Creció entre canciones y escenarios y, ahora, ella también sigue el camino de su talentosa y premiada madre, referente del rock nacional
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Algunos dicen que la historia empezó el día en que Charly García festejó sus 50 años. El teatro Coliseo, en Buenos Aires, estallaba de público, ansioso por ver a la leyenda del rock en un show repleto de invitados. Esa noche, el plan de Hilda Lizarazu era subir al escenario y saludar bien rápido a García por una razón: la cantante y compositora estaba con su hija Mia, quien, en 2001, tenía sólo nueve meses. Como Mia no paraba de llorar, León Gieco recomendó: “Subila con vos. Va a quedar en la historia”. Hay un video grabado por Luisina “Lula” Bertoldi, de la banda Eruca Sativa, que la muestra a Hilda dando grandes zancadas al ritmo de “Símbolo de paz” con su beba en brazos: en el escenario y mientras la canción sonaba, Mia, de manera milagrosa, se calmó. Hoy, veintidós años después, Hilda Lizarazu (59) y su hija Mia Folino (22) evocan divertidas esa anécdota que sí quedó en la historia de Mia, tal como vaticinó Gieco.
–Hiciste varios shows y ahora estás trabajando en tu primer álbum. ¿Siempre quisiste dedicarte a ser cantante, como tu mamá?
Mia: De manera inconsciente, creo que sí. Mis primeros recuerdos tienen que ver con canciones: mi mamá, sentada sobre la tapa del inodoro del baño, entreteniéndome en el momento del baño, con su voz y su guitarra criolla. Pero también me veo a mí misma cantando todo el tiempo. Sin embargo, cuando alguien me preguntaba si iba a hacer lo mismo que ella, yo respondía tajante: “Ni loca”. De rebelde nomás.
–¿Cómo le dijiste que querías hacer lo mismo que ella?
Mia: No hizo falta: cuando se lo comuniqué, yo ya lo estaba haciendo. Y cuando ella vio que no era un capricho, me mandó a estudiar. [Mia estudió en la Escuela de Música Contemporánea]. En el último año del colegio, formé parte de una banda y toqué en vivo. Al año siguiente, fuimos de gira por tres meses a Europa con mamá: yo abría sus shows. Hilda: Fue increíble. En Granada, cantó un tema con aires flamencos y emocionó a todos. “Esta chica se las trae”, pensé. A fines de 2020, fui a verla al Konex, cuando cantó como invitada de Dante Spinetta. Fue muy conmovedor: me la pasé subiendo videos a mis redes. Luego, hicimos juntas el Madremía Tour, por la Patagonia.
–Cuando eras chica, ¿tuviste compañeros que “morían” por ir a tu casa para conocer a Hilda?
Mia: Mis amigos del colegio no sabían quién era ella. [Se ríe]. Tal vez, algunos padres sí: mamá estaba en la cooperadora; la veían ahí, y después comentaban “ella es la hija de”. ¡Pero, la verdad es que yo tampoco sabía! Recién me di cuenta de quién era realmente Hilda Lizarazu cuando tenía 9 o 10 años. Fui a ver a Charly, que volvía a tocar, y cuando escuché las canciones dije “Ay, esos temas los conozco. Son los que canta mi mamá”. Estoy orgullosa de ser su hija y de lo que ella representa como mujer dentro del rock nacional.
–¿Te considerás su heredera?
Mia: Siento que cada una tiene su estilo musical e, incluso, una forma de vestirse diferente. Ella usa mil colores y yo, en cambio, soy más sobria y más seria. Al lado de ella, que es un torbellino, me siento el obelisco. [Se ríe]. Tiene un histrionismo fuera de serie y, con los años, se ha puesto aún más teatral. Está abierta a lo nuevo: escucha a Nicky Nicole, a Trueno y a WOS. En sus canciones, cuenta historias. Mis letras –al menos por ahora– son abstractas, y prefiero trabajar en colaboración con otros músicos. Tengo influencias electrónicas, de bossa nova, house. Pero no hago rock: hago pop.
Hilda: ¡¿Que no hacés rock?! [Se ríe y hace morisquetas]. Creo que las dos somos parte de la música urbana: los géneros van cambiando… Ya se verá adónde la lleva la música.
–¿Es difícil compatibilizar rock y maternidad?
