A siete años de la muerte de Roberto Gómez Bolaños, el famoso Chespirito, la actriz mexicana recuerda al hombre de su vida y repasa con ¡HOLA! Argentina su vida y su carrera
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Bastan sólo dos frases –”¿No gusta pasar a tomar una tacita de café?” o “Quico, tesoro, no te juntes con esta chusma”– para que sepamos de quién estamos hablando. Esas palabras –repetidas hasta el infinito siempre con el mismo tono–, que resonaban entre las paredes de la vecindad del Chavo del 8, traen a nuestra memoria esa madre dedicada, con aires de grandeza, gestos antipáticos, eternos ruleros y delantal de cocina. La inolvidable Doña Florinda, interpretada divinamente por Florinda Meza. En esos estudios de grabación, la actriz mexicana nacida en Juchipila (estado de Zacatecas) conoció al gran amor de su vida, Roberto Gómez Bolaños –quien murió en noviembre de 2014–, el genial creador de aquellos personajes que alegraron nuestra infancia. Hoy, Florinda vive entre Cancún y Ciudad de México, rodeada de sus siete chihuahuas: Bruno, Yuma, Ámbar, Chula, Maja, Clara y Nova. “Como dijo San Francisco de Asís, ‘para los hombres, Dios mandó a sus ángeles en forma de perros’. Ellos son mi gran compañía”, nos dice.
–¿Qué recuerdos tiene de las grabaciones de El Chavo del 8?
–Mis recuerdos abarcan todas las grabaciones del programa Chespirito, que incluía múltiples historias con diferentes personajes. Eso sí, debo decir que cuando hacíamos El Chapulín Colorado estábamos seguros de que algún accidente sucedería, ya que Roberto era tan distraído y “accidentable” como el Chapulín. A la distancia, el más grato de los recuerdos que tengo es llegar a las grabaciones y ver a todos mis compañeros reunidos.
–Después de hacer un éxito semejante, ¿fue difícil como actriz despegar de Doña Florinda?
–No me ha sido difícil porque siempre estuve despegada. Afortunadamente, el programa Chespirito me dio la oportunidad de hacer muchos personajes, por ejemplo, Rosa la Rumorosa, cuando la historia del Chapulín era de vaqueros, y la inoportuna vecina en Los Chifladitos, que siempre llegaba a pedir una taza de azúcar. Y qué decir de la dulce e ingenua enfermera del Doctor Chapatín y la entrañable Chimoltrufia.
–¿A qué le atribuye el enorme éxito de los programas creados por Chespirito?
–Básicamente, a que los programas eran muy buenos porque Roberto era un genio. Una de sus genialidades fue escoger un elenco carismático. También existe eso que acontece en el espacio y en el momento justos, ese instante preciso en el que el universo entero se confabula para que suceda algo irrepetible. Por eso digo siempre que los programas con esos actores, esos personajes, esos guiones y la dirección de mi Rober tienen una magia especial.
–¿Con quiénes de aquella vecindad sigue en contacto?
–Pues de aquella vecindad, con ninguno. Eran personajes y Doña Florinda tenía la característica de no gustar del contacto con ninguno de ellos, con excepción del Profesor Jirafales. Hoy, en lo personal, con quien tengo más contacto es con Edgar Vivar (el Señor Barriga).
–¿Por qué se dejaron de emitir los programas en 2020 después de cincuenta años al aire?
–Por una banal disputa económica entre Roberto Gómez Fernández (hijo de Chespirito) y Televisa, la cual en principio ya era ilegal e inmoral porque yo –que soy coautora de los guiones– debería haber sido convocada a tiempo para estar presente. Es triste que me enterara ocho meses después y por los medios de comunicación, como cualquier hijo de vecino. Debo aclarar que nunca estuve de acuerdo, sobre todo en el año en el que lo retiraron del aire. Roberto jamás hubiera permitido que, en tiempos tan trágicos como fue esta terrible pandemia, el público se quedara sin un poquito de diversión. En mi caso, yo habría insistido en hacer una negociación corta y tratar profundamente la venta de los derechos cuando terminara la emergencia sanitaria. Por eso estoy en el proceso de exigir que se respeten mis derechos autorales porque todo esto no tiene nada que ver con una herencia. Eso es aparte. Es mi trabajo, me lo gané con talento y esfuerzo y la ley me lo reconoce.
–¿Qué personaje le gustaría interpretar hoy?
