Protagonizó las publicidades más importantes de los 80 y su personaje de la Bebota catapultó su fama. Hoy, además de actuar, tiene un emprendimiento gastronómico
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Sucedía cada vez que preparaba su monumental torta de milanesas, una receta imbatible y de su propia autoría. O cuando sorprendía con su pizza con pasta, otra de sus especialidades. Después de las ovaciones por sus habilidades culinarias, los dos hijos de Adriana Brodsky (67) le decían lo mismo: que debía tener su propio negocio de comidas. “Ellos lo hacían un poco en broma, un poco en serio. Aunque no soy ni chef ni nada por el estilo, cocino muy bien. Le pongo amor y energía a mis platos. Una vez, subí a mis redes una de mis creaciones y tuve tanta repercusión que me llamaron los noticieros para revelar la receta”, cuenta la actriz a ¡HOLA! Argentina, mientras se acomoda en uno de los taburetes de Fontana, el bar y restaurante que ella y su hijo Javier (31) tienen desde 2022 en Buenos Aires, en el barrio de Núñez. Del otro lado de la barra de cemento alisado, Javier aclara divertido que en el menú no hay recetas de su mamá. Al menos, no todavía. “Mi vieja cocina bárbaro, pero algunos de sus platos te disparan el colesterol”, aclara él, divertido, y cuenta que la carta –tanto los platos y los tragos– son todos de autor.
–¿Cuándo surgió el proyecto?
Adriana: ¡En plena pandemia! Mientras la gente se fundía, Javier apareció ilusionado con este proyecto. A mis hijos los alenté siempre a que se lanzaran por sus sueños, a que se tiren a la pileta, pero con agua. Me recuerdo haciendo fuerzas para no desmayarme.
Javier: Mamá no quería saber nada [se ríe]. Tuve que estarle atrás un rato largo para convencerla al principio y para tranquilizarla después, cuando vio los yuyales en el terreno. No solo se trataba de abrir un negocio en un contexto difícil, sino que, además, no veníamos del palo de la gastronomía. Buscamos arquitectos, nos rodeamos de un buen equipo y, de a poco, se fue dando. Y lo más importante es que concretamos un viejo sueño: tener un proyecto familiar.
–Un emprendimiento familiar puede ser un dolor de cabeza.
Javier: Confiamos en que no sea así. Con mamá congeniamos desde siempre y mucho más a medida que fui creciendo. Hablamos mucho, le cuento cosas, le pido consejos. Si alguno está mal, solemos levantarnos el uno al otro, nos llamamos, nos apuntalamos.
Adriana: Tanto a Javier como a Agustina [32 años, diseñadora gráfica] los acompaño hasta otro planeta con todo lo que me pidan. Me parece que, como mamá, tiene que ser así. Javier es muy maduro, tiene mucha visión y pasión. Con este emprendimiento, me tapó la boca. Lo que hizo con Fontana supera ampliamente lo que imaginé. Considero que, al ser algo familiar, vamos a ser cuidadosos de lo nuestro y vamos a protegernos las espadas: nadie nos va clavar un cuchillo por detrás. Para mí, esto va de la mano del amor. Tenemos una gran familia: mis hijos tienen a su padre [Juan Bautista “Tata” Yofre (76), periodista y ex funcionario durante la presidencia de Carlos Menem. Adriana estuvo en pareja con él entre 1989 y 1996] y me tienen a mí, a mi hermano Javier; y hay primos y tíos. Pero nosotros tres somos muy unidos. Estamos pendientes uno del otro.
–¿Te sentiste sola a la hora de criarlos, Adriana?
–Sí, sola solísima. Pero cuando el mundo se te viene encima, más templanza hay que tener. Cuando me separé, yo tenía 41 años; y ellos, 5 y 6. Entonces, me dije: “Tengo dos chicos y ellos me van a dar fuerza”. Mis hijos nacieron en cuna de oro. A donde iban, les ponían una alfombra roja: “Ahí vienen los hijos de tal”. Cuando vi que se ponía complicado, traté de involucrarlos en otras cosas, en otras realidades: íbamos juntos a Casa Cuna o a Fundamind, una organización que busca mejorar la calidad de vida de chicos y de familias con VIH y sida de la que soy madrina desde hace 30 años. Traté de hacer lo mejor posible, de marcarles un camino. Me siento orgullosa de ellos. Son independientes desde muy temprano.
Javier: Bueno… yo me fui de casa a los 26. ¡Tenía todo servido!
Adriana: Sí: respiraba y tenía todo a su alcance [se ríe]. Agustina se fue a los 18 y no sabés lo que sufrí. Soy re mamá. Primero soy mamá y después Adriana Brodsky. Nací “Susanita”. Entonces, cuando ella me dijo “Pero si vos me enseñaste que no tengo que depender de nadie”, ¡y era verdad! Es que yo soy de una época en la cual a la mujer todo le costaba mucho más. Entonces, por mi propia experiencia, insistí mucho para que ella no dependiera de otros, que comandara el timón de su vida.
