La pandemia la animó a cambiar de rumbo para darle rienda suelta a su pasión por el arte
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Como a muchos, la quietud de la pandemia la llevó a un estado de introspección profundo y marcó un quiebre en su vida. Durante los últimos diez años, Tania Pieres (32) le había puesto el alma a Pieres-Michelson –la empresa de ambientación de eventos que comenzó con su íntima amiga Techi Michelson (entre tantas fiestas, una de las últimas bodas de alto perfil fue la del periodista Joaquín “Pollo” Álvarez y la cocinera Tefi Russo)– tras dejar su pasión por el arte en modo hobbie.
Esa quietud externa dio paso a un sinfín de sentimientos que desencadenaron dentro de ella la tormenta perfecta. Con coraje y decisión –hay quienes sostienen que no hay que cambiar lo que funciona–, Tania dejó su emprendimiento decidida a darle rienda suelta a su talento artístico, perfeccionado a lo largo de los años con talleres de todo tipo. Amante de la naturaleza y de los animales, la artista plástica abandonó la ciudad y volvió a La Escondida, el campo de sus padres, en Pilar, donde nació y creció, y se instaló en una casa en medio del lugar que le prestó su hermano, Polito (reconocido polista, con un handicap de 9 goles), donde montó su taller.
–¿De dónde viene ese amor al arte?
–Empecé desde muy chiquita, mamá (Florencia Panelo) siempre me lo incentivó y me llevaba a clases de escultura, de dibujo… Y mi madrina, Alicia Goñi, que fue una artista plástica impresionante, desde chica me daba materiales, me enseñaba sin quererlo pasando tiempo juntas en su taller, que quedaba muy cerca de acá. Ella fue mi guía en el arte y hoy siento que, de alguna manera, lo sigue siendo. Durante 20 años, además, ellas fueron las dueñas de Cat Ballou, un local de decoración, arte y moda, que fue una referencia muy grande para mí. Mamá, por ejemplo, me enseñó a teñir: ellas eran las reinas del teñido. Trabajaban con artistas, artesanos, diseñaban joyas y como viajaban por el mundo por el polo de sus maridos, traían cosas divinas de Tailandia. Esos colores, texturas, aromas, quedaron grabados en mi memoria para siempre.
–Pero no te animabas a que se convirtiera en tu profesión…
–Claro. Pero a mi modo, y con mis tiempos, siempre seguí tomando clases. Hace años que estudio con Richard Sturgeon, artista plástico muy reconocido en nuestro país, que es un genio. También hice escultura con Marisa Frigerio, una grossa, me recibí de licenciada en Artes del Teatro, que me ayudó mucho porque había varias materias de dibujo, de modelo vivo, y de iluminación… Pero 2020 fue un quiebre, se me despertó un fuego interno tan potente que no me quedó otra que prestarle atención. Amé los eventos, fueron diez años increíbles, haber creado de cero una empresa con Techi, sumado a Martu Lagos como socia, fue un orgullo y una alegría increíble. Ellas van a seguir a full como Michelson-Lagos. Pero la pandemia me ayudó a ver que se cumplió un ciclo, que tenía ganas y energía para vivir de esto. Si no es ahora, ¿cuándo iba a intentarlo?
–¿Cómo definís tu arte?
–Siento mucha atracción por los colores fuertes, vivos, me fascinan porque reflejan mi interior. El arte tiene que motivar y movilizar al espectador y eso es lo que intento. También me gusta la figura humana, la fuerza de la mujer. Tengo una serie de animales que me encanta porque su fortaleza y libertad me atraen mucho para transmitir. Creo que soy ecléctica, mezclo materiales, me encanta el collage y así como pinto un lienzo, me gusta intervenir muebles, teñir géneros, pintar murales, hacer esculturas... Son infinitas las posibilidades y me emociona ver hacia dónde me lleva una obra. Siento que estoy empezando una linda aventura.
–Y para completar el cambio, te mudaste de Belgrano al campo…
–Sí, nací y crecí acá. Este campito es el proyecto de mis padres, que cuando se casaron lo compraron y no había nada ni nadie alrededor. La casa de ellos era un tambo que refaccionaron muy de a poco. Y acá nacimos los tres hermanos: Polito (35), Cata (27) y yo. Tuvimos una infancia divina. Papá (Paul Pieres) es ingeniero agrónomo, pero se dedicó al polo profesional (llegó a tener 7 de handicap) y viajábamos mucho porque jugaba afuera. Hoy tiene un centro de doma de caballos de polo. Cuando estábamos en el campo, me acuerdo que llegaba del colegio, que queda casi al lado, y nos divertíamos con barro, corríamos por el parque… Mamá es muy enérgica y creativa. Esta casa, que es de Polito pero me la presta porque no la usa, la hizo ella sin arquitecto. Es un privilegio vivir acá porque mi arte tiene mucho que ver con los colores, que amo, la naturaleza y los animales. No puedo estar más feliz.
–¿Te viniste sola?
–No. Con mi novio, Matías White, con quien vivo hace cinco años. Él es ingeniero industrial, trabaja en Globant, y mientras yo estoy en el taller que armé, él hace homeoffice en el cuarto de al lado. Tanto él como mis padres, mis hermanos y mis ex socias me apoyaron en esta decisión. Soy muy emprendedora, estoy haciendo mi página y todo mi trabajo lo muestro a través de mi cuenta de Instagram (tania.pieres), aunque la casa funciona también como taller abierto. Mi objetivo es empezar a hacer muestras, estar en una galería. Y estoy encantada dando clases para chicas y adolescentes. Aunque no tengo apuro todavía en ser madre, me doy cuenta de que conecto bien con los chicos.
–El primer cuadro terminado de esta etapa es un león, muy simbólico.
–Totalmente, el arte es un canal que saca lo que tenés, es como un animal que guardás adentro y necesitás darle de comer para que no te haga ruido.
–¿Tenés una rutina estricta de trabajo?
–Sí, hay que laburar. Tener el taller en casa hace que arranque temprano, pongo música, me preparo unos mates y le meto. Y tengo mi espacio afuera para teñir. Estoy muy divertida probando técnicas nuevas y mezclando materiales. Me encanta leer y cocinar. Hago mucho risotto, verduras al horno que sacamos de la huerta de mamá, cocino en el disco. También estoy tomando clases de tenis.
–¿Y entre tantos polistas en la familia no se te dio por taquear?
–Jamás, soy cero polo. [Se ríe]. En el verano viajamos al Sur a hacer una cabalgata en familia, que me encantó y la pasé muy bien, pero ni siquiera ando seguido a caballo. Cae el sol. El viento, que sopla despacio aunque persistente, invita a seguir la charla frente al fuego de la chimenea, que ilumina de forma mágica cada una de las piezas creadas por la dueña de casa.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola (@joaquinamakeup_) Agradecimientos: Red Puna (suéteres y guantes)
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