A los 84 años, el famoso peluquero, amigo íntimo de Susana Giménez, repasa su fascinante vida y comparte su álbum de fotos y recuerdos con las estrellas y mujeres más poderosas
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En el primer piso del imponente petit hotel que tiene como peluquería en Palermo desde hace más de cuarenta años, Miguel Romano (84) se acomoda en uno de los sillones tapizados en leopardo. La ambientación del lugar es fiel reflejo de una época: estatuas de ángeles y caballos comparten el espacio en un salón que desborda de retratos de divas argentinas y estrellas internacionales que le confiaron sus melenas al estilista: Niní Marshall, Sofía Loren, Isabel Perón; Susana Giménez –su musa y amiga incondicional desde hace cinco décadas–, Graciela Borges, Nacha Guevara y Moria Casán son las más conocidas, las que saltan a la vista en cuanto se abren las puertas de la maison, protegidas por rejas negras que llevan las iniciales MR, en dorado. Romano, impecable, nos recibe vestido con un colorido saco de Moschino, y muestra en el celular el mensaje que le acaba de enviar Susana desde Europa: “Hola Miquito amado. Te extraño mucho. Tengo que ir a París por trabajo, así que me voy al peluquero de la esquina. Cuidate porfa. Te quiero”. “¿Viste? Casi hermanos somos”, cuenta y enseguida abre él mismo la entrevista con una pregunta: “¿Querés que te diga cómo empecé? Es muy lindo”, dice él, que está en pareja desde hace sesenta y cinco años con Mercedes López y tienen una hija, Paola (52).
–Entiendo que desde chico ya sabía que quería ser peluquero…
–Todavía iba al colegio y ya les cortaba el pelo a los chicos del conventillo cerca de mi casa, en Villa Urquiza. Había armado la peluquería en un cuarto al fondo. Mi papá me decía que era un bruto, un animal, que me iba a morir de hambre cortándole el pelo a la gente, pero era lo que me gustaba hacer; yo no me imaginaba trabajando de otra cosa. Mi tío, que me quería mucho, después me armó un local chiquito que daba a la calle, en Arismendi y Bucarelli. Tenía 20 años y mi propia peluquería.
–¿Cuál fue su primer contacto con el mundo del espectáculo?
–Un día vinieron a buscarme en un auto. Me dijeron: “Traé las herramientas que necesitamos que peines a una señora en el teatro”. Agarré mis cosas y me llevaron al Ópera, era la primera vez que entraba a ese lugar… Nunca me lo voy a olvidar. Me encontré con una mujer tan elegante que se notaba que era una estrella de verdad. Era Marlene Dietrich, que venía a presentar un show musical.
"Con Niní Marshall tuvimos una relación hermosa y antes de morir me donó sus pelucas. Después se las regalé a Gasalla"
–¿Y cómo la peinó?
–Le había hecho el pelito cuadrado para abajo. Pero sí hay algo que no me voy a olvidar es ese tapado de zorro blanco con cola larga que arrastraba por el escenario. Fue la impresión más grande que tuve en mi vida. Después volví a mi peluquería de Villa Urquiza y ya tenía una cosa en claro: quería peinar a las figuras del teatro, la tele, el cine…
–¿Cuál fue el camino?
–Un día escuché por la radio que lanzaban el concurso “Reina de la fotogenia” y me di cuenta de que esa era mi gran oportunidad. A Mercedes, mi mujer, le corté el pelo, le hice un flequillo, fuimos a una modista que le confeccionó un vestido maravilloso y ella se presentó al certamen. Ganó entre 1.500 mujeres. Así empezamos a trabajar como locos, ella hacía una fotonovela por día, la llevaban de gira por todas las provincias y yo iba como su peluquero. En ese momento, ella era mucho más famosa que yo. El día de nuestra fiesta de casamiento nos llamaron para ir a la inauguración de Canal 7, y entonces empecé en la televisión.
–¿Y cómo conoció a Tita Merello y a Niní Marshall?
–¡Porque me empezaron a ver en la tele! Tita venía a comer las berenjenas de mamá a mi casa en Villa Urquiza y después se peinaba. Con Niní tuvimos una relación bellísima y me donó todas las pelucas antes de morir. “Las mejores manos son las de usted, Miguelito”, me dijo. Después, esa bolsa llena de pelucas se las regalé a Gasalla y él usó las pelucas de Niní.
"“Amalita Fortabat me contrató con un sueldazo. Ernestina Herrera de Noble también fue muy generosa y me daba los cheques en blanco”"
–¿Es verdad que la primera vez que Susana Giménez le pidió peinarla usted la rechazó?
–[Se ríe]. Un día ella entró a la peluquería que yo tenía en avenida Santa Fe y Cerrito y me dijo: “Ay Miguel, quiero que me hagas un rodete, porque vos sos el rey del rodete”. Y yo le pregunté. ¿Y vos quién sos? ¿Modelo? “Sí”, me contestó. Entonces le dije: “Pero yo no peino modelos, peino estrellas”. A Oscar Colombo, que entonces era mi empleado, le pedí que le arreglara el rodete. Ella no contenta con esto me encaró y me dijo: “Vos vas a ser peinador exclusivo mío”. Y yo le contesté: “Bueno, cuando lo sea te voy a peinar. Ahora no”. Y estamos juntos desde hace 52 años.
