Nació en Montevideo, Uruguay, pero creció en Argentina, en una familia de grandes artistas y músicos
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En el pelo enrulado, en los ojos pícaros, en los gestos histriónicos, en la respuesta rápida y en mil cosas más. En María Carámbula (54) confluyen genes, historias y la música de una familia de talentosos artistas nacidos del otro lado del Río de la Plata, en Uruguay. Es hija de Berugo Carámbula, el entrañable actor, guitarrista, humorista y conductor de televisión y de la comediante y cantante de bossa nova Charo Semblat. Si algún nombre falta, puede sumarse a la lista a la humorista Gabriela Acher, madrina de María. “De papá y su humor ya se sabe”, dice ella sobre Berugo, quien murió en 2014, a los 70 años. “En casa, él era más serio porque no estaba en el trabajo, pero era muy ocurrente y cariñoso. Había mucho sentido del humor, pero no sólo por él, sino también por mi madre [Semblat murió en marzo de 2021, durante la pandemia]. Cuando era chica, no me daba cuenta de nada de esto: era normal tener esos papás. Ahora no paro de asombrarme por lo que ellos fueron e hicieron”, admite. María nació en Montevideo, aunque desde que empezó primer grado vive en Argentina: “No llegué a tener ningún novio uruguayo: mis amigos y mis hijos son de acá. Pero el amor por Uruguay no se va nunca. Cuando juegan al fútbol la Argentina con Uruguay, como en el Sub-20, la paso pésimo”, confiesa ella, quien debutó en televisión a los 20 en Todo al 9, un programa que se emitía por Canal 9 y conducía su papá.
–¿Qué compartías con Berugo y qué heredaste de él?
–Lo acompañaba al canal o al teatro. De él no sólo heredé el humor; también el respeto por el trabajo del otro. Sin tener la necesidad de decirlo con palabras, me inculcó que todas las personas son necesarias para que un trabajo salga bien. El ambiente artístico suele ser muy careta: hay quienes hacen lobby, quieren pertenecer o acercarse a alguien con mayor jerarquía para lograr algo. Mi papá no tenía eso y me lo transmitió. Sin juzgar a nadie, yo trato de no enredarme en esos hilos. Tengo un muy bajo perfil.
UNA ABUELA CON POWER
Ahora, después de hacer las últimas funciones de Mujeres que cocinan con huevos, la comedia que dirigió Patricia Palmer, María ya tiene entre manos su próximo proyecto laboral, del que aún no quiere revelar nada. Mientras tanto, va por la vida con jardinero de jean, una remera con la cara estampada de Tom Shelby, de Peaky Blinders, y con la seguridad que da ir sin mochilas. “Muchas veces bromeo diciendo que soy una señora mayor. Me divierte decirlo. Pero ¿sabés qué?, los años vienen con sabiduría –dice–. Si bien hay un deterioro del cuerpo, por otro lado, te pasa que hay un montón de cosas que ya no te importan. Hace algunos años, mientras veía los Oscar, me la pasaba tuiteando cosas del tipo ‘El strapless sólo le queda bien a Fulana’. Desde ya que era una broma, pero eso ya no me divierte más. ¿Quién era yo para decir eso? No me interesa señalar a nadie desde ningún lugar. Esa mirada, que sólo te lo dan los años viene con una sensación de tranquilidad que no la cambio por nada. ¿Me quedan diez minutos? Que valgan la pena”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina. Involucrarse en nuevas propuestas laborales y darles lugar a sus amores –sus hijos, Catalina Morano (36, diseñadora de indumentaria) y Vito Ragonese Carámbula (20; estudia Gestión Deportiva) y a su nieto Alfonso (3)– están en esa lista.
–¿Cómo recibiste esa etapa? ¡Sos una abuela superjoven!
–Podría haber sido más aún, eh. Cuando nació Cata, mi papá tenía 43 años. Cata lo tuvo a Alfonso a los 33… y yo la tuve a ella a los 18. La verdad es que, desde hacía mucho, le venía pidiendo a Cata un nieto. Y, cuando sucedió, durante la pandemia, superó mis expectativas por completo. Tanto que, muchas veces, a mis amigos que tienen hijos, les digo que, si no tuvieron nietos, la vida los estafó. [Se ríe]. Cuando veo a mi hija con Alfonso es como ver amor dentro del amor. Es como una matrioshka de amor.
–¿Cambió de alguna manera tu relación con Cata?
