Aunque decidió rebautizarse artísticamente como Fenna Frei, lleva en el ADN el talento de sus antepasados
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En 2011, llegaba a los ensayos de “Drácula, 20 años” –el suceso teatral que crearon Pepe Cibrián Campoy y Angel Mahler– con vinchas de su “Abuana” [así llamaba a su abuela Ana María Campoy] y los anillos que su abuelo Pepe Cibrián y su tío Pepito le habían heredado. Tenía 20 años, el pelo largo y su increíble personificación de Mina hacía suponer que, con ella, el legendario apellido Cibrián continuaría en las carteleras. Candela Cibrián (32), sin embargo, pateó el tablero. Tras las funciones en el Teatro Astral, las giras y su nominación a los premios Hugo como Revelación Femenina, decidió apostar a la producción musical [estudió en la Facultad de Música, en la UCA]. “Cuando evoco aquellos años, siento como si fuera otra persona. Lo recuerdo como un juego. Era chica, estaba viendo qué me gustaba hacer y cómo quería transitar el arte”, le cuenta a ¡HOLA! Argentina. Se dio cuenta de que prefería un estudio de grabación, con cables, micrófonos y sintetizadores a salir maquillada para una escena. En todos estos años, construyó su carrera como productora vocal: hace arreglos y graba voces sobre temas instrumentales a pedido y también compone temas propios.
–¿Cómo llegaste a ese sitio?
–Mi hermana Magalí [es tres años mayor que ella y estudió cine] y yo crecimos entre bambalinas: nos llevaban a los programas de tele de mi abuela o Pepito nos convocaba a participar de sus elencos. Pero descubrí que el teatro no era para mí: suponía demasiada presión, en especial, los castings.
–¿Cómo reaccionaron los Cibrián con tu decisión?
–Imaginate Pepito: a él le tira la sangre, el legado, la familia. A mi papá [Roberto Cibrián, arquitecto y especialista en tecnología] nunca le convenció que yo me dedicara al teatro. Para él, ser hijo de actores fue traumático: mis abuelos fueron unos divinos, pero vivían de gira y se crio solo. En una familia vinculada a la actuación, él fue como el patito feo. En su área, ha sido un visionario.
–¿Y del lado de tu mamá?
–Al igual que mi papá, mi mamá [Graciela “Gachi” Tapia, mediadora, especialista en derechos humanos y experta en resolución de conflictos de la ONU] también me acompañó muchísimo. Ella es una música frustrada [se ríe], pero con sus dos hermanos, que son músicos, di mis primeros pasos. Tenía micrófono, placa de audio, teclados y mi voz, que es mi primer instrumento. Empecé a grabarme cantando; y después me lancé a cantar en casamientos y en otros eventos. Hacía covers, jazz, tango, reggaeton, urban pop… ¡cualquier cosa! Yo podría haber utilizado mi apellido cuando me decidí por la música. Creo que con sólo decir “soy la nieta de…” o “la sobrina de…” la respuesta hubiera sido inmediata. Cibrián es magnético, pero yo no quise. Me inventé seudónimos: no quería sentir que estaba robándole el lugar a nadie. Quitarme el apellido fue mi mayor rebeldía.
UNIVERSO CANDELA
Fenna Frei, su álter ego, nació en los 50 metros cuadrados del departamento en el barrio de Belgrano donde Candela vive hace diez años. Con ese nombre de origen nórdico [tanto “Fenna” como “Frei”, que significa ‘libertad’ en alemán y también hace referencia a Freyja, una diosa de la mitología nórdica], bautizó su proyecto como solista. Pero es más que eso: es un universo en sí misma y, quizás, el resultado de su búsqueda. Como Fenna Frei –de pelo corto, sin maquillaje ni anillos– fue elegida para la Bienal de Arte Joven en el Centro Cultural Recoleta, donde después tocó por primera vez en vivo. Ahora, custodiada por Morvan y Alicio, sus dos gatos, ella dice: “Mis composiciones no son 2D. Cerrás los ojos y, con los sonidos, te imaginás una historia. Las produzco con la multisensorialidad y la magia de una obra. Ya sea si tengo que subir a un escenario o trabajar en el estudio, siento que estoy componiendo un personaje”.
–Parece la definición de una actriz de teatro.
–Actriz no tanto; sí artista vocal. Pasé varios años y, en especial, durante la pandemia, preguntándome quién era y para qué servía lo que hacía. Al final, me amigué con muchas cosas. Me di cuenta de que el teatro, con el olor de los camarines, las luces y el humo, es un lugar “muy casa”. Y que me ha servido, por ejemplo, para saber qué mensaje quería transmitir. Del lado de mi mamá, que es muy power, heredé el espíritu por la militancia. Y, del lado de los Cibrián, esa sed de trascender artísticamente haciendo algo único, bello y honesto.
–¿Qué planes tenés hacia adelante?
–Voy a instalarme algunos meses en México con mi novio, Vladimir [Chorny Elizalde]. Es abogado [especialista en Filosofía y Derechos Humanos y docente de la UBA], pero está lanzándose como actor. Vladi es mitad argentino y mitad mexicano, y su familia recuerda perfecto a mi abuelo Pepe, que tuvo éxito en ese país. Ana María y Pepe se conocieron en México. Todo finalmente me conecta con mi propia historia.
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