Trabaja sin parar desde hace cuarenta y cuatro años, crio sola a sus hijos, medita y confiesa que sólo se concentra en el hoy
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Actriz y maestra de actores. Directora y guionista. Psicóloga y profesora de yoga. A Patricia Palmer (68) ni el éxito de las telenovelas que protagonizó, ni trabajar con los grandes directores, ni los golpes de la vida la hicieron trastabillar en su búsqueda interior. Una búsqueda que inició siendo muy joven cuando llegó a Buenos Aires de su Mendoza natal para trabajar de lo que amaba, el teatro, separada y con una hija de un año y medio [Paula, hoy cantante lírica]. Sin embargo, la fama nunca “se le subió a la cabeza”, como se suele decir. “Creo que eso viene de familia. Cuando hacía 30 puntos de rating en televisión y volvía a Mendoza, mi mamá me ponía la bolsa de las compras en la mano y me mandaba a buscar el pan. Porque mi familia no le daba importancia a la fama, sino a los vínculos, al amor. El resto era algo que estaba sucediendo. También hay un trabajo personal que hago desde los 18 años. En ese momento comenzaba el movimiento new age, leía a Osho y Sai Baba y cuando llegué a Buenos Aires tuve la posibilidad de hacer el curso de control mental con José Silva (el padre del famoso método Silva). En mi casa éramos medio adelantados. Mi papá, un catalán anarquista que venía de la guerra, era doctor en Ciencias Económicas, pero enseñaba Filosofía y en la mesa había charlas muy profundas. Mi mamá era pianista y estudiaba Medicina. Había mucho interés por el estudio y el crecimiento, y tanto mis hermanos como yo somos estudiantes crónicos. Yo estudié Teatro en Mendoza, el título era Pedagogía Teatral, pero además tenías que estudiar una carrera paralela, que en mi caso fue Psicología. Si bien no era una obligación, era lo que había que hacer. En mi familia todos estudiamos y es algo que siempre les inculqué a mis hijos”, cuenta.
–¿Tus padres te hicieron algún planteo porque decidiste mudarte a Buenos Aires sola, con tu hija?
–Eso no estaba mal visto en mi casa. Lo más difícil era la distancia, porque en esa época no había Internet ni celulares. Para hablar por teléfono tenías que pedir la llamada de larga distancia un día y a una hora exacta. Y mis padres no tenían dinero para enviarme o pagarme un avión para que fuera a verlos. Así que capaz nos veíamos una vez por año. Pero la única manera de trabajar como actriz era venir a Buenos Aires, porque era donde te veían. Hoy esta nueva generación puede mostrar lo que hace por las redes, las plataformas. Eso abrió una gran puerta.
–Tenés tu escuela de teatro (El Taller del Ángel) y sos una defensora a ultranza de la importancia de estudiar. ¿Cómo manejás la inmediatez que caracteriza a las nuevas generaciones?
–Doy clases desde hace cuarenta años y el perfil de los estudiantes cambió mucho, tienen un lenguaje más limitado, les cuesta comprender el texto, pero también es porque la industria no se los exige. No soy de las que creen que todo pasado fue mejor. Del pasado lo único que era mejor es que yo era más joven. [Se ríe]. Las nuevas generaciones tienen mucha más información y el mundo en un clic. Creo que todo cambio es para bien y todo pasado fue peor. No miro para atrás ni para tomar impulso. Uno es lo que elige y yo elijo el presente porque creo que es lo único real. El futuro no me inquieta, pero sí me gusta hacer proyectos, porque se hacen en el presente.
–¿Al ser madre sola nunca tuviste el temor de quedarte sin trabajo?
–En mi casa siempre fueron todos trabajadores independientes. Doy clases, tengo mi teatro, no dependo tanto del llamado del otro. Yo amo la vida y si tengo que hacer otra cosa lo haría con muchas ganas. Tuve la suerte de vivir de la actuación, pero si mañana tuviera que hacer tartas las haría con la misma pasión. Nunca tuve miedo a la escasez, sé hacer muchas cosas y eso me da tranquilidad.