–¿Por qué “mi propia experiencia”?
Adriana: Vengo de un hogar con muchas carencias. Con mi hermano Javier empezamos a trabajar desde muy chicos para ayudar a mi mamá, que trabajaba todo el día como secretaria de una inmobiliaria para mantenernos ella sola [los padres de Adriana se separaron cuando ella tenía dos años. A los 14 y antes de su carrera como modelo publicitaria y de desembarcar en la televisión de la mano de Gerardo Sofovich, fue cadete en una agencia de turismo, trabajó en un bazar y también en una peluquería]. Fue difícil. Lo peor que les puede pasar a dos chicos chiquitos es no tener protección: mi hermano y yo estuvimos expuestos a muchas cosas. Mamá no estaba… pero no estaba porque estaba trabajando. Con los años, entendí que hizo lo que pudo. Comprendí muchas situaciones; antes, yo no entendía nada. Los años te dan eso. Lo cierto es que, cuando me casé y quedé embarazada, dejé todo: quería ser mamá y estar con quien es el padre de mis hijos. Sentía que eso era todo para mí. Después nos separamos.
–¿Cómo vivió eso tu “Susanita” interior?
Adriana: Fue... [Hace un silencio largo]. Fue horrible. Porque me sentía enamorada y feliz. ¿Qué más podía pedirle a la vida? Cuando lo conocí [a Yofre], estaba en lo mejor de mi vida. Tenía todo a mis pies, como suele decirse. Y, como soy una persona que no se detiene ante nada y hace lo que siente, me tiré a la pileta, tal como les enseñé a mis chicos. Pensaba que mi amor podía cambiar la realidad porque también creo que cada uno arma su destino. No me arrepiento. Hubo cosas que, en la vida, me salieron mal y otras cosas que no te puedo describir la felicidad que me dieron. Soy una persona que le debe mucho a la vida porque, empezando por mis hijos –que son hoy un hombre y a una mujer con valores, cariñosos, amigueros, trabajadores y que todo lo que tienen lo tienen por ellos mismos–, me dio más de lo que me imaginé en sueños.
–¿Te costó reinsertaste laboralmente?
Adriana: Lo más difícil fue salirme de los papeles de mujer sexy. Después de tener a los chicos, sentía que el trabajo ya no pasaba por el personaje de la Be - bota que había hecho en la televisión y en los que me habían encasillado. El medio artístico puede ser implacable, sí, pero lo que pasa también depende de una. Yo tuve el honor y la alegría de trabajar con grandes como Alberto Olmedo, en el sketch del manosanta. Todavía hoy hay mucha gente que me ve a mí y lo ve al “Negro”. Cada día, cuando salgo de mi casa, me siguen preguntando por él, me dicen “Adianchi” o “Bebota “. Yo acepto eso con mucho amor; gracias a todo eso soy lo que soy. Pero, para seguir adelante, opté por cambiar la historia aún a pesar de que sabía que perdía muchos trabajos. Salir hoy peinada con dos colitas y con plumas sería un delirio: no sólo porque no se puede apretar un botón, retroceder en el tiempo y volver a tener 25 años, sino porque yo ni siquiera fui vedette de revista. Llevo con altura y felicidad el cambio que hice, que acompañó los años que fui cumpliendo.
–Recién hablaste de los sueños. ¿Podés contar algunos que tengas?
Adriana: Además de seguir aplaudiendo el camino de mi hija Agustina, que es diseñadora gráfica, y de acompañarlo a Javier con Fontana, estoy armando un proyecto laboral personal del que todavía no puedo decir mucho. En algún momento, me gustaría tener una pareja. Javier y Agustina me lo dicen todo el tiempo: desde hace mucho estoy sola. Pero va a llegar cuando deba ser. Y sin aplicaciones de citas de por medio [se ríe].
–Pero pueden ser una opción…
–Olvidate. Hay cosas que no van conmigo. Soy muy antigua y muy romántica: necesito que la otra persona esté enfrente de mí… porque he visto ojos que parecían los más dulces del mundo y, al final, no lo eran [se ríe]. Y si el candidato no aparece, no aparece y listo. Me acostumbré a la soledad y me divierto mucho. Mis hijos tienen su vida; yo no soy invasiva: nunca voy a ir a sus casas con mis milanesas sin antes avisar [se ríe]. Durante décadas, trabajé de lunes a lunes: trabajaba, trabajaba y trabajaba por miedo a quedarme sin trabajo. Con los años, me di cuenta de que lo mejor de la vida es tener salud y tiempo para una. En mi lugar tranquilo, fui armando una historia para mí y para mi entorno. Y me siento completa.
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola
Producción: Paola Reyes
Agradecimientos: Portsaid y Renner
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