–Tiene una foto de Sofía Loren. ¿También la peinó?
–Cuando empieza la buena época de los dólares, llegan las grandes figuras a la Argentina, y todas las estrellas que pasaron por el programa de Susana las peinaba yo. Sofía Loren me pareció un amor, pero de tan sencilla me dio un poco de desilusión. En un momento dado, vi cómo se ponía polvo para la cara con un algodón. Y yo pensé: “¿Cómo va a usar un algodón todo mugriento en la cara?”. Me quedé impresionado. A Gina Lollobrigida la conocí porque era muy amiga de Amalita Fortabat. Antes se usaban mucho las pelucas y, como yo era fabricante de pelucas, me llamaban siempre.
–¿Cómo fue su relación con Amalita?
–Era una mujer de un carácter fuerte. Me contrató con un sueldazo que ni te cuento… Ella fue muy generosa conmigo. Ernestina Herrera de Noble también fue increíblemente generosa y supo confiar en mí. Me daba los cheques en blanco que después completaban mi mujer y su secretario.
–¿Alguna vez tuvo un altercado con una estrella?
-[Piensa unos segundos]. No está bien contar eso. Con Amalita estuvimos distanciados un tiempo largo. El cruce que tuvimos surgió porque el mismo día en que se casaba su hijo, Alejandro Bengolea, también se casaba Susana con Huberto Roviralta. Y las dos querían que yo las peinara. Traté de acompañar a las dos. Le dije a Fortabat: “No va a haber problema porque una boda es a la mañana y otra a la tarde. Las puedo peinar a las dos”. “No”, me contestó ella. “Yo quiero que sea exclusivo”, me dijo. A lo que le contesté: “No puedo, Susana es como mi hermana”. Entonces terminó la conversación con un “está todo dicho”. Y nunca más me llamó.
–¿Cómo llegó Isabel Perón a su vida?
–Un día ella tocó la puerta de la peluquería de Recoleta cuando ya habíamos cerrado y nos estábamos yendo a casa. “La peluquería está cerrada, señora”, le dijo mi mujer. “Sí, lo sé, pero mi marido toma el mando mañana”, explicó Isabel. Para mí fue un gusto. Y fui a peinarla al día siguiente a su casa.
–¿Qué recuerdos tiene de ella?
–Era muy amorosa. Para el día de la asunción [12 de octubre de 1973], me pidió por favor que la peinara como a Graciela Borges, a quien ella admiraba profundamente. De ahí en más, nunca más nos separamos. Nos juntábamos para jugar a las cartas, a la canasta, y podíamos estar hasta las seis de la mañana. Una vez, estábamos en Chapadmalal y nos fuimos a ver a Raphael, que cantaba en el Hermitage de Mar del Plata. Fanáticos de las cartas, me acuerdo que dejamos el juego por la mitad, fuimos al show y después volvimos y seguimos jugando.
–En su maison, tiene inmensos retratos de Graciela Borges, Nacha, Moria…
–Ellas son divas, estrellas de verdad. Después de lo que yo viví, ¿quiénes quedaron? Quedaron Susana, Mirtha, Moria, Graciela, Nacha… Y después no hay nadie más: lo que queda es una porquería.
–¿Entonces para usted ya no hay grandes estrellas?
–Nena, hoy no hay un carajo (sic).
Susana, Mirtha, Moria, Graciela, Nacha… Esas son estrellas. Después no hay nada más
–¿Es feliz?
–Muy. Cada vez que paso por una iglesia, le digo a Dios: “Todo me lo diste. Llegué adonde siempre quise estar”. Dios conmigo se pasó. He peinado a todas, he conocido el mundo, soy tan afortunado... No puedo más de tanto trabajo. Tengo una de las casas más lindas de Argentina y tantísimas obras de arte que me regaló Fortabat.
–¿Cómo se lleva con Susana?
–Excelente. Hablamos todos los días. Ella me llama y me dice: “Miquito, ¿qué me pongo?”. Y yo le digo: “Lo que quieras, pero no engordes, no comas dulces”.
–¿Se imagina retirado?
–Ay, querida, ya no puedo más… ¿pero qué querés que haga? Todavía tengo clientas que vienen a que les corte el flequillo porque dicen que, como yo, no se los corta nadie. “¡Pero dejate de hinchar, es un flequillo!” Y estoy todos los días…
–¿Le quedó algo pendiente por hacer?
–Al final nunca llegué a peinar a Evita, que era mi sueño. ¿Viste que restauraron su cuerpo una y otra vez? Fijate lo que tiene mi destino… [Se emociona]. Siempre la sentí muy cercana a Evita; ella me regaló un poncho cuando no tenía nada en mi casa. Vino a mi colegio y repartió ponchos para todos. Cuando me llamaron para peinarla en la última restauración de su cuerpo, la encontré en una camilla. Estaba destruida. Al final le acomodé el pelo para atrás y le hice dos tirabuzones largos, con rellenos que me dieron. Me dio una pena... Pero me queda una linda sensación porque el último peinado se lo hice yo.
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