En medio de su rehabilitación, abandonó por unas horas su bajo perfil para recibir la distinción Domingo Faustino Sarmiento en el Congreso de la Nación
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Su voz está intacta. Su inteligencia y saber decir también. Igual que su esencia de mujer culta, distinguida y curiosa, de imponente presencia. Y pese a que atraviesa un momento difícil tras la muerte de su hijo Leonardo en enero, una neumonía –provocada por su EPOC– que la tuvo internada y las dificultades físicas que padece como consecuencia de una trombosis, Pinky no se permite rendirse: después de varios meses de tratamiento, esta semana volvió a caminar. Además, abandonó por unas horas su habitual bajo perfil, porque el Congreso la homenajeó con la distinción Domingo Faustino Sarmiento “por su trascendente aporte a la comunicación y la cultura” –se la entregó el senador Camau Espínola–, que ella recibió de pie frente a la mirada orgullosa de su hijo Gastón y de dos de sus nietos, Isidoro y Miranda. Pinky –nació en San Justo como Lidia Elsa Satragno hace 83 años–, la “señora de la televisión”, la que marcó un estilo que conquistó a millones de televidentes que no la olvidaron, la que no sabe de fracasos, la que dominaba la cámara como ninguna y fue la protagonista de un momento clave de la historia de la pantalla chica –en mayo de 1980 fue la encargada de despedir el blanco y negro y darle la bienvenida a la tele a color–, no puede manejar su propia emoción cuando entra al Salón de los Pasos Perdidos y la recibe una verdadera ovación.
–¿Qué sentiste cuando supiste que te iban a dar esta distinción?
–Es un premio inesperado, la verdad, porque aunque no se le ha dado la importancia ni el lugar que se merecía, Sarmiento es una personalidad fortísima de la historia argentina. Y enseguida se me vinieron a la cabeza muchos momentos de mi vida, todos mezclados. Momentos del periodismo, de cuando fui maestra de ceremonias, de la política, momentos que no dejan de tener que ver con la cosa casi doméstica. Yo he sufrido mucho por mi país, pero como soy optimista espero verlo mejor antes de irme, aunque sé que va a ser difícil.
–¿Qué cosas tenés en común con Sarmiento?
–Compartimos una de mis pasiones, el periodismo. También la política. Y los bosques de Palermo, de los que viví cerca como cincuenta años y sigo viviendo y que increíblemente se los debemos a él.
–Hablando de política: ¿qué balance hacés de tu experiencia como diputada tantos años después?
–Yo me hice muchas ilusiones con el Congreso. De hecho, este lugar me trae recuerdos, porque he frecuentado sus salones y he trabajado aquí. Tengo buenos y pésimos recuerdos, pero prefiero quedarme con los buenos, por lo menos hoy, que estoy acompañada de amigos. Cuando llegué a la Cámara pude hacer un par de cosas, pero ni por asomo todo lo que yo esperaba.
–Volviste a caminar hace pocos días…
–Sí, hace apenas una semana. Y fue muy difícil, porque pierdo el equilibrio, pero no me puedo permitir no caminar. Hago un esfuerzo muy grande para caminar, pero no me permito aflojar. Para lograrlo, cruzo los dedos de los pies para no estrellarme contra el suelo, como me pasó cuarenta y ocho veces en este tiempo.
Es leyenda
Sigue siendo una mujer bella, aunque los dolores que la atravesaron le dejaron marcas visibles en el rostro y en el cuerpo. Igual, Pinky –junto con Blackie, las dos únicas mujeres de los medios que hicieron de su apodo una marca registrada– se permite apelar al humor, la picardía o la ironía según se va dando la conversación. Es que acaso sea esa la manera que encontró de sobrevivir, de no doblegarse y seguir adelante pese a sus limitaciones físicas.
–En enero murió Leo, tu hijo mayor. ¿Pensaste en él hoy?
–Claro, me falta la mitad de mi vida. ¡Lo extraño tanto! Leo era tan buen hijo, tan íntegro, siempre a mi lado. Estoy desolada. Él ya no está, pero me dejó tres nietos que me llenan el alma: chicos nobles, de gran corazón, de los que estoy muy orgullosa.
–Después de todo lo que has vivido, ¿a qué le tenés miedo?
–Aunque parezca increíble, yo no soy miedosa. Por ejemplo, nunca sentí miedo en un estudio de radio o televisión, ni siquiera frente a un debut. Tampoco he tenido miedo estando amenazada de muerte por el general Camps. Casi como si fuera una mezcla de inconsciencia y fatalismo, me digo: “Si no me doy cuenta de que me quieren matar, no me van a poder matar”.
–¿Pensás en la posibilidad de volver a trabajar?
–Todo lo que pasó estos días cuando la gente se enteró de la distinción, y lo que me pasó a mí cuando me enteré, ha removido algunas cosas de mi interior que creí que ya no estaban ahí. Así que sí, alguna cosita, aunque sea menor, tendré que hacer antes de irme.
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