Hilda: La maternidad fue un hito en mi vida. En 1999, decidí mudarme con el papá de Mia [el productor Pablo Folino, ex manager de Hilda] a las sierras de Córdoba. Tenía la fantasía de patear el tablero y dejar la ciudad. En ese momento casi onírico y que fue como un reseteo para mí, llegó “Cachorra”. [La mira y sonríe]. Cuando volví a Buenos Aires, me llamaron para trabajar con Charly García. Recuerdo que al equipo le dije que no podía regirme con horarios caprichosos o arbitrarios: Mia tenía 4 años e iba al jardín de infantes. Ella era mi prioridad. Si la cosa se convertía en rock and roll ilimitado, me iba. Mis tiempos de madre terminaron marcando el tiempo de los demás.
–Y con Mia, ¿pusiste límites?
Hilda: Traté siempre de dialogar y de ser comprensiva. Hay una idea de que, si sos un padre “moderno” o tenés una actividad como la mía, artística y bohemia, vas a tener una vida caótica. Soy muy ordenada y estricta con muchas cosas, pero hay que decir que, en algunos momentos, me costó. Una teme que su hijo la odie, ¡pero está bueno que tu hijo te odie un poco! Una vez, cuando tenía 16 años, no la dejé a ir a una fiesta. Le dije que “no” con miedo. Lloró tres compases y, después, me abrazó. Los hijos, a veces, precisan los “noes” de los padres. Mia: Nunca nos llevamos mal, pero hubo un momento en que me padeció. [Se ríe]. Durante la secundaria, cursaba a la noche y quería salir. Como ella no me dejaba, yo me enojaba mucho. Ya mejoré. [Vuelve a reír]. Una vez, me compré un aerosol e hice un graffiti en toda la pared de mi cuarto. Cuando lo vio, no sólo se desfiguró por cómo había quedado la pared lila, sino que se preocupó muchísimo: yo había pintado una frase de una canción The Doors… muy depresiva.
Hilda: Y… en algunos momentos, hice consultas a psicólogos para que me orientaran sobre cómo manejar ciertas cuestiones. Me sirvió. Estoy abierta a cualquier herramienta que ayude a tomar buenas decisiones.
–¿Hoy qué actividades comparten?
Hilda: Muchas. Somos muy compañeras. Fuimos juntas a Europa. Vamos a ver shows, como el de Ca7riel & Paco Amoroso. Este año, empezamos a juntarnos para almorzar: en marzo, Mia se fue a vivir sola. Es un capítulo nuevo en nuestra relación: estoy en el proceso del nido vacío. Pero está muy bien: ya tiene 22 años.
Mia: Ahora, nos llamamos más: ¡me llama muchísimas veces… me pregunta cualquier cosa! Me extraña, pero bien. Además, disfruta venir a mi casa. La tengo impecable, y eso le da orgullo. También armamos programas con Lito y su familia. [Desde hace trece años, Hilda está en pareja –sin convivencia– con el compositor y productor Lito Vitale]. Él es mi segundo papá. Soy afortunada de tenerlo. Con los Vitalazu, como dice mamá, compartimos vacaciones: somos miles, y el monotema es la música. Imaginate: ¡los hijos de Lito también son músicos!
–¿Cuál es el mejor consejo que Hilda te dio, Mia?
Mia: No bajonearse si el proyecto no tiene resultados inmediatos. Esforzarse: mamá le pone mucha pasión a todo; ama hacer lo que hace. Que disfrute y que valore lo que hago. Y que sea genuina.
Hilda: No he sido de dar tantos consejos. Traté, con ejemplos, que ella fuera viendo qué camino transitar. Ella sabe que amo lo que hago y cómo disfruto mi propia cosecha de canciones. Ve que soy andariega y que me gusta este espíritu movedizo y nómade. La música, para mí, es una comunión, pero también puede ser una actividad ingrata: hay muchos momentos que pueden ser más cuesta arriba. Yo trabajo de manera independiente [tiene su sello, Díscola Discos] y eso es más laborioso. Pero me siento plena y satisfecha con quien soy. Ahora, que ella está experimentando el camino de la música, mi deseo es que cante con corazón y con atención. Me gusta la palabra “sentipensante”, que es un término que tomé de Eduardo Galeano y que usé en una de mis canciones. Creo que resume eso: la entrega emocional con conciencia y compromiso.
Producción: Paola Reyes
Peinado y maquillaje: Rocío Somoza y Natalí Flor para Sebastián Correa Estudio
Agradecimientos: Mirta Armesto, Votta, Rimmel, Lali Ramírez y Falena (@falenalibros) por la locación
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