Desde Madrid, donde vive, la modelo y actriz posa y habla en exclusiva
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La casa de Chloé Bello (34) en Madrid está en el barrio La Latina. Tiene tres habitaciones y todas ellas están repletas de valijas. Y las valijas están así desde que volvió semanas atrás de Londres, donde asistió a la avant première de la película Elvis. Y quizás estén así, aún dispersas, porque también viajó a Miami o porque todavía no tuvo tiempo de ordenar sus cosas tras la separación –hace un año y medio– del productor de música Nicolás Barlaro. Rodeada de Petunia y Nelson, sus perros inseparables, la modelo y actriz cuenta a ¡HOLA! Argentina: “Es una casa provisoria. Estoy acá hace un par de meses y voy a estar acá sólo por un tiempito más. Madrid fue mi refugio por casi nueve años. Amo este lugar, pero ya cumplió su cuota de inspiración. Y sumado al hecho de que me separé, puedo decir que estoy en un momento de empezar de vuelta”.
–¿Cómo te llevás con la vida de soltera?
–Ahora estoy bien. Estoy sola y no lo cambio por nada. Me gusta recorrer las tiendas de Madrid, comprar cosas veganas y vegetarianas. Saco a pasear a mis perros y voy a museos. No tengo televisor en casa y leo bastante. Ahora estoy leyendo El camino del artista, de Julia Cameron. Uno de los ejercicios que propone la autora es que, todos los días por las mañanas, escribas para entrenar tu creatividad. Es una forma de redescubrir ese niño olvidado, volver a nuestras raíces. También voy al cine sola y me encanta. Las separaciones siempre son difíciles. Al final, cuando lo resolvés, hay una especie de respiro. La vida te da muchas patadas, pero hay que remar.
–¿Por qué lo de las patadas?
–Bueno, hay muchos pasados que traen mucho dolor. En mi caso, la carga que vengo llevando desde mis veintipico hasta no hace mucho ha sido muy pesada. Siento que, desde chica, soy una viuda eterna, y que lo tengo tatuado en la frente, como las marcas de hierro caliente que les ponen a las vacas. Además de la maldad de mucha gente, quedé en un lugar muy complicado: fue un momento horrible; se dijeron barbaridades de mí. Tuve instinto de supervivencia. Era eso o terminar mal. Hice y hago terapia.
–En ese momento y en todos los que estás mal, ¿quién te levanta?
–Mi madre [la ex modelo Nora Portela], por supuesto; ella siempre me ha apoyado. Mis perros también: ellos fueron gran ayuda en tiempos difíciles. Los animales logran sanarte el alma. Tendría mil perros más, pero no podría por la vida que llevo. Yo soy fuerte, ¡pero me rompo y me quiebro, como todo el mundo! Cuando pasó lo de Gustavo [Cerati, sufrió un ACV que lo dejó en coma; murió en 2014] yo estuve internada por una gran depresión. Mientras él estaba internado, yo también estuve internada. La pasé mal. Es importante hablar sobre estos temas para que no se crea que este mundo tan glamoroso es perfecto. Todavía hoy mucha gente cree que quien aparece en las revistas, en la televisión o hace películas tiene una vida maravillosa; que se levanta y se duerme con una sonrisa dibujada. Hay, por suerte, grupos increíbles para tratar todo tipo de cosas: desde abusos a las sustancias, al sexo, a la comida…
–¿Los amigos también ayudan?
–Mi círculo de amigos es cada vez más chico. Con el tiempo, me he dado cuenta de que hasta la gente más cercana te puede clavar cuchillos por la espalda. En estos últimos años, aprendí a correr a un lado gente que me arrastraba hacia lugares oscuros. Eran “chupapranas”, como dice Ludovica Squirru.
–¿En qué momento de la vida estás hoy?
–Estos últimos años han sido muy buenos. Tenía mucho miedo de los 30 años. No sé por qué. Estaba aterrorizada. Sin embargo, empecé a conocer quién soy. Cuando sos chica, estás tratando de encajar todo el tiempo, de que te acepten, viendo qué es lo cool. Pero cuando pasás los 30, empezás a aceptar tu personalidad: yo ya no dejo que me pisoteen y, si algo no me gusta, lo digo.
–¿Cómo afecta esa actitud a tu carrera de modelo?
–A los 18, cuando empecé, el paradigma era el de las modelos ínfimas y la ropa de alta costura no me entraba. En París, por ejemplo, me pidieron que bajara cinco kilos para un desfile. ¡Era una locura! Yo más grandota, como Cindy Crawford, ¡pero era un palo de flaca! El modelaje es un mundo lleno de delirios. A mí siempre me pareció que había que hablar de eso para que, si una chica de 14 años veía una revista, no pensara que el mundo de las modelos era perfecto. La gente piensa que te ponés rimmel, te sacan unas fotitos y te pagan millones de dólares ya está, pero es un trabajo agotador y muy competitivo. Además, hay algo desvirtuado con el tema del tiempo: te convencen de que a los 30 sos enorme. Yo era rebelde, poco ambiciosa y me fui corriendo de ese mundo. Me fue bien sin hacer dietas enfermas. Ser modelo no fue algo que amé. Y, a pesar de que le debo muchas cosas a la carrera de modelo, fue, más bien, una gran oportunidad económica. Ahora volví un poco: si hay amigos y está más cuidado, está bien.
–¿Pensás en la maternidad?
–Sí, pero no de manera urgente. No tiene que ser ya. Me imagino desviviéndome por mi bebé, dándole mucho amor… Sin embargo, siento que todavía no es el momento para mí. Además, falta que aparezca un gran hombre…
–Hay otras alternativas en estos días.
–Sí, claro. Tengo muchas amigas que han congelado óvulos o han hecho todo tipo de tratamientos. Eso sí: prefiero el método más natural a la ciencia ficción y, si sale, sale. Vengo de una familia de padres separados y me gustaría darle a mi hijo dos padres juntos. Además, mandar a hacer hijos customizados, con ojos celestes con pelo rubio, no me va cuando hay miles de chicos que buscan ser adoptados.
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