A casi un año de haber sido padre de Emilio junto a su mujer Estefanía Pasquini, el médico nutricionista enfrente otro desafío
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Los tres grados de sensación térmica no impiden que Alberto Cormillot (83) practique su actividad física favorita. Tampoco se acobarda por esas pocas horas de sueño que tiene encima desde que su hijo Emilio (10 meses) –fruto de su matrimonio con Estefanía Pasquini (35)– pescó una gripe dos días atrás. “Anoche estuvo con fiebre y si bien Estefi es quien lo acompaña, yo no quería dejarla sola. Entre los dos estuvimos en vela”, cuenta el médico nutricionista mientras termina de acomodar el arnés para bailar en el aire. Además de practicar dos veces por semana danza aérea con su profesora Paula Illane en la escuela Alto Vuelo, Cormillot también continúa con sus clases de tap, tal como hace desde hace más de quince años.
–¿Cómo nació la idea de ejercitarse con danzas aéreas?
–Fue justo cuando empecé tap, a los 69. Me acuerdo que por entonces teníamos que organizar las clásicas muestras de fin de año y a mí se me ocurrió que en la función podía estar bueno introducir una fía bailando con un arnés. Ese fue mi primer contacto con las danzas aéreas y me enganché. Enseguida me pareció una actividad muy entretenida y atractiva. Y era un gran desafío físico.
–¿Qué es lo que más disfruta de la experiencia?
–Creo que más allá de la vivencia y la sensación de volar, el placer que siento tiene que ver con aprender algo nuevo. Esta actividad en particular es para aquellas personas a las que les gusta enfrentar desafíos y agilizar nuevos mecanismos de aprendizaje. ¿Sabías que el cerebro tiene una increíble neuroplasticidad que te permite aprender hasta el último minuto de tu vida? A mí eso me resulta fascinante. El hecho de ejercitar el cerebro y el cuerpo con movimientos nunca antes probados también te entrena la tolerancia a la frustración. No sé si tengo gracia o talento, pero todo se aprende a fuerza de repetición. Te caés y volvés a empezar.
"“Salir de mi zona de confort es parte de mi forma de ser… No sé si tengo gracia o talento, pero sé que
todo se aprende a fuerza de repetición”"
–Detrás de la elección se asoma el deseo de querer superar los límites…
–Claramente. Me siento cómodo saliendo de mi zona de confort y, muy por el contrario, el quedarme quieto, inmóvil en un mismo lugar, me genera mucha incomodidad. Creo que en el fondo hay una búsqueda constante por evitar la monotonía…. Esa es mi forma de ser. Quiero seguir aprendiendo cosas nuevas.
–¿Cómo es la mirada de los otros cuando comparte sus pasiones?
–[Piensa]. Muchos se asombran cuando les cuento lo que hago y después me piden el teléfono porque también quieren probar. Si uno mantiene un determinado estilo de vida, sano y equilibrado, no veo por qué no se puede realizar la actividad que desea. El otro día mi hijo Adrián –nacido de su anterior matrimonio, con Monika Arborgast– me dijo: “¿Por qué no estudiás actuación? ¿Viste que los hombres después de jugar años al fútbol cambian por un deporte más tranquilo como el golf? Bueno, vos deberías hacer lo mismo… Tal vez algo que no tenga mucha exigencia física, como la actuación”. La respuesta que le di es irreproducible. [Ríe].
–En su último libro, Alimentación inteligente, plantea que vivir 100 años tiene que ver no con un objetivo en sí mismo, sino más bien con un concepto.
–Claro. Si bien hoy la expectativa de vida es de 80 años, también aumentó la cantidad de gente que está complicada con enfermedades crónicas. Por eso, la clave está en cómo uno llegue; en cómo transitar saludablemente los últimos años de la vida. Yo me cuido, cuido mi sueño (duermo al menos siete horas) y hace más de cincuenta años que no fumo. No tengo ataques de ira porque tengo regulado el enojo y me cuido en las comidas.
–Con el tiempo usted se convirtió en símbolo de vitalidad. Todos quieren llegar a su edad con esa misma energía.
–[Se ríe]. Me cuido pero también tengo genes de longevidad, ya que mi padre vivió hasta los 95 años. Y tengo mucha suerte. Hace diez años tuve cáncer de hígado y un cáncer de colon. Hace cuatro meses me detectaron cáncer de riñón del que me repuse después de una cirugía. Ninguno de los casos tenía carga genética y zafé de todo. No sólo eso; me recuperé increíblemente rápido. De hecho, en vez de estar jugando al ajedrez o estudiar actuación, como dice mi hijo, sigo haciendo tap y aéreo. También tengo la fortuna de estar acompañado por una familia que me da mucho amor y tranquilidad. La verdad es que estoy bárbaro.
–¿Cómo está viviendo la paternidad con Emilio?
–Con Emilio me conecto más desde la música… Le regalaron un pianito y tocamos juntos. Yo tenía 50 años cuando mis otros hijos (Adrián y Renée) eran chicos, casi no me acuerdo de esa época. [Risas]. Pero sí te aseguro que cuando Emilio tiene fiebre, como anoche, el susto que vivís es como el de un padre primerizo.
–¿Sigue mandándole audios a su hijo?
–Sí, también tengo mensajes guardados en un pendrive. Es como un diario con cosas que quiero compartir con él, pero en vez de escribirlas, las plasmo en audios que le voy mandando a un chat de WhatsApp. La intención no es que los escuche cuando yo ya no esté, porque estoy seguro de que voy a estar un largo tiempo con él, sino para escucharlos juntos. Ese es mi deseo.
–¿Cómo le está yendo a Emilio con las clases de chino?
–Muy bien. La profesora está viniendo ahora tres veces por semana. Cantan y juegan en ese idioma.
–¿Y usted no aprovecha para aprender?
–[Lo piensa y se ríe]. Tenés razón. Lo tomo como un desafío. Será una posibilidad para más adelante. Por ahora, le canto en español las canciones que sé: la de la lechuza y la tortuga Manuelita. En una de esas, cuando cumpla 2 ya me sepa alguna canción cortita en chino.
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