–La tuve cuando yo era muy chica, y siempre hemos tenido una excelente relación. Nunca dejamos de ser madre e hija. Cuando ella fue madre le cayó la ficha de que lo que ella estaba viviendo yo lo había pasado a los 18. “Lo quiero tanto que me hace mal”, me dijo una vez. Es que recién cuando tuvo a Alfonso, dimensionó eso que, al menos a mí, me pasa con la maternidad: no tiene tanto que ver con perder la libertad, sino con ese hilo invisible que te conecta de manera definitiva con tus hijos. Siempre vas a estar preocupada: aunque tengan 50 años, vas a querer saber si llegaron bien a su casa. Me sentí en un estado de gracia con mis embarazos. Y, ahora, que soy abuela, siento un power tremendo.
–¿Sos de esas abuelas que cuidan a su nieto a full?
–Bueno… depende… cuando puedo. Una vez por semana se queda conmigo en casa. “Voy a lo de la Buba”, dice. Y, cuando me tira un “Buba, te amo con toda mi vida”, me derrito. Con él, no me importa nada. Cata y Vito dirían que fui un poco bruja como madre. [Se ríe]. Si ellos me manchaban el sillón con chocolate, yo me ponía como loca. Fui muy estricta con algunas cosas, horarios de la comida, del baño… Ahora, a Alfonso, le digo “Soy tu esclava: hacé lo que quieras”. [Se ríe].
–Al igual que tus padres, vos también armaste tu propio clan de artistas.
–Es que los amigos y las parejas, habitualmente, suelen tener que ver con los ambientes laborales. Al papá de Vito [Pablo Rago] lo conocí trabajando en la tele. A Nico [Pauls, pareja de su hija Cata], yo lo conocía desde hacía mucho: nos encontrábamos en la casa de Fito [Paéz]. Y, después, terminé siendo su “suegri”, como me dice él. Nico es un sol. Y, como padre, increíble. Además de Alfonso, él tiene dos hijos más [Olivia y León, fruto de su relación con Sofía Suaya]. Antes y salvo excepciones, los padres eran como tíos macanudos: ¡ni un pañal cambiaban! Nosotras, las mujeres, tampoco exigíamos nada. A Cata le quise poner mi apellido, y, me acuerdo que, en ese momento, su papá me dijo que si le agregaba “Carámbula” quedaba demasiado largo. Y yo no dije nada. En el Uruguay, es obligatorio el apellido del padre y de la madre. A Vito sí se lo puse. ¿Cómo no le voy a poner mi apellido si te cociné el pibe? [Se ríe].
–¿Y cómo son los encuentros entre los Pauls y los Rago?
–No te creas que estamos todos pegoteados. Vito vive un poco conmigo y otro poco, con el padre… Tal vez, me estoy preparando para el nido vacío. [Se ríe]. No estaría mal: llevo más tiempo siendo madre que no siéndolo. Cata, Nico y Alfonso viven en zona norte y yo, en Capital. No vivimos cerca, pero nos juntamos para reuniones y cumpleaños. Para las Fiestas, vamos variando. La última Navidad, Cata y Nico la pasaron en lo de Gastón [Pauls]. Y Vito y yo, con mi novio, en la casa de mi cuñada.
–¿Novio?
–No quiero hablar mucho de esto. Sólo puedo decirte que se llama Federico y estamos juntos desde hace dos años y pico. Y está todo muy bien.
–¿Es del ambiente artístico?
–No. Es médico.
–¿Y cómo se conocieron?
–No quiero hablar de eso. Sólo puedo decirte que estoy muy bien.
–¿Están viviendo juntos?
–No. Ahora no quiero convivir. No es que me niegue… Ya conviví con el padre de mi hija y también con el de mi hijo. A mí me encanta vivir en pareja, pero también la paso bien sola, soy casi una ermitaña. [Se ríe]. El leitmotiv de la vida debería ser uno mismo. ¿Qué mejor plan que volver a ver Peaky Blinders, Game of Thrones o The Office? Este fue un amor inesperado. Me gusta saber que está ahí y poder hacer planes juntos los fines de semana. Pero también creo que el amor viene cuando la estás pasando bien con vos; cuando no le cargás al otro la responsabilidad de tu felicidad.
Producción: Consuelo Sánchez
Agradecimientos: Cristian Rey @cristianreystyle, Rapsodia, Kosiuko, PuliD Shoes, The Urban Concept, Maldito Paparazzo, Óptica Uriburu y a los doctores Richard Lingua, Valeria Aronowicz y Damián Rozenberg
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