El reconocido actor cuenta además de sus grandes pasiones y nos comparte un sueño que aún mantiene intacto
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Acompañado por sus perros Ruso y Negro, Pablo Alarcón (77) abre las puertas de su casa de Colegiales e invita a ¡HOLA! Argentina a conocer una pequeña parte de su mundo privado. Libros de cine y máscaras y pelucas realizadas por el propio artista conviven en un mismo espacio con sus más variados instrumentos musicales: un órgano eléctrico, un tambor chico, un steel tongue drum –con lengüetas de acero– y su flamante hang, otro instrumento de percusión en forma de platillo que adquirió hace unos meses. “Lo crearon unos suizos en 2000 de forma muy artesanal, es una rareza en el mundo de la música. Ahora estoy con un profesor que me está enseñando a tocarlo porque si hay algo que necesito en este momento es seguir trabajando mi cabeza, quiero seguir aprendiendo cosas nuevas”, explica el actor, conocido por sus papeles en ciclos como Alta comedia y exitosas telenovelas entre las que se cuentan Rosa de lejos, Regalo del cielo y Mujercitas.
“El tema es no dejar que la cabeza se duerma y, si le doy un oficio para aprender, la saco de su hipnotismo”, agrega. Después de más de cinco décadas de trayectoria, Rodolfo Marabotto (ese es su verdadero nombre) dio vuelta el timón y durante la pandemia se animó a producir un show personal de cocina y música, El cocinero está frito, donde realiza una suerte de “teatro delivery”. “Es simple, voy a la casa de la gente que me contrata, cocino y presento un show”, explica.
–¿Cómo nació la idea?
–Fue hace dos años. Siempre digo que la pandemia me hizo crecer, me hizo darme cuenta de que soy capaz de sobrevivir ante cualquier circunstancia. Yo tenía que comer y pagar las facturas, no me podía quedar sentado al lado del teléfono esperando a que me llamaran. Y, como lo hice toda la vida, salí a trabajar de lo que fuera. Mis hijas Antonella (31) y Agostina (28) [fruto de su anterior matrimonio con la actriz Claribel Medina (61)] me ayudaron a darle forma a ese proyecto y hoy vivo de eso, también.
–¿Quiénes suelen contratarte?
–Por lo general, son los maridos que quieren sorprender a sus mujeres. “Ella siempre habla de vos, sos su amor imposible”, me dicen. [Se ríe]. Creo que quieren cumplir el sueño de su mujer que aún tiene fantasías conmigo.
–Sos casi un gigoló…
–Bueno, casi. Y te diría que es una especie de poliamor y yo sería el tercero en discordia. [Se ríe]. Lo curioso es que también me han llamado amantes para hacerles un regalo de cumpleaños a sus chicas… que están casadas con otro.
–Recién mencionabas lo duro que resulta a veces dedicarse a la actuación. ¿Alguna vez pensaste en largar todo y trabajar de algo completamente distinto?
–Sí, hubo muchos momentos de duda. De hecho, en 2008 dejé la actuación por varios años; me había cansado del ambiente, del oficio, del trabajo y quería hacer otra cosa que me quitara de la cabeza el tema de la fama y la popularidad. Esas son cosas que hacen que uno se envanezca y que constantemente quieras ser aceptado por todo el mundo. Eso es muy peligroso y, al mismo tiempo, muy desgastante.
–¿Qué hiciste?
–Me fui a trabajar a un casino en Victoria, Entre Ríos. Ahí me ocupé de la parte artística, de contratar shows… Era un trabajo más bien administrativo.
–¿Qué te llevás de esa experiencia?
–Para mí fue un gran alivio correrme del lugar de actor por un rato. La verdad es que les escapo a las luces, tengo un perfil bastante bajo: salgo poco, no me gustan las multitudes y tengo dos o tres amigos del ambiente… Germán Kraus, Alfredo Monserrat y algún otro, nadie más.
–¿En qué momento de tu carrera sentiste que habías alcanzado cierta tranquilidad económica?
–Habrá sido en el 69, con la obra de teatro de Alejandro Doria Plaza Suite. El día que fui a comer al restaurante Pippo y, en vez de pedirme fideos con tuco, me pedí un bife de chorizo, me di cuenta de que ya podía vivir mejor. Y, después, con mi primer gran sueldo, me compré un Citroën 2CV.