–Cualquier personaje que nazca de un buen libreto, que esté dentro de mis características físicas actuales.
–¿Le molesta que le pregunten la edad?
–¡Para nada! Y a la menor provocación, digo con mucho orgullo: “Tengo 73 años”.
–¿Cuál es el secreto para verse tan bien?
–Gracias por el piropo, pero no hay ningún secreto. Siempre fui delgada y nunca hice dieta.
–En 2019, volvió al cine después de treinta años alejada de la pantalla y sin la dirección de su marido…
–¿Te confieso algo? Al principio estaba asustada porque, aunque conozco todas las vertientes del espectáculo, había pasado mucho tiempo y me dije: “¡Oh Dios, espero no estar oxidada!”. Pero una vez que empezamos, todo fluyó de maravilla. Filmé dos meses en Santiago de Chile con un elenco de jóvenes actores que no solamente derrocharon talento, sino que parecía que se habían propuesto hacerme sentir muy bien.
ETERNO AMOR
–¿Cómo fueron los comienzos de su historia de amor con Roberto?
–Inquietantes, pero también emotivos y románticos. Fue un cortejo que duró cinco años, en los que Roberto utilizó todas sus artes de conquistador a la antigua, como todo un caballero, un paladín de cuento.
–¿Qué la enamoró de él?
–Tantas cosas… En primer lugar, su talento… Si estuviera vivo, se enojaría y me diría: “¡Y lo guapo, ¿qué?!”.
–¿Qué admiraba de Roberto?
–Todo en él me parecía fascinante, eso sucede cuando una está enamorada. Lo mejor es que estuve enamorada por más de cuatro décadas. También tenía sus cositas, como ser desordenado, pero eso me enternecía, aun cuando soy fanática del orden.
–¿Quién se ocupaba de la cocina en casa?
–Yo soy muy buena cocinera y siempre guisé para él. Mi comida le encantaba, decía que hasta el agua hervida me quedaba sabrosa.
–¿Era un hombre romántico?
–¿Y cómo no? Si también era poeta. Era tan sensible que un bello atardecer podía hacerlo llorar.
–¿Cómo fue compartir profesión y amor?
–Compartir la profesión y el amor para mí fue parte del éxito de nuestra relación.
–Si discutían, ¿quién pedía perdón primero?
–Por mi forma de ser, cuando me sorprendo dentro de una discusión, me urge perder con tal de no discutir, aun cuando tengo la razón. Mi abuela decía: “Nunca te vayas a la cama enojada con tu marido” y yo me apegué a ello. Un pleito o un malestar no debe durar más de media hora. Ahora comprenderás por qué logré tener un matrimonio de más de 40 años. [Se ríe].
–¿Le hubiera gustado tener un hijo con Roberto?
–Por supuesto que me hubiera gustado tener, no uno, sino dos o tres hijos con él, pero no pudimos porque ya le habían practicado una vasectomía. [Cuando Roberto conoció a Florinda ya tenía seis hijos de su primer matrimonio]. Siempre me decía, y en varias entrevistas también lo dijo, que no tenía con qué pagar el sacrificio que yo había hecho en ese sentido, con tal de que estuviéramos juntos.
–Muchas veces se dijo que Roberto le fue infiel y que usted lo perdonó...
–Roberto nunca, jamás, me fue infiel, porque como él siempre me decía: “Cuando un vaso está lleno, no le cabe nada más”.
–¿Usted era celosa?
–Sí, yo era celosa, pero Roberto era Otelo.
–¿Cómo vivió la muerte de Roberto después de tantos años juntos?
–La muerte de Roberto fue, es y seguirá siendo la peor de mis pesadillas y no he podido recuperarme. A esta altura de mi vida descubro que la pena no se va nunca, simplemente, trato de convivir con ella.
–¿Nunca pensó en volver a enamorarse?
–Por supuesto que no, nunca. Sigo enamorada de Roberto Gómez Bolaños, ¿cómo podría enamorarme de alguien más?
–¿Qué le da felicidad hoy?
–La vida misma, la riqueza de los momentos que he vivido desde mi infancia es tanta que contar mi biografía sería como escribir una novela de Balzac. También me encanta mirar las fotos de Roberto, estoy con mis perritos que me llenan de alegría. El amor y la lealtad de la gente, que me sigue en mis redes y me demuestra su cariño tan efusivamente, son mi felicidad.
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