ese ser chiquitito que está ahí, que también lleva mis genes.
–¿Te gustaría volver a trabajar?
–Sí, me encantaría, porque me siento plena. Además, no se deja de ser actriz porque cumplís años. Lamentablemente no hay trabajo para nosotras.
–En algún momento te definiste como una mujer de espíritu travieso. ¿Qué significa eso exactamente?
–Es un espíritu juvenil, inquieto, capaz de hacer travesuras. ¿Qué son las travesuras? Espiar por una ventana, cometer una indiscreción, jugar... Travieso quiere decir también no estar siempre aplastada, sentirte viva.
–¿La gente te reconoce por la calle?
–Sí, muchos me reconocen cuando me ven, y otros me reconocen por la voz cuando me escuchan hablar. Y me encanta, porque se me acercan con mucho cariño. Algunos hasta se sorprenden de verme caminando por el barrio o haciendo mandados, deben creer que una vive tipo diva de los años 50, tirada en un sillón con el teléfono blanco en la mano. Además, yo hice Patito Feo, y por esa tira me conocieron los más jóvenes, que son un público que no tenía.
–¿Creés en Dios?
–Soy agnóstica. Mi hija se ríe y me dice: “Mamá, vos no creés en Dios y tenés un montón de santos por toda la casa”. Pero es porque me gustan las imágenes. Mi cuarto está lleno de vírgenes mexicanas. Eso sí: cuando me las veo mal, recurro a Dios y a mi mamá. Pero debo confesar que me gustaría creer. Podríamos decir que no soy creyente, pero que por sensibilidad me gustan las figuras religiosas, porque hay una belleza en ese arte que me subyuga. En toda la religión católica hay muchísima belleza: las imágenes son bellas, las iglesias son bellas, las catedrales son bellas, todo es bello.
Producción: Paola Reyes Maquillaje: Joaquina Espínola @joaquinamakeupartist Peinado: Wilma Benítez Agradecimientos: Mirta Armesto, Innocenti (@inncenti.arg) y Oggi Zapatos.
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