–Sin embargo, a los pocos años te exiliaste a Italia…
–Sí, la idea surgió después de que la Triple A [la Alianza Anticomunista Argentina] vino a buscarme a casa. Me buscaban con mi nombre real, Rodolfo Marabotto, y yo les dije que era Pablo Alarcón. Uno de ellos me reconoció de la tele y con el arma en la mano me pidió un autógrafo. Después me dieron un beso en la mejilla y se fueron. Nos quedamos con mi mujer de entonces, Mónica Jouvet, llorando toda la noche en el hall de entrada. Al día siguiente armamos las valijas y nos fuimos a Roma. Esos cuatro años que estuvimos ahí, vivimos de vender cosas en la calle porque no conseguimos los documentos para trabajar en la RAI.
–¿Y qué vendías?
–De todo. En un momento, lámparas chinas de papel. Iba a la feria de la plaza Navona y ahí se las mostraba a los turistas, también recorríamos las playas ofreciendo lo que hacíamos. Después de eso, hoy te puedo asegurar que sé perfectamente lo que significa ser extranjero en otro país, no tener dónde vivir, no tener documentos… Con Mónica llegamos sin conocer a nadie y teníamos sólo 500 dólares que usamos para alquilar un departamentito por cinco meses.
–¿Y cuánto tiempo estuviste así?
–Nunca conseguí trabajo de actor, pero le encontré el disfrute a lo que hacía. En un momento dado, nos dimos cuenta de que le alquilábamos el departamento a una condesa, María Luisa Valente. Ella, sin conocer nuestra situación, más de una vez nos invitó a almorzar a su palacio de San Remo. Hasta que un día nos encontró en la calle vendiendo; no sólo nos dejó el departamento gratis, sino que a los tres meses nos consiguió los documentos que necesitábamos.
–¿Cuál creés que fue el gran hit de tu carrera?
–[Lo piensa unos segundos]. Creo que todo lo de la tele me hizo más popular. Si tengo que mencionar dos, Regalo del cielo y Mujercitas….
–¿Llegaste a disfrutar esa etapa?
–Sí, claro. Pero igual me parece tan peligroso enamorarse de un momento de éxito como de un momento de fracaso. Eso es sólo una parte de tu vida y no todos lo entienden. Conozco gente que quedó muy apegada al dolor y no logró salir.
–¿Qué recordás de tus días de galán?
–Uf, muy divertido. Era una linda sensación ser observado y querido, y no te voy a negar que con las chicas también me era mucho más fácil invitarlas a salir.
–También viviste grandes historias de amor…
–Sí, me he sentido y me siento amado. Sin embargo, ahora, mirando para atrás, pienso en todo el tiempo que perdí en mantener parejas que no se podían sostener, en convivencias sin sentido. Hoy les encuentro otro sentido a las relaciones, para mí no está mal vivir el amor libre, el poliamor, ni amarse en casas separadas.
–¿A qué te referís con “poliamor”?
–A tener parejas libres… Claramente, esa realidad no me pertenece a mí por edad y porque además ya estoy llegan - do tarde [se ríe], pero sí te puedo decir que adhiero a ese concepto de amor libre porque me parece que es tan válido como cualquier otro. No hay una sola y única manera de amar. Creo que podés tener una relación feliz, tal vez en parámetros que no son los tradicionales, pero que a vos te funcionan. Mi generación ha perdido mucho tiempo en sostener relaciones insostenibles.
–¿Cómo terminaste con tus ex?
–Siempre que he podido quedar amigo de mis ex, lo he intentado. Todavía tengo fotos de Lucía Galán y no las saco porque no me parece sano, como tam - poco pienso sacar esa foto de Claribel con nuestras hijas. No quiero perder a la gente que he amado y sigo amando, como a Lucía, por ejemplo. El modo de relacionarnos cambió, pero el amor es el mismo.
–¿Qué sueño tenés pendiente?
–Me gustaría tomarme unas vacaciones y ver a mis amigos repartidos por el mundo. Todavía sigo trabajando y lo voy a hacer hasta que el cuerpo diga basta. Pero en el medio, fantaseo con volver a Roma y visitar a mis amigos de ahí, pasar por Miami a ver a mi hija y hacer escala en Puerto Rico, donde viví siete años. Me encantaría quedarme en la casa de cada uno de ellos. Ya me lo dijeron el otro día, siguen esperando a que yo vuelva algún día. •
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