–Tus dos hijos son de padres diferentes que estuvieron ausentes en la crianza. ¿Te lo reprochaste alguna vez?
–Seguramente quise hacer una familia matriarcal. No era fácil esa época porque la patria potestad era del varón. Mis hijos no tuvieron relación con sus padres, pero tampoco ellos se acercaron. A mí no me sacás un hijo ni loca. ¿Ves? Ahora la paternidad es distinta o, por lo menos, en muchos casos el papá está a la par de la mamá. Creo que en ese sentido puede haber un mundo mejor.
SU TRIBU EN LA GRAN CIUDAD
Patricia dice que a pesar de los años que lleva viviendo en Buenos Aires aún es “provinciana”. “Soy del interior, donde todo lo tenés cerca. Así que armé mi Mendocita en Buenos Aires. Vivo cerca de mi teatro, cuando cobré muy bien un trabajo que hice para México logré comprar tres departamentos en pozo en un mismo edificio y hoy en uno vive mi hija con su marido y mis nietos, en otro piso, mi hijo Joaquín y en el otro, yo. El varón pasa mucho tiempo conmigo porque tiene una enfermedad crónica [distrofia muscular]. Él es el maestro más grande que tengo. Su enfermedad fue el aprendizaje más importante de mi vida, lo que más me cambió, lo que más me formó porque permanentemente tuve que elegir entre el amor y el miedo. Si elegís el miedo viene el enojo y el resentimiento, pero si optás por el amor se te abre un universo inmenso”, asegura. Cuando se le pregunta cómo es como abuela, ella revela que con Lucía (15) y Luca (11) se conecta de una manera totalmente distinta. “El abuelazgo es algo hermoso porque no tenés miedo. Yo como mamá atravesé muchos miedos porque estaba sola y sabía que cualquier cosa que hiciera iba a influir sobre ellos, en cambio con los nietos no sentís ese temor, los podés consentir porque no es tu problema. Tenés todo el tiempo para ellos, cosa que no tenía con mis hijos porque tenía otras urgencias.
–Estás sin pareja hace un tiempo. ¿Te gustaría tener un compañero?
–Me gusta la vida en pareja, aunque me llevo muy bien conmigo. Tuve hermosas parejas que me enseñaron y me hicieron crecer. Los vínculos son puentes y soy muy amiguera, por mis amigas doy la vida, pero hay una parte de tu intimidad que sólo conoce tu pareja, porque ahí uno está desnudo con toda su vulnerabilidad. Las parejas son los grandes maestros de uno, ya sea por la vía positiva o por la negativa. A veces ese aprendizaje se termina y viene otro puente…Y yo estoy abierta a otros puentes.
–Me dijiste que no te preocupa el pasado ni el futuro pero ¿pensás en cómo te gustaría estar en la vejez?
–No hay fórmulas. Apenas sé lo que voy a hacer en los próximos diez minutos. Sólo quiero una vejez en paz y en armonía. No quiero estar con quien yo no quiera ni decir cosas que no desee. Todos trabajamos, seamos conscientes o no, para un desarrollo espiritual. Si nos avivamos, hay atajos para lograr ese desarrollo espiritual. Buscamos la felicidad y sabemos que la fama y el auto de alta gama no te la dan. Nada te da la felicidad, salvo el trabajo profundo.
–¿Y cómo hacés para que no te afecte la violencia que se ve en la calle y en las noticias?
–Yo soy una maestra de la abstracción. [Se ríe]. No veo las noticias porque creo que cada uno cuenta el cuento que le conviene, aunque estoy enterada de todo y, si pasa algo externo capaz de perjudicarme, trato de que no me amargue todo el día. No le doy ese poder a nada ni a nadie. Es una elección. Si alguien me agrede, el problema es del otro, sólo que lo deposita en mí. Nadie conoce nada de mí, de mis noches, de mi soledad, de mis risas, de mis placeres. Podés opinar sobre la acción del otro, pero no de cómo es el otro. Nadie sabe por las batallas que uno está atravesando.
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