Feliz con el estreno de su primer unipersonal, encontró una nueva pasión entre pinceles y acrílicos
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En el silencio sagrado del patio de su casa, con el verde de las plantas asomando detrás de su atril, Malena Guinzburg parece abstraerse del mundo mientras da unas pinceladas con sus decenas de acrílicos a una nueva obra. Con el humor que la caracteriza, sólo se distrae para decir: “Calculo que de esto nunca voy a vivir”. Sin embargo, se la nota decidida en cada trazo, disfrutando de esta nueva forma de expresarse que descubrió en plena pandemia y se convirtió en su mejor recreo en el poco tiempo libre que le dejó preparar su primer unipersonal, Querido diario, que presenta los jueves en el complejo teatral La Plaza.
–¿Cómo te acercaste a la pintura?
–Necesitaba ocupar la cabeza en algo. Me mudé cinco veces, no tenía mis cosas pero me había puesto a dibujar. Tenía cerca Tesis, una librería muy linda, en la que compraba de todo y pegué buena onda con el dueño, que me recomendó un profe. Me puse a estudiar dibujo con Martín Palottini, que es un genio, y en seguida me animó a probar con acrílicos y óleos. Se sumó Connie Ballarini [una de sus compañeras en Las chicas de la culpa, en el teatro Metropolitan], que hacemos todo juntas, así que es muy divertido. Son clases virtuales, una vez por semana, y me resulta un cable a tierra. Pasan horas y no me doy cuenta.
–¿De chica dibujabas?
–Sí, era de copiar mucho de revistas. Tuve épocas de hacer arabescos, de hacer caricaturas, pero nunca había pintado. De hecho, tengo guardados mis dibujos de esa época, que me acompañan me mude adonde me mude. Pero nunca había pintado. Me gusta hacer algo que no tenga nada que ver con mi laburo y quitarme de encima esa idea de que todo lo que hacemos debe ser productivo. No creo que me dedique nunca a la pintura porque me moriría de hambre [se ríe], pero con entretenerme y pasarla bien me alcanza y me sobra.
–En teatro estás haciendo Querido diario. ¿También guardaste los diarios íntimos de la adolescencia?
–Claro. En 2019 me puse a releerlos y me causaron mucha gracia por lo patético de la adolescencia en su máximo esplendor más el dramatismo que yo le ponía. Era muy dramática, depresiva, enamoradiza… Planteo en el monólogo que soy de la época en que nuestra heroína era Andrea del Boca. Existía ese mensaje horrible de que si no llorabas por amor no era amor. Y me lo tomé muy a pecho. Estaba enamorada de uno, al mes de otro, todos amores no correspondidos, amores que los sufría porque eran amigos que no me daban bola. Todo ese mundo lo empecé a contar en Instagram y se generó mucha empatía. Fue como una reconciliación con mi infancia, con esa Malena con la que creo que estuve enojada mucho tiempo.
–¿Por qué estuviste enojada?
–Todo el sufrimiento de esa Malena me molestaba. Con Connie arrancamos después a hacer Correo no deseado, una obra basada en esas cartas guardadas de la infancia. Pero yo sentía que todavía había ahí algo más. Desde que encontré los diarios vi que había algo teatral en ellos. Hacía mucho que yo no hacía stand up y deseaba hacer un unipersonal, aunque me daba miedo porque no sabía si iba a poder sostener la risa. Hasta que me animé y lo armé. Es una locura lo que está pasando. Es un show íntimo y muy gracioso a la vez.
–¿Cuándo dejaste el dramatismo para reírte de vos misma?
–Nunca dejé de ser dramática. Pero hubo un cambio hace unos años. Cuando empecé a hacer stand up me reía de mí, pero de una manera más agresiva. Ahora creo que lo hago con más amor. En un momento pensé en poner fotos de esa época, aunque me eché atrás.
–¿Por qué te arrepentiste?
–No lo hice porque el juego de la imaginación sea más lindo, sino porque si yo mostrara las fotos me haría bullying.
–¿En qué sentido?
–Son fotos muy divertidas, pero muestran el desastre que era. No tanto físicamente, sino por la actitud. Esto, así, en cambio, me da ternura.
–¡Qué cambio más positivo! ¿Qué pasó?
–La vida. Estar más contenta conmigo. Y rindieron fruto los cuarenta años de terapia. [Se ríe].
–Sin embargo, preparar este show puede haber sido doloroso en un punto.
–Generó un poco de disociación. Si yo de verdad me pusiera en el lugar de esa Malena sería triste. Pero a la distancia te das cuenta de que nada es tan terrible, que se sobrevive. Muchas madres me escriben contando que se los muestran a sus hijas para que vean que no son las únicas a las que les pasa.
–¿Hoy estás sola o en pareja?
–En pareja desde hace un año y medio, con Adrián, que es diseñador. Con él me di cuenta de que no hace falta sufrir para estar enamorada. Desde un principio fue todo lo contrario a mis relaciones anteriores: cero histeria, cero ansiedad. Nos generamos paz y a la vez nos divertimos mucho, estoy muy enamorada y él, también. Es como la frase que dice “tarda en llegar, pero al final hay recompensa”. Eso nos representa.
–A esta altura de tu carrera, ¿ya lograste que se te reconozca por tu propio talento o te siguen comparando con tu papá (Jorge Guinzburg)?
–Me ha pesado. Y me sigue pasando. Pero no hay que engancharse. No podés gustarle a todo el mundo. Yo soy la primera en castigarme cuando algo no sale como quiero. En este momento, decir que estoy contenta con lo que hago es un montón, todo un logro para mí.
Agradecimientos: @gabi.triay (peinado y maquillaje); @catalinaarl y @lomylan (estilismo), Portsaid (ropa)
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